“En la consulta de un psiquiatra a día de hoy vemos sobre todo trastornos de ansiedad, TDAH y trastornos de conducta alimentaria como la anorexia y la bulimia. También muchos adolescentes con desregulación emocional, clínica depresiva y autolesiones”, explica la Dra. Nuria Núñez, psiquiatra y autora del libro Los niños también se deprimen (Ed. La esfera de los libros).
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Porque aunque la infancia se ha visto siempre como una época dorada, sin preocupaciones y plena de felicidad, no es así para todos los niños. En su libro habla de cómo detectar cuando hay problemas y de cómo acompañarlos.
Salud mental no es igual a bienestar, comentas en el libro. ¿Qué nos debe preocupar, de entrada, de la salud mental de nuestros hijos?
Así es, en el libro hablo de que hoy en día parece que se ha puesto de moda la salud mental, pero realmente lo que está bien visto es hablar de bienestar, pero seguimos ocultando y estigmatizando los trastornos mentales.
Todos tenemos en mente la infancia como una época feliz, donde no hay problemas ni preocupaciones, pero los niños no están exentos de experimentar malestar y de que ese malestar sea mayor del que pueden llegar a tolerar. Es en ese punto donde nos deben saltar el pilotito y tomar cartas en el asunto.
Por ejemplo: cuando tienen preocupaciones constantemente, cuando empiezan a expresar miedos que no se resuelven, cuando vemos que cambian de carácter de forma brusca y mantenida, cuando evitan ir a ciertos sitios o ambientes… En estos casos podemos estar delante de algún trastorno mental y no está de más solicitar una valoración e intervenir de forma precoz para que no llegue a hacerse más grande. Los problemas no desaparecen por ignorarlos o pensando que ya se les pasará.
Los psicólogos y los psiquiatras infantiles se suelen retrotraer hasta el momento del embarazo del niño en su demanda de información, como cuentas en tu obra. ¿En qué medida impacta ese entorno en su posterior salud mental?
El embarazo en sí mismo, con todo el cambio hormonal, físico y psicológico, ya es un estado de vulnerabilidad para la madre, y esos cambios van asentados sobre una personalidad y un estado previo a la propia gestación.
Si una madre antes del embarazo ha pasado por varios procesos de fecundaciones in vitro, o ha tenido abortos espontáneos previamente, o estaba pasando por una época económicamente o familiarmente complicada, va a tener un estado de estrés e hiperalerta superior al de una mamá que tiene un embarazo espontáneo y está exenta de preocupaciones añadidas.
El estrés y las preocupaciones aumentan el nivel de cortisol y esta hormona, sobre todo en el tercer trimestre del embarazo, llega a afectar al neurodesarrollo del bebé. Por eso es tan importante cuidar a las mujeres en esta etapa y que, si vemos que hay alguna alteración en su estado mental, sean acompañadas por profesionales actualizados y formados en salud mental perinatal.
Y el parto y el posparto: ¿cómo pueden determinar la salud mental del niño?
El parto y el posparto son otros dos momentos fundamentales en la vida de una madre. Afortunadamente, el concepto de parto humanizado está cada día más extendido en los profesionales que atienden a la mujer en el embarazo, aunque todavía queda mucho por trabajar. Pero donde yo creo que la mujer queda más vulnerable es durante el postparto inmediato y tardío.
Por ejemplo, se habla muchísimo del piel con piel: un momento súper especial, una ventana para la vinculación madre/bebé estupenda, pero vemos madres que piensan que por no haber hecho piel con piel no van a poder desarrollar un apego seguro con sus hijos, y hay factores mucho más importantes durante todo este proceso para crear ese vínculo, como que la madre elabore una buena vivencia del momento del parto y todo el posparto inmediato.
Es decir, si un parto tiene que ser instrumental por complicaciones, hay una pérdida de bienestar en el feto o la madre, si tiene que acabar en cesárea o si el bebé tiene que quedarse ingresado, dependiendo de cómo la mamá elabore todas esas circunstancias, va a generar un recuerdo traumático o no.
Si ese parto complicado se silencia, no se le permite expresar sus emociones ni se le validan, no tiene un acompañamiento familiar o profesional, la mujer puede quedar muy afectada y esto llegar a dificultar la vinculación con el bebé, tanto por una preocupación excesiva como por una evitación o rechazo a nivel emocional.
En uno de los capítulos hablas de que la clave de la salud mental es el apego seguro. ¿Qué se puede hacer con esos niños o adolescentes que no lo han tenido?
Efectivamente, el apego seguro es una gran base para prevenir problemas en salud mental. Pero hay que introducir también el concepto de que los humanos somos resilientes, y que el apego no sólo se desarrolla a través de nuestros padres, sino que se va elaborando con otras relaciones personales.
