La verdura está repleta de propiedades nutricionales que la hacen un alimento muy rico a cualquier edad. Mucho más cuando se está creciendo. Pero para conseguir que los más pequeños de la casa la acepten hay que librar bastantes batallas en la mayoría de los hogares.
Belén Núñez Manso es dietista, chef y madre. Sabe cómo lograrlo y le hemos preguntado por esos trucos que hacen posible que hortalizas y verduras se integren en el menú familiar.
Dos claves básicas: el ejemplo y la repetición
Tal como cuenta la experta, el ejemplo paterno es esencial para que el niño acabe aceptando las verduras como un componente más de su plato cada día. “Muchas veces me dicen, ‘yo como, pero ellos no’. Ellos no lo hacen porque les damos una vez y lo rechazan, lloran y se genera un ambiente muy tenso”, explica.
Los padres prefieren evitar entonces el conflicto y optan por otros platos que saben que no conllevan problemas, pues son del gusto de sus hijos. Pero, “hay estudios científicos que corroboran que para que un bebé acepte un alimento tiene que probarlo hasta 14 veces (yo diría que más), y es normal”, insiste.
Hasta que el bebé comienza con la alimentación complementaria, a los seis meses de vida, tan solo habrá recibido leche materna o leche de fórmula. En la leche materna sí hay más sabores, pues esta va cambiando en función de lo que come la madre, lo que puede facilitar la posterior aceptación de nuevas sensaciones gustativas.
Sea como fuere, hasta los seis meses solo han tomado leche y “cualquier otra cosa que no sea esto, les producirá rechazo por puro instinto de supervivencia animal. Por eso aquí es importante repetir constantemente: seguir ofreciendo verduras”, destaca.
Los niños cambian de gustos como los adultos
Al igual que les pasa a los mayores, los más pequeños de la casa van cambiando de preferencias en cuanto a la alimentación. Puede que en un determinado momento hayan aceptado acelgas, pimientos, lechuga o cualquier otra hortaliza o verdura, y de repente ya no quieran tomarla más.
“En estas fases, lo importante es seguir introduciendo verduras, cambiar su formato, cocinado, presentación, hacer otras mezclas, pero no pasar por no volver a ofrecer. Las ha dejado de comer porque las rechazó y no se las hemos vuelto a ofrecer”, comenta la especialista (@belen.tusalud, en Instagram).
Aquí entra mucho en juego la observación de lo que le gusta a cada niño y la imaginación para variar. Las verduras pueden presentarse en tortilla, en sopas, guisos, rellenos. Junto a otros alimentos se pueden triturar incluso en un principio. “No soy partidaria de triturar para que se acostumbren a ver colores, pero la textura no le incomodará al comerla junto al fideo, arroz o legumbre, por ejemplo”, señala.
Es también importante potenciar el sabor de estas con aceite de oliva, sal, ajo, cebolla en polvo, pimentón dulce, cúrcuma, “e incluso un chorrito de vinagre puede hacer que el sabor les cambie y les motive mucho más”.
Si al pequeño le gustan las texturas crujientes, se le pueden ofrecer en ensaladas ”con aliños sabrosos, verduras picadas en crudo y rehogadas con cuscús, arroces, carnes y pescados desmigados; en tempura y rebozados con frutos secos picados”.
Y otra forma muy sencilla de que tomen más verdura habitualmente es en la pasta o la pizza, añadiéndola a la salsa de tomate o sobre la masa de la pizza, con el resto de ingredientes.
Con todas estas fórmulas se busca que no rechacen el sabor para ir luego haciéndoselas más presentes a la vista. “El objetivo no es engañarles sino educarles y que dejen de tener ese rechazo e incluso miedo a comer verduras”, expone.
La importancia de las palabras: ¿alimentos más apetecibles que otros?
Beatriz Núñez, que trabaja facilitando menús saludables a toda la familia, constata cómo cuando los progenitores tienen una mala relación con la comida, esta se extiende a sus hijos. Es así porque el ejemplo no está solo en lo que se pone en el plato sino en cómo se habla de los alimentos.
Y ejemplifica: “Transmitir que los fines de semana o los viernes por la noche no son días de verduras, sino de premiarse con comida basura después de una semana dura. Si mostramos cómo las verduras son el sacrificio y significan comer aburrido, estamos fomentando el rechazo a las mismas en nuestros hijos”.
Hay otro problema añadido. Los consumidores, desde la primera infancia, tienen a su alcance cada vez más productos hiperpalatables y poco saludables. “Es difícil que les obliguemos a comer verduras y funcione, mientras les estamos ofreciendo desayunos cargados de galletas, cereales azucarados, bollos...”, advierte. “Los almuerzos del cole y las meriendas son cada vez menos sanas. El problema radica en que hemos educado el paladar de nuestros hijos a esos sabores tan potentes, tan adictivos, que comer un plátano ha dejado de ser una opción dulce para ellos”, insiste.
Así, los más pequeños no toleran el ligero amargor y la falta de dulzor de las verduras. ¿Solución? Ir retirando ultaprocesados de la dieta infantil e ir enriqueciendo el menú del niño con nuevas verduras, según vaya admitiéndolas, como anima Belén Núñez Manso.