Profesora Titular de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra, Cristina López del Burgo acaba de publicar El camino de la infertilidad (Ed. Alienta), donde, además de exponer su propio caso, responde a las dudas a las que se enfrentan las parejas que pasan por una situación de infertilidad y muestra cómo ha de ser el acompañamiento de los que están a su alrededor. Hemos charlado con ella sobre este sendero tan particular.
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Comentas en tu libro que te resulta fácil hablar de la infertilidad porque la ves como un problema de salud, del que no deberíamos avergonzarnos, igual que no nos avergonzamos por sufrir diabetes, hipertensión o migrañas. ¿Cómo luchar contra ese estigma social?
Precisamente hablando sobre ella. Si no hablamos seguirán existiendo mitos y falsas creencias. Por ejemplo, todavía hay gente que piensa que si eres infértil eres “menos hombre” o “menos mujer”, o que quienes no tenemos hijos vivimos muy bien, como si no tener hijos te protegiera de tener problemas. Claramente no conocen la otra cara de la infertilidad. Por eso creo que hay hacer “pedagogía de la infertilidad”. No hace falta dar detalles de lo que ocurre en la pareja, pero sí se puede hablar de qué supone, qué sufrimientos conlleva, etc.
La infertilidad genera muchas preguntas, a ti mismo cuando eres el protagonista “por qué a mí”, y a los de tu alrededor que interrogan “para cuándo”. ¿Cómo sobreponerse a ambas?
A nivel personal es habitual preguntarse por qué. Pero no suele haber respuesta. Por eso propongo cambiar la pregunta y pensar en qué hacer con lo que nos ha tocado vivir. Animo a las parejas a que se planteen si quieren perderse el resto de cosas buenas que tienen sus vidas. Con el tiempo, echas la vista atrás y descubres que tú tenías que estar ahí, viviendo esas circunstancias particulares. Y todo cobra sentido. Recomiendo a las parejas que se sienten a hablar de qué quieren responder cuando alguien les pregunte “para cuándo los hijos”. No hay respuestas correctas ni incorrectas. Cada pareja elige la suya según sus circunstancias. Ojalá llegue el día en que nadie lo pregunte.
Comentas en el libro la culpabilidad que sienten algunas mujeres por decidir no someterse a todas las pruebas y tratamientos de fertilidad, como si no desearan ser madres de verdad...
Sí, aunque a veces esa culpabilidad viene de comentarios que les hacen otras mujeres. De nuevo, hay mucho desconocimiento. Puede llegar un momento en que ya no podemos con más pruebas ni más tratamientos, porque el cuerpo tiene un límite. Hay quienes no quieren pagar un precio tan alto para tener un hijo, y no me refiero sólo al económico. Parar no es tirar la toalla, es elegir otro camino en el que dar fruto de otras maneras. Porque ser fecundos no significa únicamente tener hijos.
Dices que, poco a poco, la etiqueta #soyinfertil se hace cada vez más grande. “Tan grande que va ocultando todo lo que eres”. De hecho propones cambiar el “soy infertil” por “tengo infertilidad”. ¿Qué beneficios tiene?
Sobre todo, darnos cuenta de que las personas somos mucho más que un diagnóstico. Quizás no podemos ser padres, pero somos esposos, hijos, tíos, amigos, compañeros de trabajo, etc. La infertilidad es un aspecto de nuestra vida, pero no nos define en su totalidad.
“La infertilidad es la pérdida de un proyecto vital. Es como un tsunami que se lleva por delante nuestros planes y nuestros sueños. Esos planes y esos sueños se esfuman. Por eso hablamos de duelo, aunque es especial”, comentas en el libro. ¿Cómo se transita el duelo de la infertilidad?
Como en toda pérdida, hay que pasar por todas las fases del duelo (negación, enfado, negociación, tristeza y aceptación). Como dice Carla Borrás, psicóloga experta en duelo, «dejar pasar el tiempo sin más no nos alivia el malestar. El duelo nos pide mirada, espacio y tiempo. Pero tiempo activo. Para poder sumergirnos en él, vivirlo, llorarlo, sentirlo, compartirlo, abrazarlo».
¿Cómo acompañar a una pareja que nos confiesa que los hijos no llegan?
Reconociendo su dolor y no juzgándoles. Muchas veces no hace falta decir nada. Basta con estar a su lado, y que sepan que estás ahí para lo que necesiten. Es importante evitar hacer comentarios del tipo “seguro que lo conseguís”, “lo que tenéis que hacer es relajaros”, “podéis adoptar”, etc. Muchos de esos comentarios en vez de aliviar, aumentan el dolor.
Si no te alegras por el embarazo de una amiga, no te culpes, dices en el libro. “¡No eres una mala persona! Los embarazos de las demás te recuerdan que tú no lo has conseguido y, obviamente, duele”. ¿Cómo superar esas situaciones?
Reconociendo las emociones que nos genera esa situación. Quizás lo que necesitas es hablar con alguien que haya pasado por tu situación, o distanciarte una temporada mientras estás transitando el duelo. A veces es el momento de pedir ayuda profesional porque estás tan bloqueada que ni siquiera quieres salir a la calle por miedo a ver embarazadas.
Los tratamientos de fertilidad suponen para muchas familias una situación agotadora a nivel física y emocional. ¿Cómo saber cuándo parar?
Esta es una decisión muy personal y no hay una respuesta para todos. Pero hay algunas señales que nos pueden estar indicando que es el momento de parar, como por ejemplo, sentir que tu cuerpo y tu mente están al límite, que te estás perdiendo tu vida (lo que yo llamo en el libro vivir en “stand-by”), o que te estás alejando mucho de tu pareja.
Te preguntas en el libro si se puede ser feliz sin hijos cuando no los has tenido y los has deseado mucho. ¿Cuál es la respuesta?
Pienso que sí. Aunque depende de lo que consideremos ser feliz. Si para ti la felicidad va mucho más allá de conseguir siempre lo que deseas y si un hijo lo ves como un regalo y no como un medio para tu autorrealización, sanación o satisfacción personal, entenderás por qué se puede ser feliz sin hijos, aunque los hayas deseado con toda el alma. Además, la felicidad es más la consecuencia de una vida plena que un fin en sí mismo. Conozco a muchas parejas que no pudieron tener hijos y tienen una vida plena.