Entender cómo funciona el cerebro de un niño es esencial para ayudarle a potenciar todas sus capacidades, así como para desarrollar más aquellas en las que la genética le ha proporcionado una base menos sólida. David Bueno i Torrens, doctor en Biología, fundador de la cátedra de Neuroeducación en la Universidad de Barcelona y referente en este área científica a nivel nacional e internacional, explica de manera sencilla en su último libro, Educa tu cerebro (Editorial Grijalbo), cómo hacerlo. Hemos charlado con él y nos ha detallado la premisa indispensable a seguir en casa con nuestros hijos para favorecer en ellos un mejor crecimiento mental desde que son bebés.
¿Cómo influye el ambiente emocional en el que se vive en la infancia en el cerebro?
El ambiente emocional que se vive en la infancia tiene un papel muy importante en cómo se construye el cerebro y en cómo esos niños y niñas después van a percibirse a sí mismos y se van a relacionar con el entorno. Se ha visto, por ejemplo, que los niños que los primeros años de vida viven en lo que se llama un ambiente de crianza negativo, con poco o nulo apoyo emocional e incluso, llevado al extremo, con rechazo y hostilidad, comparado con los que viven en un ambiente de crianza positiva, que implica apoyo emocional, no sobreprotector (y me gusta enfatizarlo, no sobreprotector) con coherencia entre recompensas y amonestaciones de tipo educativo, esto deja una huella en su cerebro que, después, se nota especialmente a partir de de la preadolescencia y la adolescencia.
Los que han vivido en un ambiente de crianza negativo son personas menos creativas, con menos capacidad de aprendizaje, más dificultades para buscar sus motivaciones, menos facilidad para gestionar la ansiedad y el estrés y más impulsivos. Y eso se empieza ya a gestar durante esta primera infancia. Por supuesto que después todo puede cambiar; puede cambiar porque el cerebro sigue siendo plástico e incorpora aprendizaje y experiencias nuevas, pero ya marca una tendencia posterior.
¿Por qué es importante para el cerebro que los niños jueguen?
El juego es la forma instintiva que tienen los niños y también los adultos de adquirir conocimientos nuevos, así que es importante que los niños jueguen porque es la forma que tienen de estar en un ambiente razonablemente seguro para explorar, para explorarse a sí mismos, a su entorno y las relaciones sociales, estableciendo los juegos de rol, el pilla pilla… es igual, cualquier juego de niños. En este sentido, es importante destacar también que se ha visto que el juego libre, es decir, no dirigido ni supervisado por un adulto, potencia, posteriormente, la capacidad de gestionar el estrés, de gestionar la ansiedad, de asumir nuevos retos, valorando de forma reflexiva las amenazas y los riesgos de estos nuevos retos. El juego libre es simplemente consiste en que, aunque puede haber adultos más o menos cerca para que no sufran daño, estos no intervienen directamente en su juego y les dejan jugar a lo que ellos quieran, incluso les dejan -dentro de unos márgenes de seguridad- encaramarse a una roca, encaramarse a un árbol… porque eso les enseña qué significa el riesgo, cómo pueden valorar sus posibilidades ante estas situaciones. Así que este juego libre es absolutamente crucial para un desarrollo ordenado del cerebro.
¿Qué deberíamos tener en cuenta para ofrecer el mejor ambiente emocional posible a los niños de cara a favorecer el desarrollo cerebral?
Lo que deberíamos tener más en cuenta para ofrecer este mejor ambiente emocional es hacerlo a través de una crianza positiva. Es eso que decía antes de un apoyo emocional no sobreprotector: no es hacer las cosas que ellos pueden hacer, es dejar que las hagan ellos, pero que sientan que estamos a su lado, apoyando sus decisiones; es buscar un equilibrio entre recompensas y amonestaciones de tipo educativo. Recompensas no es regalar un pececillo de colores cada vez que hacen algo bien; recompensa es esa mirada de apoyo, de satisfacción, de confort que les que les damos para que se sientan a gusto. Y amonestaciones que, cuando hay que hacerlas, pues hay que hacerlas como una forma de de reconducción de determinadas actitudes, pero deben ser reconducciones hechas de forma positiva y proactiva.
Quiero decir, una amonestación del tipo “¡qué desastre, no haces nada bien!”, eso es crianza negativa. Desastre es finalista; ¿quién se sobrepone de un desastre? La forma de reconducción en positivo sería algo así como “esto podemos hacerlo mejor”. Cuando te dicen que puedes hacerlo mejor, tú ya entiendes que no lo has hecho bien, pero “podemos” es primera persona del plural: tú tienes que hacerlo mejor, pero yo sigo estando a tu lado, apoyándote. Hacer es propositivo, nos lleva a la acción y, cuando nos dicen “mejor”, sentimos esa satisfacción y esa recompensa de ver que podemos seguir avanzando. Este sería el ambiente emocional más favorecedor para el desarrollo cerebral de los niños.
Señala en el libro que uno de los aspectos más relevantes para un aprendizaje eficiente es la motivación intrínseca: ¿cómo hacer que nazca o potenciarla en los niños desde que son pequeños?
