“La información es poder y, en la maternidad y la paternidad, es además calma, es seguridad, es serenidad y es autocontrol”, nos dice la Dra. Lucía Galán Bertrand, más conocida como Lucía, mi pediatra. Y en torno a esta verdad gira su último libro, Los virus no entran por lo pies (Editorial Planeta), con el que desmitifica falsas creencias que siguen, aún hoy en día, muy arraigadas. ¿Sabías que la lactancia con leche de fórmula también debe ser a demanda? ¿Qué los zumos naturales hechos en casa no son tan sanos? ¿O que las convulsiones febriles pueden aparecer en un niño con fiebre no muy alta?
Entre los mitos sin fundamento real de los que habla, destaca el que asocia las vacunas al autismo y la idea de que los niños y los adolescentes no sufren de depresión ni de ansiedad ni tienen ideas suicidas. Aporta datos y demuestra un alarmante incremento de estos problemas de salud mental entre los menores. De todo ello hemos charlado largo y tendido con ella y, al igual que hace en el libro, arroja luz al aportar evidencia científica a cuestiones básicas del día a día en el cuidado de los hijos.
Los virus no entran por los pies ni con el pelo mojado, pero, ¿el frío no favorece de algún modo los constipados en el niño?
La explicación científica de la asociación de frío y enfermedades infecciosas respiratorias fundamentalmente es la siguiente: los virus son microorganismos que viven en nuestra nariz o nuestra garganta o, como mucho, en nuestras manos durante unas horas por contacto directo. Nosotros, en las fosas nasales, tenemos unos pelillos que se llaman cilios, que filtran todo el aire externo que inhalamos, incluidos los virus; es como que los atrapas como una telaraña. Al mismo tiempo, en las fosas nasales también fabricamos defensas; tenemos ahí un ejército de defensas que es la primera barrera cuando inhalamos aire que pueda estar contaminado.
Durante el frío esos cilios funcionan torpemente y el mecanismo por el que fabricamos defensas está más enlentecido; eso es lo que hace el frío local en las fosas nasales. Con lo cual, al estar en un ambiente frío, nuestra primera barrera defensiva funciona peor que cuando no hace frío, de modo que, ante la exposición de un virus, tenemos más posibilidad de desarrollar el virus, de desarrollar la enfermedad, porque nuestras defensas, nuestro ejército, no está al 100% y nuestros cilios están un poco vagos. Pero la enfermedad en sí la provoca el virus, no el frío. Lo que pasa es que el frío es un factor favorecedor de que el virus esté más tiempo en nuestro organismo y nos genere la enfermedad.
¿Qué ocurre también con el frío? Que cuando hace frío estamos más tiempo en espacios cerrados, sin ventilar, con lo cual eso hace que se propaguen los virus de una forma más fácil, porque cuando hay buenas temperaturas estamos más tiempo fuera, abrimos las ventanas... En invierno estamos más en cafeterías, en restaurantes, en colegios… no se abren las ventanas en casa y una persona es capaz de contagiar a más personas.
Además, hay un tercer factor con el frío, que es que en la época de frío hay más cantidad de virus respiratorios. A los virus les encanta el frío y hay más cantidad. En definitiva, tenemos más virus circulando, pasamos más tiempo en interiores con poca ventilación, así que nos contagiamos más fácilmente y encima, si salimos a la calle, nuestro sistema de defensa natural no está al 100%, con lo cual estamos un poquito más predispuestos a contagiarnos.
Uno de los mitos que más llama la atención es el de que la lactancia con leche de fórmula también debe ser a demanda. Hace tiempo que hay ciertas corrientes que postulaban por ello, pero ¿podemos decir ya tajantemente que una madre que no dé el pecho a su bebé puede darle toda la leche de fórmula que el niño reclame?
El motivo de darles de comer a los bebés es que el bebé tiene hambre y, si tiene hambre, hay que alimentarle, independientemente de que sea pecho o biberón; no hay ninguna justificación médica ni racional que promueva el que tengamos que darle un horario a un bebé con biberón y con lactancia materna. ¿Qué sentido tiene si el único objetivo de alimentar al bebé es en respuesta a que tiene hambre y que necesita nutrirse? La lactancia materna es a demanda, -ya nos costó derribar esto de las ‘cada tres horas’, ¡las pobres madres lo que han sufrido!, pero es que el bibe también. El bibe es a demanda.
