Estudios y trabajos como el de Susana Carmona, psicóloga y doctora en Neurociencias, vienen a poner la evidencia científica sobre la mesa en relación a los cambios y las adaptaciones neuronales y cerebrales que vive la mujer durante su embarazo y su maternidad. Es un mundo fascinante, donde la biología se pone a trabajar para que todo salga como es debido.
En su libro Neuromaternal (Ed. Sine Qua Non) explica con todo detalle lo que sucede en el cerebro de la mujer cuando está embarazada y lo que ocurre después. Hemos charlado con ella.
En el libro se habla del concepto de ‘matrescencia’, muy ligado a esa transformación que experimenta la mujer cuando se convierte en madre. ¿Cómo podemos definirlo?
La ‘matrescencia’ puede describirse como el proceso que atraviesa una mujer al convertirse en madre. Este término fue acuñado por primera vez por la antropóloga Dana Raphael en los años 70 y más tarde popularizado por Aurelie Athan y Alexandra Sacks. Se trata de un concepto que resalta las similitudes entre la maternidad y la adolescencia, dos etapas de transformación vital caracterizadas por importantes cambios biológicos, psicológicos y sociales.
Por ejemplo, a nivel biológico, ambas etapas se acompañan de aumentos significativos en las hormonas sexuales que coordinan cambios en varios órganos del cuerpo de la mujer, incluido el cerebro. Tanto la maternidad como la adolescencia son periodos en los que el cerebro es especialmente plástico, maleable, para adaptarse, para aprender. Sin embargo, esta plasticidad también puede aumentar la vulnerabilidad a trastornos mentales. En general, los períodos de grandes fluctuaciones hormonales por los que pasamos las mujeres como la menarquia, el periparto o la menopausia, entre otros ejemplos, suelen coincidir con momentos vitales que requieren una mayor adaptación y, al mismo tiempo, conllevan un mayor riesgo para la salud mental,
De hecho, en varias partes de la obra se compara la revolución de la maternidad con la de la adolescencia. “Daba por hecho que hay un yo al que volver tras ser madre, como si hubiera un yo al que volver tras la adolescencia”, se comenta. ¿Son procesos neurológicamente similares?
Sí. En 2019, publicamos un estudio en el que utilizamos la resonancia magnética para comparar si los cambios que ocurren en el cerebro de las mujeres durante su primer embarazo son similares a los cambios que tienen lugar en las niñas durante la adolescencia. Observamos que, efectivamente, tanto la adolescencia como la maternidad conllevan cambios muy similares en la anatomía cerebral, en concreto en ambos periodos se observa una disminución del volumen de sustancia gris.
Los estudios han demostrado que el embarazo produce reducciones en el volumen del cerebro que persisten, al menos, seis años tras el parto. Pero esto no tiene consecuencias negativas, como podría pensarse en un primer momento, ¿por qué la naturaleza lo hace así?
Aún no sabemos cuál es el sentido, si es que lo tiene, de estas reducciones. Lo que hemos observado en nuestros estudios es que cuanto más cambia el cerebro, mejor es el vínculo entre mamá y bebé.
El tema de las reducciones es algo que impacta e inmediatamente se asocia con la degeneración. Sin embargo, una reducción de sustancia gris no siempre implica una pérdida de funciones. De hecho, un adulto tiene un menor volumen de sustancia gris que un niño. Durante la adolescencia, el volumen de sustancia gris también disminuye y lo hace de forma coherente con la maduración cognitiva. Durante esta etapa, se producen importantes cambios cerebrales, incluida la poda sináptica. En este proceso, se eliminan algunas de las conexiones neuronales innecesarias o poco utilizadas para favorecer el procesamiento de la información por las vías principales, es decir, para optimizar la eficiencia del procesamiento. Recibe el nombre de ‘poda’ porque es un proceso similar a la poda de un árbol, en el que se desechan las ramas más débiles en beneficio del crecimiento de las principales.
Es posible que durante el embarazo ocurra algo similar, aunque aún no lo sabemos con certeza. En humanos observamos lo que ocurre mediante imágenes de resonancia magnética, que no tienen la resolución suficiente como para saber qué sucede a escala celular. Junto con la hipótesis de la poda sináptica, coexisten otras. Una de ellas apunta a cambios en las células ‘vecinas’ de las neuronas, las células gliales, que están implicadas en procesos que hacen que el cerebro sea más plástico, adaptable y sensible para aprender todo lo que el bebé tiene que enseñarnos.