Puedes tener un apego ansioso con tus padres, pero haber desarrollado un apego seguro con los abuelos, o con tus cuidadores, o con tus amigos, o con un profesor o con una pareja. Además, no es algo estático, sino que puede repararse y trabajarse. Con niños y adolescentes algo que trabajamos en terapia es crear relaciones sanas, estables, la primera con el propio terapeuta, para que estos niños sean capaces de entenderse a sí mismos respecto a sus cuidadores y aprendan a crear vínculos y relaciones seguras con su alrededor.
Asistimos a un intenso debate social sobre el uso de las pantallas, ¿qué dice la evidencia científica acerca de su impacto en la salud mental de niños y adolescentes?
Con el tema de las pantallas vamos tarde, los padres vamos tarde, la legislación va tarde y la ciencia todavía no termina de arrojar datos que las relacionen directamente con el impacto en la salud mental infantojuvenil, aunque sí que sabemos que influyen en este empeoramiento y mucho.
Hay estudios que relacionan el uso de pantallas en casa con empeoramiento en el desarrollo del lenguaje de los niños. Otros que hablan del aumento de autolesiones en adolescentes con la falta de regulación emocional por el abuso de estos dispositivos inteligentes, niños que en lugar de aprender a gestionar emociones, como el enfado o la frustración de los adultos, lo han anestesiado con una pantalla. Hay mucho que investigar aún en este campo y mucho por hacer, pero desde luego los padres debemos regular su uso en casa, tanto el tiempo que la usan nuestros hijos, como nosotros mismos.
Las fobias o los trastornos depresivos o de ansiedad que puede vivir un niño durante la infancia, ¿los predisponen también a ellos en la edad adulta?
La mayoría de los trastornos mentales de adultos tienen su inicio en la infancia y adolescencia, así que, más que predisponerlos, es que estamos hablando de un continuo. Podemos darle la vuelta a esta frase, “los trastornos mentales que detectemos y tratemos en la infancia y la adolescencia harán adultos más fuertes, más resilientes y más sanos”.
¿Cuándo un niño necesita apoyo psiquiátrico o psicológico y cómo saber por cuál de los dos decantarse?
Ante la duda, con el primero que pueda atendernos. Psicólogos y psiquiatras estamos acostumbrados a trabajar en equipo y colaborar y si vemos que necesitamos la intervención del otro, haremos una derivación o una colaboración.
La gran diferencia entre ambos está en la parte médica. Los psiquiatras podemos y debemos descartar si lo que vemos puede tener una causa física, por ejemplo una alteración del tiroides o un déficit vitamínico o una anemia, que pueda estar causando alteraciones nivel mental. Una vez descartado esto, si vemos que con una psicoterapia no va a ser suficiente, los psiquiatras podemos utilizar tratamiento farmacológico para ayudar a superar el trastorno o a gestionarlo mejor.
La medicación psiquiátrica a estas edades suele despertar muchos recelos entre los padres, ¿qué hay que saber?
La medicación en Psiquiatría está rodeada de mitos y leyendas y en niños todo esto se multiplica.
Dentro y fuera de la Psiquiatría, la medicación que se usa en niños y en adultos es la misma. El archiconocido apiretal que las madres damos sin reparo es el mismo paracetamol que nos tomamos los mayores para el dolor de cabeza y nadie se plantea que no podamos dárselo a un niño siempre que esté ajustado por dosis y peso.
Pues en Psiquiatría pasa igual, los medicamentos irán ajustados a la edad y el peso de los niños. Hay que saber que no les vuelven dependientes, no les cambian la personalidad, no les van a dejar adormilados… Lo único que vamos a hacer es aliviar sus síntomas de ansiedad, de depresión, la hiperactividad… para que puedan mejorar lo antes posible.
¿Se van recuperando ya los niños y adolescentes de las alteraciones emocionales que trajo consigo la pandemia, o aún colean sus secuelas?
Aún vemos coletazos de la pandemia, no del confinamiento en sí, sino de todas las restricciones y miedos que vivimos niños y adultos en los meses siguientes. Seguimos viendo muchos casos de trastornos de la conducta alimentaria (TCA), muchos de ansiedad derivada de dificultades a nivel relacional, mucho abuso de pantallas, autolesiones, clínica depresiva… Pero tampoco podemos echar la culpa de todo a la pandemia, sino que esto ya era algo que se estaba gestando previamente y la pandemia no hizo más que acelerarlo.
¿Qué podemos hacer como padres para fortalecer la salud mental de nuestros hijos?
Ser asertivos, escucharles, acompañarles emocionalmente, equivocarnos, mostrarnos firmes, coherentes, disponibles y consistentes, pero siempre llenos de afecto. Los padres debemos ser sus pilares, personas de seguridad para ellos, que les permitamos explorar y conocer, pero ser para ellos siempre un puerto seguro al que poder volver.