“¿Pero cuánto le doy?” Lo que necesite. Esto hay madres a las que les cuesta entenderlo porque hay bebés que durante la mañana toman 60 y, durante la tarde, toman 90 porque el apetito no es homogéneo a lo largo de todo el día. Igual que con la lactancia materna, hay tomas durante el día que están mucho rato vaciando y hay otras que son más cortitas; pues con el bibe también.
Mi experiencia es que las madres que alimentan con fórmulas adaptadas tienen este esquema muy rígido que las frustra tremendamente porque el bebé no es un reloj. Y el bebé hay momentos del día en los que tiene más hambre y momentos en los que tiene menos hambre. Y hay tomas que se nos juntan porque nos está pidiendo cada dos horitas y hay tomas en las que se echa una siesta y está cuatro horas sin pedir. Y eso también está bien. Entonces, demos pecho o demos biberón, el mensaje es que la lactancia es a demanda.
Y ¿qué ocurre con la lactancia mixta? ¿Podemos darle el pecho y el biberón a demanda igualmente?
En la lactancia mixta siempre recomendamos iniciar primero con pecho porque así favorecemos el vaciamiento de la mama y, con él, el llenado otra vez. Y luego, si necesita suplemento, suplementar después, justo a continuación. Lo que no recomendamos es alternar porque, si alternas,en la toma en la que no le das pecho estás bajando la producción de leche. Y si el objetivo es fabricar cada vez más leche, lo ideal es que siempre el pecho antes y luego la ayuda, y la ayuda a demanda, sí.
De hecho, hay muchas lactancias mixtas que la ayuda a lo mejor la necesitan solo en una o dos tomas al día. Yo muchas veces les digo a los padres que qué sentido tiene aguantar a un niño llorando con hambre. No tiene ningún sentido fisiológico, biológico, humano, médico... El bebé no llora por gusto; llora porque es un mecanismo de supervivencia, porque necesita comer.
Otra de las creencias que desmitificas en el libro es la de las convulsiones febriles con 39º o más de temperatura; ¿por qué en algunos centros médicos u hospitalarios se siguen asociando a fiebre alta?
Aquí las guías de práctica clínica son súper contundentes -todo lo que puedas leer en el libro tiene su bibliografía científica-. La convulsión febril se produce, la mayor parte de las veces, en las primeras horas de la fiebre del primer día, muchas veces sin que te hayas dado cuenta todavía de que el niño está malito, y normalmente cuando empieza a subir y muchas veces tienen 38º ó 38,5º. Es decir, que lleguen a 40º no aumenta el riesgo de convulsiones. Ese es el mito. De hecho, la mayor parte de las convulsiones febriles simples convulsionan a temperaturas más bajas, entre 38º -a veces 37,5º, 38,5º.
¿Hay algún tipo de protocolo para que ciertos cambios, como lo relativo a las convulsiones febriles o a la lactancia a demanda también en leche de fórmula, llegue a todos los profesionales sanitarios por vías más rápidas?
Yo creo que el reto, hablando de este libro, me encantaría que llegase también a compañeros de profesión porque yo entiendo que estar actualizado de todo es difícil. Yo me nutro de muchos compañeros que escriben libros de otros temas que me facilitan a mí la labor de actualizarme sobre algo y porque yo creo que esto, el estar actualizado, también forma parte de nuestra profesión. Y creo que el temor de la mayor parte de nosotros (los profesionales de la medicina) es que te quedes desfasado en algo; nosotros consultamos en muchas ocasiones algo porque los datos a veces cambian, y la evidencia científica cambia y las guías de práctica clínica a veces cambian. Yo, en 20 años de pediatra, he recomendado cosas que ahora ya no están recomendadas, pero en eso consiste la ciencia, en ir avanzando y en reconocer comportamientos o procedimientos que ahora han demostrado que no son beneficiosos y que hay otros que son mejores. Necesitamos tener esa visión humilde de nuestra profesión y tener muy presente que, como no te actualices, la ciencia te pasa por delante. Hay cosas en las que no tienen mayor importancia, pero hay otras que sí pueden ser importantes. Es un reto para los profesionales el estar actualizados.
