Es relativamente frecuente notar un ganglio en el cuello de los niños. De hecho, esos ganglios están por todo el organismo conectados a los vasos linfáticos. A veces se inflaman, haciéndose más evidentes, y entonces hablamos de adenopatías.
¿Qué debemos tener en cuenta cuando aparecen? ¿Hay algunos que pueden alertar de algo más grave? La Dra. Estefanía Barral Mena, facultativa especialista de Pediatría del Hospital Universitario Infanta Leonor, de Madrid, nos da las claves de todo ello.
Los ganglios habituales en el cuello del niño
Los ganglios forman parte del sistema linfático, que nos defiende de los gérmenes externos, entre otras funciones. “En el cuello hay gran cantidad de ellos, y en niños sanos pequeños, que tienen la piel muy fina, es fácil notarlos o palparlos sin ser nada preocupante”, tranquiliza la experta.
Son completamente normales cuando cumplen estas características:
- Son blandos.
- Se dejan mover.
- Son menores de un centímetro.
Cuando los ganglios se inflaman se hacen más evidentes. En ese caso reciben el nombre de adenopatías, que es uno de los motivos de consulta pediátrica más frecuente. “En la absoluta gran mayoría de los casos son de curso benigno y autolimitado (se resuelven solos), pero cuando se inflaman se debe consultar al pediatra de forma programada para establecer su posible origen”, comenta.
Los ganglios suelen aparecen con más frecuencia en la parte cervical alta, justo bajo el reborde de la mandíbula. Otras localizaciones menos frecuentes, como detalla la Dra. Barral, son detrás de las orejas y en la zona de la nuca. “Si se presentan justo por encima de la clavícula las llamamos supraclaviculares. A estas las consideramos de alto riesgo”.
¿Por qué se inflaman los ganglios?
Ya sabemos que los ganglios forman parte del sistema defensivo del organismo. Cuando se inflaman, lo más habitual es que sea porque hay una infección cercana a esa zona. “Son las defensas de nuestro cupero activándose para defendernos”, comenta la pediatra. Esas infecciones pueden localizarse en distintos puntos: garganta, oído, ojos, boca...
En la mayoría de las ocasiones estas infecciones son debidas a virus, por lo que solo se pauta un tratamiento para aliviar los síntomas y se va observando la evolución. Pero “también pueden producirse por lesiones en la piel como dermatitis o heridas sobreinfectadas, o incluso por algunas parasitosis como la pediculosis (piojos). En estos casos hay que tratar la causa específica para que el ganglio se desinflame”, apunta.
Menos habitual es que la inflamación de los ganglios responda a enfermedades inflamatorias, en las que las defensas actúan atacándonos a nosotros mismos, “o muchísimo más infrecuente, enfermedades de la sangre como leucemias o linfomas”.
¿Cuándo se necesita atención urgente?
Aunque en la mayoría de los casos los ganglios inflamados no revisten importancia, hay otros en que sí se requiere una atención urgente. Estos son los signos de alarma que detalla la especialista del Hospital Universitario Infanta Leonor:
- Que haya tenido un crecimiento muy rápido en poco tiempo.
- Que sea mayor de dos centímentros.
- Que la piel por encima del ganglio se enrojezca y se ponga caliente.
- Que el ganglio que tocamos sea duro, como una piedra.
- Que al intentar moverlo esté fijo y no lo consigamos.
“También nos preocupa que las adenopatías se acompañen de sudoración nocturna, pérdida de peso, disminución del apetito, fiebre persistente sin encontrar origen infeccioso o que se queden inflamados periodos de tiempo superior a las dos o tres semanas”, destaca.
¿Ganglios o quistes congénitos?
Algunos bultos en el cuello no son ganglios sino quistes congénitos, es decir, lesiones con las que el niño ha nacido. “Se producen por un desarrollo anormal de la zona del cuello durante el periodo fetal, dentro del útero manero. Esto conlleva que se formen una especie de bolsas con contenido líquido en su interior”, explica la Dra. Estefanía Barral.
El más frecuente es el denominado quiste del conducto tirogloso, que se localiza justo en el centro del cuello, por encima de la glándula tiroides. Hay otros como los quistes en los arcos branquiales, quistes tímicos o quistes dermoides, que pueden acompañarse de agujeros en la piel (fístulas). “Por esta fístulas puede salir el líquido del quiste, lo que nos da una pista clave para pensar en ellos”, asegura.
A veces, aunque el niño nace con el quiste, este es tan pequeño que no se manifiesta hasta meses o años después, “cuando al tratase de un tejido débil o extraño se infectan con una bacteria, poniéndose rojos, grandes y calientes, pudiendo asociar fiebre”, comenta la pediatra. En ese caso se trata primero la infección bacteriana y cuando la situación se ha estabilizado se suele extirpar el quiste en una cirugía programada.