Aunque en humanos no conocemos exactamente los mecanismos celulares subyacentes a los cambios, los estudios en otros mamíferos sí nos permiten observarlos. De estos estudios sabemos que las hormonas de la gestación, especialmente los estrógenos y progestágenos, modifican el cerebro de la madre a través de diferentes procesos celulares para facilitar la conducta maternal y la interacción con el bebé.
Las investigaciones han demostrado que cuanto más cambia el cerebro de la embarazada, mejor se vincula con su bebé. ¿Podrían tener un origen biológico las dificultades en el vínculo tras el parto que viven algunas mujeres?
Hace tan solo seis años que descubrimos que el cerebro de la mujer cambia profundamente durante el embarazo. Estamos aún al inicio de este fascinante campo de investigación. Es decir, aún es demasiado pronto para saber exactamente cómo contribuyen estos cambios cerebrales en los problemas vinculares de las madres o en la depresión posparto. Sin embargo, sabemos que estos procesos, como muchos otros del ser humano, tienen un origen multifactorial; en el vínculo influye la historia vincular previa de la madre, los factores biológicos (hormonas, estado inflamatorio, adaptación cerebral) o las situaciones ambientales concretas (experiencia de parto, apoyo social, calidad del sueño, situación socioeconómica, etc.). En resumen, los procesos biológicos y cerebrales contribuyen a la vinculación con el bebé, pero no la determinan. Se trata de un evento, como digo, multifactorial.
Esas disminuciones sutiles de memoria que muchas gestantes reconocen, ¿tienen alguna función? ¿Hay que darles importancia?
El 80% de las mujeres informan de pérdidas de memoria o problemas atencionales tras la maternidad. Claro que hay que darles importancia e investigar qué hay de cierto en ello. Pero, como digo en el libro, es importante diferenciar qué parte es subjetiva y qué parte es objetiva. Debemos ayudar a las mujeres a ser conscientes de la parte subjetiva, es decir, que muchos de los supuestos déficits no son más que un efecto del sesgo de confirmación, de cambio en los intereses de la madre o de una carga mental excesiva. A su vez, debemos investigar qué factores pueden estar causando la parte objetiva, los déficits reales. Tener en cuenta la importancia de la falta de sueño, los bajos niveles energéticos, la nutrición, la desregulación endocrina e inmune o un estado inflamatorio. Las investigaciones actuales indican que si bien existe una disminución en tareas de memoria, esta es sutil y se restringe al final del embarazo y el principio del posparto. Es más, hay investigaciones que demuestran que, a largo plazo, la maternidad conlleva mejoras en ciertas las funciones cognitivas.
Cuando una madre interactúa con su hijo se sincronizan las ondas cerebrales de ambos. ¿Es algo que también se puede ver en madres adoptivas y en padres?
Seguramente sí. La sincronización de las ondas cerebrales es algo que se puede observar también entre adultos que realizan algún acto juntos, como cantar, bailar o conversar de forma armoniosa. Lo importante de la sincronización entre mamá y bebé es que esta sienta las bases de la sincronización posterior en la vida adulta, y estas bases son los pilares en los que se sustenta el aprendizaje social y emocional.
Por el momento, las investigaciones de la sincronización del cerebro de los bebés se han realizado en madres biológicas, pero probablemente se extiendan también a otros cuidadores principales, como padres, madres adoptivas, abuelos y abuelas.
Dicho esto, sabemos que la madre, en cierta manera, tiene prioridad para la sincronización por varios motivos. Por ejemplo, en un estudio reciente demuestran que el olor de la madre, que se establece ya desde el nacimiento, facilita la sincronización.
Los bebés, a medida que su cerebro madura, necesitan establecer esa sincronización. Y esto que parece tan complicado a nivel cerebral, lo podemos observar todas las mamás cuando jugamos o hablamos con nuestro bebé. Emitimos una palabra y ellos nos responden con balbuceos, o apuntamos a algún lugar y ellos dirigen la mirada hacia allí. Los bebés también notan cuando esta sincronización se pierde, por ejemplo, cuando la madre (o el cuidador principal) se distrae mirando el móvil, e intentan llamar la atención como pueden para volver a establecer esta conexión, esta sincronización cerebral. Es más, hay estudios que sugieren que dicha sincronización no solo afecta al cerebro, sino que también se sincroniza el latido cardiaco o los niveles de oxitocina.
En el libro se habla también de microquimerismo fetal, ¿no es una forma tangible de reconocer esa unión para siempre entre madre e hijo?