Por ejemplo, otro caballo de batalla que tenemos con compañeros es el tema del Aquarius y las gastroenteritis, que viene en todas las guías de práctica clínica; cada vez que lo subo a las redes sociales, hay cientos de comentarios: “pues a mí mi médico ayer me dio el Aquarius”, “pues a mí me dieron el Aquarius en urgencias”... Y es verdad, se sigue recomendando porque no es fácil estar actualizado. Pero entre todos vamos creando esta conciencia de cultura sanitaria y creo que tenemos mucha más cultura sanitaria ahora que hace 30 años, cuando se hacía lo que el médico decía y punto. Ahora los padres están muy bien informados y, si algo les chirría, consultan, piden una segunda opinión, buscan otras fuentes… y eso es genial que pase. Es fantástico.
Hablando de gastroenteritis, ¿cuando un niño la padece debemos darle ‘dieta blanda’?
Se sigue recomendando, a veces mal recomendado, porque lo que está demostrado es que el intestino se recupera antes cuanto antes empiece a comer y a comer comida normal. Entendemos por normal comida que no sean ni procesados, ni azúcares, ni salsas extrañas, pero tenemos que respetar el apetito y los gustos del niño; es decir, que si el cuerpo le pide unos garbanzos que ha hecho la abuela con un poquito de caldo, pues que se coma los garbanzos. No es necesario que se tome el pescado hervido, si solo con olerlo le entran ganas de vomitar. Pueden comer de todo, siempre y cuando sean alimentos saludables en pequeñas cantidades y con agua. Y si no comen y beben nada porque no lo toleran, lo que hay que hacer es darles bebidas de rehidratación oral, que es el suero oral, pero no la limonada bicarbonatada que hacían las abuelas ni comprar refrescos porque eso puede empeorar los síntomas de la diarrea.
Siguiendo con la alimentación, ¿pueden los niños tomar zumo natural a menudo?
Acaba de salir otro otro estudio muy interesante que asocia el consumo habitual de zumos naturales con obesidad. Esto ya lo sabíamos, pero viene a reafirmar los estudios previos. La Academia Americana de Pediatría, desde hace ya unos cuantos años, desaconseja completamente el consumo de zumos naturales y, por supuesto, industriales, en los niños menores de dos años naturales; entre los dos y los seis años, recomienda, como mucho, medio vasito de zumo al día y, en mayores de seis años, dos tercios de zumo al día. Esa es la recomendación oficial, como ves, unas cantidades muy pequeñas y la explicación es la siguiente: uno es capaz de beberse un vaso de zumo, pero no es capaz de tomarse cuatro naranjas de golpe, ¿verdad? Las calorías que te tomas en el zumo son las de cuatro naranjas. Es solo un vaso, pero es que yo he tenido niños que a lo mejor beben dos litros de zumo en un día.
Además, y lo más importante de todo, el zumo, es que lo más interesante de la fruta es la fibra. Los azúcares están dentro de la matriz de la fruta y entonces, al comer la fruta a bocados, con la masticación y toda la digestión, hace que esos azúcares se liberen de forma lenta, y eso tiene un impacto positivo en nuestro organismo. Sin embargo, con el zumo, al apartar la fibra por un lado y extraer solamente el jugo, a efectos metabólicos, te estás tomando agua con azúcar porque has liberado el azúcar, le has sacado las celdillas. Entonces, metabólicamente, nuestro organismo se comporta como si hubieses añadido unas cucharadas de azúcar al agua. Y eso es lo que he repetido en el tiempo y de forma continuada: tiene un impacto en la resistencia a la insulina, en la diabetes mellitus tipo dos y en la obesidad.
