Paul Dix tiene tres décadas de experiencia como educador. También es formador y ayuda a generar cambios radicales en el comportamiento de los más jóvenes, tanto en casa como en los hogares.
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Creador de un método que se utiliza en más de 150.000 aulas de todo el mundo, ha querido trasladar esas técnicas a las familias. Resultado de ese trabajo es su reciente libro Cuando los padres cambian todo cambia (Ed. Temas de Hoy). Hemos charlado con él.
En el libro aboga por crear un ambiente de calma en el hogar que impregne a toda la familia. ¿Cuáles son las claves, teniendo en cuenta que la mayoría de los padres viven una vida estresante y muy exigente?
Tu capacidad para mantener la calma, la coherencia y la racionalidad lo es todo. Requiere cierta práctica, pero con el tiempo te permite ver el comportamiento tal y como es y responder en consecuencia.
Tu comportamiento es el único sobre el que tienes un control absoluto. Empieza por ahí. En lugar de intentar cambiar a tu hijo, cámbiate a ti mismo y todo cambiará. Cuando eres un adulto emocionalmente coherente, tu hijo aprende a comportarse de verdad (y no sólo a comportarse para mantenerte a ti tranquilo).
Su método fue pensado inicialmente para el ámbito escolar. ¿Los niños son igual dentro que fuera de casa?
Todos nos comportamos de forma diferente en contextos diferentes y sí, el comportamiento de algunos niños en casa es perfecto y en el colegio un desastre; y viceversa. Lo importante es una respuesta adulta coherente y racional. Las escuelas utilizan mis libros con los padres para crear una coherencia que rodea al niño. Los mismos límites, las mismas normas, las mismas altas expectativas. En lugar de esperar a que el niño cambie, cambia tú.
“Se puede ser estricto sin dejar de ser amable”, confirma en el libro. ¿Por qué nos volvemos ‘ogros’ al aplicar la autoridad paterna?
Porque queremos a nuestros hijos y deseamos lo mejor para ellos. Pero una buena gestión del comportamiento es contraintuitiva. Lo que en el momento parece la respuesta correcta a un mal comportamiento casi siempre es la equivocada en retrospectiva. El comportamiento de tus hijos es un reflejo de ti, de tus valores, de tus normas, de tu familia. Con tanto en juego, parece intuitivo reprimir el mal comportamiento. En realidad, el castigo por sí solo no basta.
Habla también de las consecuencias proporcionadas en contraposición a los castigos muy rigurosos. ¿Valen para algo estos últimos?
Los pequeños castigos proporcionados y oportunos pueden ser útiles. El problema del castigo es que no enseña las lecciones adecuadas. No hace bien su trabajo. Puede que enseñes a tu hijo un “No” útil y firme, pero más allá de eso el castigo es un mal maestro. La conversación debe ser el 90% de cualquier consecuencia. El castigo no enseña nuevos comportamientos, las conversaciones restaurativas sí.
¿Por dónde comenzar a señalar esos momentos positivos del día a día que tanto bien hacen a los hijos y que subraya en el libro?
Notando las cosas pequeñas y mencionándolas, con suavidad, sin demasiada fanfarria, a menudo. Fíjate en las cosas que le importan a tu hijo y fíjate en las cosas que hace bien y que a menudo pasan desapercibidas. Fíjate bien en cómo reacciona tu hijo. También cambiará tu forma de ver su comportamiento. Rápidamente te darás cuenta de que obtienes más del comportamiento que más percibes.
De las rutinas cotidianas que merezca la pena cambiar para establecer una mejor relación paterno-filial, ¿cuáles son las esenciales?
La forma de afrontar los momentos difíciles es fundamental. Darse tiempo para hacer una pausa, encontrar la calma interior, referirse a las normas y a “cómo lo hacemos aquí”, dar instrucciones y consecuencias claras y coherentes, etc. No tiene por qué gustarte el comportamiento de tu hijo, pero tienes que dejarle claro que le sigues queriendo. Separar el comportamiento de tu hijo de tu hijo es otra rutina clave. Una forma fácil de separar ambas cosas es decirle: “Te quiero, pero no me gusta este comportamiento”. Si le dices a tu hijo que es difícil, enfadado o travieso con la suficiente frecuencia, empezará a creer que lo es y canalizará todas sus reacciones a través de esas etiquetas. La forma en que te diriges a tu hijo es muy importante. Se convierte en la forma en que ellos se hablan a sí mismos.
¿Cómo actuar cuando el niño desobedece, tiene un comportamiento disruptivo o mantiene una actitud nociva para él mismo o para los demás?
Seamos claros. Algunos comportamientos perturbadores requieren una intervención inmediata y consecuencias graves. He trabajado en entornos en los que no hacerlo pone en peligro a los demás.
Sin embargo, la mayoría de los comportamientos en la familia no son tan graves y necesitan una respuesta más mesurada y rutinaria. Establecer normas sencillas, acordar expectativas sencillas y establecer consecuencias sencillas lleva poco tiempo y significa que todo el mundo sabe a qué atenerse cuando se cometen errores.
Si me enfado por el comportamiento, puedo utilizar una respuesta estándar o un guión para asegurarme de que mantengo la calma y el mensaje es claro. Lo importante es la coherencia de la respuesta y de las consecuencias.
Si el comportamiento de mi hijo es perturbador, tengo que enseñarle a comportarse mejor. Lo que los padres hacen en el momento es importante, pero la lección que enseñan después es lo que realmente se aprende.