Los microquimerismos fetomaternales se refieren a la presencia de “células” del bebé o material genético del bebé en el cuerpo de la madre. Antes se pensaba que desaparecían tras el parto, pero ahora sabemos que no es así, que pueden integrarse en diferentes partes del cuerpo de la madre, como el corazón, los pechos, la cicatriz de cesárea si la hay, o el cerebro. Podríamos decir que es la versión biológica de la famosa frase que dice que “una madre siempre lleva a su hijo en el corazón”. El tema de los microquimerismos no deja de sorprenderme. Parece ciencia ficción, pero es ciencia. Las madres somos auténticas quimeras, una mezcla de lo que fuimos y de lo que nuestros bebés nos regalan.
Simplemente el hecho de nombrar lo que sucede tras dar a luz a un hijo ya ayuda a esa mujer, sin embargo, todas esas emociones se desatienden habitualmente, a no ser en algunos casos de depresión posparto. ¿Cómo revertir esta situación?
Creo que es un problema que debe abordarse desde muchos frentes, desde políticas de conciliación, pero de conciliación de verdad, hasta cambios en el imaginario colectivo de qué supone la maternidad y qué necesitan las madres. Entre muchas otras cosas, necesitamos apoyo institucional y sostén social, pero también ciencia. Personalmente, puedo contribuir investigando acerca de los verdaderos cambios que ocurren en el cerebro de las madres. Esto implica establecer una base de conocimiento científico con datos medibles y replicables, en contraposición a depender únicamente de anécdotas o experiencias personales, que, aunque importantes, no son suficientes. Otra manera en la que puedo contribuir es haciendo lo que he hecho en este libro: traducir el conocimiento científico a un lenguaje accesible y divulgativo que alcance a la sociedad, especialmente a las madres, y no quede relegado únicamente a las páginas de revistas científicas.
“Aceptar que la maternidad conlleva también sentimientos negativos no significa solo relativizarlos, sino cederles espacio para que puedan ser expresados. Solo así pueden ser cuidados y atendidos”, destacas en el libro. En un momento de máxima vulnerabilidad la mujer suele encontrarse más sola que nunca, ¿cómo puede afectarle esto?
Creo que la maternidad en soledad es algo relativamente nuevo de nuestra sociedad. Las madres somos excluidas en muchos espacios, a veces de forma sutil y otras de forma explícita. Hay lugares a los que no podemos asistir con nuestros hijos, no porque estén prohibidos, sino por el temor a incomodar a otras personas. Pero en otros, como algunos hoteles o restaurantes, directamente está prohibida la entrada a los niños para que no “incomoden” a los asistentes. Si a esto le sumamos el estilo de vida que llevamos, la extensa jornada laboral, el reparto no equitativo de los cuidados y la cantidad de mujeres que viven lejos de sus familias, el resultado es que nos sentimos aisladas, solas.
Por ejemplo, un estudio reciente reveló que ocho de cada diez madres jóvenes (menores de 30 años) han experimentado soledad en algún momento durante su maternidad, y más de la mitad admiten sentirse solas la mayor parte del tiempo. Esto es importante. La falta de apoyo social, además, es un factor de riesgo para la depresión. A veces, un espacio que facilite la interacción entre madres puede marcar la diferencia, permitiendo que nos relacionemos con otras mujeres en roles similares, que nos apoyemos mutuamente y que sintamos un respaldo social. De hecho, la ausencia de contacto con madres reales y sinceras puede llevarnos a buscar referentes en las redes sociales, lo cual, con alta probabilidad, terminará generándonos frustración.
Se sabe, gracias a determinados trabajos, que a mayor número de hijos, más joven se mantiene el cerebro de la madre (hasta el cuarto hijo). ¿Qué razones hay para ello?
Exacto, investigadoras europeas han intentado predecir la edad de miles de mujeres únicamente a partir de una foto de su cerebro, utilizando la inteligencia artificial. Han observado que en aquellas que son madres, el algoritmo predice una edad más joven que en las que no lo son. Aún no sabemos cuáles son las causas ni las consecuencias de esto, ya que es un hallazgo muy reciente. De nuevo, surgen varias teorías que deberán investigarse en los próximos años. Una de las hipótesis apunta a que los cambios cerebrales, inmunes y endocrinos que acompañan al embarazo dejan una huella de por vida. Esta huella modula la forma en la que la mujer se enfrenta a la menopausia, y esta, a su vez, incide en el proceso de envejecimiento cerebral asociado a la edad y el riesgo a padecer ciertas enfermedades neurológicas. Otra de las hipótesis sugiere que el estilo de vida asociado a la crianza contribuye a mantener el cerebro más joven. Según esta última, podríamos decir que ser madre es como pasar por un entrenamiento para el cerebro, similar a los famosos juegos de entrenamiento cognitivo que Nintendo popularizó en los años 2000 para amortiguar el envejecimiento mental asociado a la edad.