¿Eso quiere decir que nos vamos por ahí, me ponen un zumo de naranja y no me lo puedo tomar? Lo podemos tomar de forma ocasional, no pasa nada, pero no como consumo habitual, porque el consumo habitual produce unos picos de glucemia que llevan detrás un pico de insulina que al cuerpo no le gusta, no le sienta bien. La insulina está muy medida en nuestro organismo, no podemos tirar de insulina indefinidamente; llega un momento en que el páncreas se puede agotar y, si se agota, entramos en una resistencia a la insulina y el paso siguiente es una diabetes, que es una enfermedad potencialmente mortal.
El mensaje importante es la fruta se mastica, no se bebe : a bocados, a trocitos, triturados cuando son pequeñitos…Los zumos, como consumo habitual -no quiero demonizar ningún alimento-, pero no incluirlos en la dieta habitual.
¿Y por qué no darle un zumo procesado, comprado en el supermercado, sin azúcar?
Porque nutricionalmente es un alimento súper poco interesante; es que es agua con sabores, con edulcorantes. Al final el niño mal llamado mal comedor se bebe un vaso de esos y ya estás hipotecando la comida siguiente, le vas a quitar el apetito y nutricionalmente no va a ganar nada; es más, va a distorsionar los sabores. El paladar es algo que se educa; si tú educas a un niño pequeñito, en sabores ultra intensos a base de zumos, -aunque sea sin azúcares-, a base de yogures de sabores, de postres lácteos de todo tipo de sabores... está demostrado que, a la larga, llegan a rechazar los sabores naturales de una fruta, de unas lentejas, de un pepino… porque les resultan insípidos, porque ese cerebro está acostumbrado a esos chutes de dopamina que recibe con sabores ultra intensos, que es lo que nos dan los procesados.
Hablas también en el libro del origen del mito de que las vacunas provocan autismo; ¿hace falta más divulgación sobre esto?
La historia es que un señor llamado Dr.Wakefield publica un artículo en una de las revistas de mayor impacto a nivel mundial que se llama The Lancet, donde él hace una asociación entre la vacuna triple vírica y el autismo. Esto es una bomba en los medios y en el mundo científico y provoca una caída masiva de la vacunación frente al sarampión, la rubéola y las paperas, que es lo que incluye la triple vírica, en todo el mundo. La desgracia es que no fue hasta diez años después cuando se descubrió que este estudio había sido un estudio fraudulento, hasta tal punto de que se le retiró la licencia de médico. De hecho, él ahora ya no reside en Reino Unido porque no puede trabajar allí, está en Estados Unidos.
Fue un estudio fraudulento con 12 casos, que es una cifra irrisoria, pues en bibliografía científica, verás que trabajamos con tamaños muestrales de 200, 500, 10.000 ó 500.000 personas; 12 pacientes es un tamaño muestral irrisorio. Pero es que además pertenecía a una organización antivacunas y, además, luego se demostró que este hombre había patentado su propia vacuna para promocionarla después. Fue el mayor escándalo científico de la historia de las vacunas.
La desgracia fue que tuvieron que pasar diez años; le retiraron el título en el 2010. Todavía hoy, 14 años después, seguimos escuchando este mito porque caló muchísimo. Pero lo más desgraciado de todo es que han fallecido cientos de niños por culpa del sarampión, por estos brotes de comunidades antivacunas.
La buena noticia es que toda la comunidad científica de todo el mundo, incluidas todas las asociaciones de trastornos del espectro autista, tienen publicados en todas sus guías que las vacunas no provocan autismo porque tenemos ya una evidencia de más de un millón de niños recogidos en los que se ha estudiado si realmente esta asociación existió o no. Estamos estamos hablando de tamaños muestrales enormes; ya podemos asegurar que la vacuna triple vírica no produce autismo porque la evidencia científica es contundente.
Pero seguimos arrastrando el mito y hace uno o dos meses hubo un brote de sarampión, no sé si de 200 niños, en Birmingham. Y es que el sarampión es una enfermedad potencialmente mortal, no es ninguna tontería.
¿Los adolescentes y los niños pueden tener depresión y ansiedad?
