Para entender qué es el síndrome disejecutivo y cómo afecta a niños y a adolescentes, antes hay que hablar de las funciones ejecutivas, como nos indica Catalina Ordóñez Aneas, maestra de educación especial y autora de Funciones ejecutivas. Actividades y juegos de mesa (Editorial Sar Alejandria). “Es un término demasiado amplio e impreciso, no hay un consenso a la hora de definirlas, pero podríamos decir que son aquellas capacidades cognitivas necesarias para resolver un problema, saber actuar frente a nuevas situaciones y la autorregulación tanto a nivel cognitivo como emocional. Todos ellos son aspectos muy importantes para desenvolvernos en nuestra vida”.
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¿Qué es el síndrome disejecutivo?
Partiendo de que las funciones ejecutivas son capacidades cognitivas y emocionales, el síndrome disejecutivo, también llamado síndrome frontal, es producto de la pérdida o la falta de esas capacidades “y no tiene nada que ver con el coeficiente intelectual de las personas”, puntualiza Ordóñez. “Va a afectar al control inhibitorio, la memoria, la flexibilidad cognitiva, la planificación y a la toma de decisiones. Uno de los síntomas comunes de estos trastornos son la impulsividad, mantenerse concentrado en una tarea y la autorregulación de sus emociones”.
¿Cómo afecta el síndrome disejecutivo a los niños y a los adolescentes?
El síndrome disejecutivo puede darse en el entorno escolar, que es lo que les ocurre, por ejemplo, a niños con TDAH (con menor capacidad de atención y de control inhibitorio) o en cualquier momento de la vida “a causa de un accidente, un ictus, Alzheimer o adicciones, entre otras”. En lo que a los menores de edad se refiere y en cómo les pueda afecta, todo “va a depender de la edad del niño o la niña y de la zona afectada en caso de lesión o alteraciones de la corteza prefrontal debido a un proceso infeccioso, tóxico, por una disfunción de las áreas prefrontales o de sus conexiones”, explica la maestra de educación especial.
Hay que tener en cuenta que “la última región del cerebro en madurar es la corteza prefrontal” (donde se ubican las lesiones o alteraciones relacionadas con la pérdida de funciones ejecutivas). Se considera que habrá madurado plenamente “alrededor de los 30-34 años de edad”. Por eso, para comprobar cómo afecta este síndrome a un niño o a un adolescente, es preciso valorar el período sensible en el desarrollo cerebral en el que se encuentra. Como nos indica la especialista, son tres:
- Entre los 4 y los 8 años. En esta etapa, el niño “comienza a desarrollar la inhibición de impulsos, el lenguaje interno o la regulación emocional”.
- Entre los 10 y 12 años. Período en el que “el control inhibitorio alcanza su máximo desarrollo”.
- Entre los 16-19 años. En la adolescencia “se consolidan las habilidades de planificación, resolución de problemas y autorregulación”.
¿Puede un niño con síndrome disejecutivo mejorar?
Bien porque tenga un trastorno (señalábamos anteriormente el TDAH) que acompañe al niño durante toda su vida o bien porque sea producto de un accidente o una lesión cerebral, la pregunta que todos los padres se hacen cuando un profesional les explica que su hijo tiene síndrome disejecutivo o algún tipo de alteración en las funciones ejecutivas es ¿podrá mi hijo mejorar? . “Rotundamente sí”, nos responde Catalina Ordóñez. “Se pueden mejorar las habilidades ejecutivas durante la infancia”.
Sin embargo, señala que este tema “está en continuo estudio y todo va a depender de cómo se planteen las actividades y tareas”, pues, como ella misma dice, no para todos funciona lo mismo. “Lo que sí debemos tener claro es que debemos evitar el aburrimiento, salir de la zona de confort del niño o la niña a la hora de trabajar las funciones ejecutivas y graduar la dificultad de las actividades, puesto que una vez que automatizan una tarea, se dejan de trabajar las funciones ejecutivas”. Eso no implica que no haya que repasar lo que va aprendiendo o aquello en lo que va mejorando porque, de lo contrario, “corre el riesgo de olvidarse”.
En cualquier caso, “cuantos más aspectos trabajemos, más extensos serán los resultados”. Y la experta nos habla en este punto de los juegos de mesa, a los que considera una herramienta muy poderosa, pues “hacen que tengamos que poner en funcionamiento todas las funciones ejecutivas durante el juego”.
“Siempre recomiendo jugar y jugar”, subraya. “Cada vez más se utiliza el juego en terapia, en el colegio y con personas mayores. Además de crear momentos de distensión, liberamos el estrés, socializamos y escapamos del mundo pantallas”. Sin duda, sus beneficios abarcan un amplio espectro.
¿Cómo pueden los padres de un niño con síndrome disejecutivo ayudar a su hijo?
En función de la recomendación de la especialista en educación especial, una manera sencilla, divertida y eficaz con la que las familias de niños y adolescentes con síndrome disejecutivo pueden ayudarles es jugando con ellos a juegos de mesa. Como es lógico, estos se deberán elegir en función de la edad y de las necesidades (así como de los gustos) de los hijos, pero además darán lugar a más momentos de conexión en familia.
Y eso es también un aspecto clave, puesto que puede haber momentos complicados en los que resulte difícil incluso a los progenitores ante ciertas reacciones o comportamientos del menor. Por eso, la autora de Funciones ejecutivas. Actividades y juegos de mesa recomienda paciencia porque, aunque sí es posible la mejora, se trata de “un proceso lento y paulatino”.
“Es muy frustrante para el propio niño ver que no es capaz de retener la información que se da en clase, o que no puede concentrarse durante más de un minuto en una tarea”. De ahí la necesidad de trabajar la autoestima y los aspectos emocionales, como nos explica. “Es muy importante el bienestar de los niños y niñas. Aconsejo realizar actividades físicas como pasear, nadar, patinar o actividades recreativas; para los niños y niñas con habilidades deportivas, practicar deportes de equipo es beneficioso”. En líneas generales, recomienda todas aquellas actividades que trabajen la calma y la relajación, como puede ser el mindfulness (que se puede empezar a realizar a partir de los 4 años, aproximadamente), ya que aporta aspectos muy positivos.
“Lo fundamental es que las familias tengan una relación cálida, fomenten la autonomía, estimulen el aprendizaje, ayuden a autorregularse, manifiesten respeto, establezcan normas y límites de forma positiva y jueguen en familia; sus funciones ejecutivas se verán beneficiadas”, asegura. “Y, sobre todo, cuidar los aspectos físico, intelectual, emocional y social”.