El caso de Miguel Donaire, un granadino de 16 años con altas capacidades, saltaba a los medios de comunicación el pasado mes de enero porque, aún sin cumplir los 16 (los cumple este mes de marzo), había sido admitido en la mismísima Universidad de Oxford. Lo intentó por primera vez por su cuenta, sin comentar nada a sus padres, a los 13; por aquel entonces, la prestigiosa universidad le propuso esperar. No le quedó más remedio que hacerlo y, dos años después, le permitieron hacer las pruebas de acceso y lo ha conseguido. Empezará el próximo curso en un doble grado de Matemáticas e Ingeniería Informática. No es el único; Daniel, un sevillano de tan solo 12 años, ya estudia en la Universidad Pablo de Olavide. En su caso, no estudia una carrera como tal, sino que recibe clases de Química que compagina con sus estudios en el colegio, pero se trata de un paso de gigante para un niño de su edad. Por eso, con motivo del Día Internacional de las Altas Capacidades, este 14 de marzo, analizamos si es conveniente o no esta aceleración de curso que permite a chicos y chicas superdotados acceder a la universidad antes de lo que les corresponde por edad.
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“¿Es recomendable? Claro, si es que es lo que necesitan”, nos responde con contundencia Jana Martínez-Piqueras, presidenta de la Fundación Indifferent Minds y docente con mención especial en pedagogía terapéutica, especialista en altas capacidades, inteligencia emocional y metacognición. “No todas las altas capacidades necesitan las mismas medidas; depende de la situación del perfil que tenga el niño. Lo que sí es muy peligroso es que los niños lo necesiten y no se les dé porque tengamos miedo o estemos desinformados”.
Para tomar la decisión de una aceleración de curso o no, “se valora muchísimo el perfil emocional”. Martínez-Piqueras explica que antes se hace a los menores una serie de pruebas para valorar su personalidad, si tienen tendencia a padecer ansiedad, su capacidad de adaptación… También ocupa un lugar esencial la observación por parte del profesional y, por supuesto, la autorización por parte del interesado. “Mover a un niño que no quiere ser movido sería un disparate y, por lo general, si el niño quiere ser movido, es que lo necesita”, puntualiza la presidenta de Indifferent Minds acerca de lo que se llama aceleración (adelantar uno o varios cursos al niño o adolescente con altas capacidades).
¿La adaptación social puede ser un impedimento para el paso a la universidad en menores con altas capacidades?
Por evidente que sea que un chico o una chica de 16 años pueda estar capacitado intelectualmente para comenzar a estudiar en la universidad, es posible que sus familias se planteen la idoneidad de dar el paso por las posibles repercusiones en lo que a las relaciones sociales se refiere. Sus compañeros serán mayores que él o ella y, en concreto en el ámbito universitario, puede encontrarse con muchos con los que la diferencia de edad sea muy notable. “Hay muchos niños (con altas capacidades) que tienen dificultades para hacer amigos y es porque no están entre iguales”. Algunos presentan disincronía social (cuando la habilidad social no está tan desarrollada como el intelecto), pero “esas disincronías sociales no las ajustas como no le pongas en un entorno que sea el adecuado”, asegura. Se sienten, por tanto, mucho más cómodos con chicos mayores que ellos.
Pero… ¿qué ocurre en la adolescencia? No dejan de ser menores de edad que se relacionan, en la facultad, con adultos, que pueden salir o hacer otro tipo de planes muy diferentes o que no son aptos para los primeros. ¿Notan diferencia en este aspecto? “Sí, la notan, pero no importa; a ellos les encanta aprender también observando el entorno”, afirma la especialista en altas capacidades.
Puede que no estén en el mismo punto de salir hasta las mismas horas, pero esperan a que llegue su momento y, mientras, en clase se ríen muchísimo, nos cuenta Jana Martínez-Piqueras. “Los demás les ven como un igual”.
De hecho, la propia Jana Martínez-Piqueras sabe lo que es estudiar en la universidad siendo aún una adolescente. Tenía 16 años cuando dio sus primeros pasos en la vida universitaria y no tuvo ninguna dificultad tampoco en el plano social. Solo aprecia una diferencia con la época en la que ella hizo esa aceleración del centro escolar a la facultad con lo que ocurre ahora con los chicos con altas capacidades: mentir acerca de la edad a los nuevos compañeros. “En mi época se mentía; yo no quería que pareciera que no tenía 18 años”, dice entre risas. “Pero mi época no es esta; en esta no mienten”. Lo que hacen, comenta, es explicar que cursan una carrera a los 16 porque aprenden más rápido.
¿Hay riesgos de que un menor con altas capacidades no acceda a la universidad cuando lo necesita?
Hasta ahora hemos hablado de las posibles consecuencias de que un chico o una chica de 16 años estudie en la universidad, pero ¿qué ocurre cuando no es así?; es decir, ¿y si el menor está capacitado para dar el paso de convertirse en universitario y se le impide? Las consecuencias de esto pueden ser mucho más graves de lo que, a priori, cabría imaginar, tal y como apunta la docente especializada: “la alta capacidad no es una patología, pero genera patologías por no ser atendida. Por ejemplo tics, trastorno obsesivo compulsivo, cuadros de ansiedad, trastornos de conducta, irritabilidad, insomnio, trastornos de la alimentación, estados depresivos grandísimos…”. La experta hace hincapié en que, para estos chicos, esa aceleración de curso es una necesidad que es imprescindible cubrir. Se trata de niños o adolescentes NEAE (Necesidad Específica de Apoyo Educativo) y, aunque sus derechos están por ello protegidos por ley, “que se ejecutan esos derechos depende tanto de la suerte que eso es aterrador”, asegura Martínez-Piqueras. De ahí que la especialista en altas capacidades reclame un protocolo más claro de actuación por parte de los centros escolares y común a todo el territorio nacional.