He dedicado una parte muy importante del libro a la salud mental de los niños y de los adolescentes porque, cuando revisas los datos, realmente es para preocuparse. Entre el 10 y el 20% de nuestros adolescentes tienen ansiedad o depresión. Y esto es importante porque la depresión les puede llevar a ideas suicidas o incluso al suicidio. Las tasas de suicidio que tenemos son inadmisiblemente altas: en el 2021 fallecieron más adolescentes por suicidio que por cáncer.
La salud mental no es una moda, es una necesidad imperiosa que debemos abordar. Los niños tienen ansiedad, tienen depresión, sufren autolesiones, sufren bullying…. Y el bullying es la primera causa de suicidio en los adolescentes. Es nuestra responsabilidad como adultos abordarlas con toda la seriedad que merecen.
¿Hay ahora realmente más casos o los padres han tomado más conciencia y llevan más a sus hijos al psicólogo?
Se juntan un poco las dos cosas, pero sí que es verdad que se ha constatado, por la Asociación Española de Psiquiatría Infantojuvenil, un aumento de trastornos de ansiedad, trastornos de depresión, trastornos de conducta alimentaria, autolesiones y suicidio. Hemos visto un incremento importante desde la pandemia, por eso es un tema que necesariamente tenemos que abordar no solo a nivel sanitario, sino también hablando de ello desde la divulgación, para que los padres por lo menos sepan que su hijo puede tener depresión. Que un 10 o un 20% de los adolescentes la tengan es mucho, que todos tenemos a nuestro alrededor a diez jóvenes, de los cuales uno o dos va a tenerlo. Al final son situaciones que están en nuestro entorno y, si no se hablan y no se conocen, no se diagnostican.
Hasta hace no mucho en los medios de comunicación existía la norma no escrita de no hablar de suicidio para no generar efecto bola de nieve…
Esto lo abordo en el libro porque me pareció interesantísimo cuando lo investigué. Efectivamente, históricamente en el periodismo se hablaba del efecto Werther; según este efecto, se creía que hablar de suicidio provocaba el suicidio. Pero luego se demostró que no, y en los estudios de ciencias de Comunicación ya se está impartiendo y también se está intentando promocionar el efecto Papageno, que dice que hablar de suicidio previene el suicidio, pero hay que saber cómo hablar. Hay unas leyes escritas que yo considero que todas las personas que hablen de suicidio, ya sean periodistas o no lo sean, las tengan muy presentes, porque esto también salva vidas; lo primero es, por supuesto, tratar la noticia con el máximo respeto: no poner ni fotografías del lugar de los hechos, ni reconocer el sitio donde ha sido, ni hablar de cómo lo ha llevado a cabo, ni publicar las cartas de despedida, ni hacer la cronología de cómo ha sucedido. Esto hay que evitarlo.
Además, hay que utilizar el rigor, el respeto y la empatía hacia los familiares, porque esa persona tiene familia. Hay que hablar siempre desde la pérdida, desde la pena, desde el dolor. Nunca hay que utilizar expresiones como “ha sido rápido”, “ha sido indoloro”, “ha sido fácil”... Son palabras de las que hay que huir siempre en la en la comunicación. No hay que acusar al suicidio como el fin de algo ni romantizar la idea suicida: “por fin descansa”, “ahora ya ha encontrado su paz”... No. El suicidio es una pérdida dolorosísima y evitable y nunca es debido a una única causa.
No se debe achacar tampoco el suicidio a que tenía una enfermedad mental o que le han desahuciado o que le han roto el corazón. Nunca es por esto; siempre es una causa multifactorial. Estos son unos puntos incluidos dentro del efecto Papageno, que están demostrados; hablar así, desde ese lugar, previene el suicidio. Y siempre al finalizar la comunicación sobre el suicidio, siempre tienen que estar las líneas de telefónicas para pedir ayuda. Tanto el 024 como el Teléfono de la Esperanza y con un mensaje esperanzador de que de la depresión también se sale, de que de las ideas suicidas también se sale y de que, si tienen a alguien a su alrededor que está en esta situación, que pidan ayuda.