La motivación intrínseca forma parte de nuestro bagaje biológico, desde nuestra primera infancia. Los niños juegan por sí mismos y exploran el entorno; en cuanto pueden empezar a gatear, empiezan a gatear por todas partes por simple motivación para descubrir qué hay más allá, para poner a prueba sus propias habilidades. Lo que es importante es no mutilar esta motivación intrínseca, es mantenerla viva, dejándoles que decidan algunas cosas. Por ejemplo, no es que tengan que decidirlo todo, no es que siempre tengamos que hacer lo que ellos quieran que se haga. No, no es eso, pero sí debemos dejarles espacios de decisión, espacios de exploración, para que mantengan esta motivación intrínseca que va asociada a la especie humana desde que somos niños y que, repito, muchas veces el problema es que la mutilamos. La mutilamos cuando no les dejamos hacer nada, cuando nosotros les dirigimos, cuando todo el juego es dirigido, cuando no tienen tiempo durante la semana para hacer nada que no sea ir al cole, estudiar y hacer cualquier actividad extraescolar, pero sin esta capacidad de buscar qué es lo que ellos realmente quieren hacer.
Dice también que la educación “debe implicar capacidad de gestión emocional”; ¿por qué?, ¿cómo influyen las emociones en la educacion?
Las emociones permiten aprender con más eficiencia. Podemos aprender sin emociones, sí, pero es mucho menos eficiente. ¿Por qué es importante esta gestión emocional? Porque las emociones no son todas equivalentes: hay emociones que nos generan sensaciones de bienestar, como la curiosidad y la confianza, y emociones que nos generan sensaciones de incomodidad, como el miedo, la ira, el asco. Todas son importantes cuando hacen falta y todas facilitan los aprendizajes.
¿Qué sucede? Que aprender con miedo o con ira hace que el cerebro asocie esos aprendizajes a sensaciones incómodas y, después, puede disminuir el deseo que tenemos de continuar aprendiendo porque nos sentimos incómodos. Así que lo importante de la gestión emocional es darnos cuenta para que podamos sesgarnos a nosotros mismos hacia esta curiosidad, hacia esa confianza, que son los estados emocionales que permiten mejores aprendizajes a medio y a largo término, porque mantenemos esta motivación para continuar aprendiendo.
¿Pueden los niños y adolescentes desarrollar mentalidad de crecimiento? En caso de que sea así, ¿cómo podemos los padres ayudarles a fomentarla?
Por supuesto que los niños y adolescentes pueden desarrollar mentalidad de crecimiento. Algunos tienen mentalidad fija, en parte, porque hay un cierto componente genético en ello y, en parte, porque en la primera infancia a lo mejor no se les dejó explorar el entorno, se les mutiló esta motivación y esta curiosidad, con las frases que decía antes (“qué desastre, no haces nada bien”); eso hace que se vayan encerrando poco a poco en sí, en sí mismos.
¿Cómo podemos ayudarles a fomentarla? Lo primero, siendo nosotros un buen ejemplo. Primero debemos desarrollar nosotros nuestra mentalidad de crecimiento para que ellos tengan un modelo que imitar y, después, es ayudarles a que se den cuenta de que, poco a poco, con esfuerzo -¡claro que sí!, el esfuerzo es importante-, pero con un esfuerzo asequible, recompensante, motivador, van avanzando, van creciendo y eso es precisamente la definición de mentalidad de crecimiento.
Cuenta que es hasta los 6 años cuando se van creando neuronas nuevas y que, después se producen muy pocas más; ¿podemos fomentar de algún modo una mayor producción de neuronas en esa etapa de la vida?, ¿podríamos de este modo potenciar la inteligencia de los niños?
El cerebro va haciendo neuronas nuevas hasta los seis años; nacemos con aproximadamente el 40% de las neuronas que tendremos en la edad adulta, pero a los seis años ya las tenemos todas. Eso es simplemente porque tener más neuronas significaría tener más neuronas al nacimiento, para lo que se necesitaría una cabeza más grande que no pasaría por el canal del parto de su madre.
No hace falta que hagamos nada para que tengan más neuronas porque lo importante no son el número de neuronas en sí mismo; lo importante son las conexiones que hacen las neuronas entre sí. Cuantas más conexiones hagan, cuanta más plasticidad neuronal -que es el nombre técnico- tenga un cerebro, con más facilidad adquirirá aprendizajes nuevos. Así que lo que tenemos que hacer es darles ambientes ricos en experiencias estimulantes, pero no sobre estimulantes, para que otencien esta plasticidad en cuanto a hacer conexiones nuevas. El número de neuronas tendremos las que tengamos que tener, porque ese número en valor absoluto es completamente irrelevante.
¿Puede la genética favorecer un mayor crecimiento cerebral en el ambiente y con las condiciones propicias o puede, por el contrario, frenarlo? ¿Determina la genética la inteligencia de un niño?
La genética influye en la inteligencia de todas las personas, también de los niños y de las niñas. Pero influye; no determina, influye. Hay personas que genéticamente están más predispuestas a cualquier característica mental o cognitiva que nos podamos imaginar; incluso la inteligencia, la creatividad, la empatía, la capacidad de raciocinio… y otras que tienen un poco menos de facilidad, ya desde un punto de vista genético.
Aquí a mí lo que me gusta decir es que, como los genes no los podemos tocar, -eso forma parte de la increíble diversidad humana-, ¿qué es lo importante? Lo importante es que, sea cual sea nuestro punto de origen genético, siempre podemos crecer en cualquier característica a través de un sistema educativo, de una familia, de un ambiente social que lo potencie; y estar alerta porque también lo podemos mutilar en un sistema educativo o una familia o un ambiente social que esté yendo en la dirección contraria. Una persona, por ejemplo, con poca predisposición genética a la creatividad, pero que se la estimulemos, dejemos que la trabaje, termina teniendo mucha más a lo mejor que otra a la que, teniendo más predisposición genética, se le haya mutilado esa creatividad, no dejándole hacer nada que salga de los patrones establecidos. Y lo mismo, por supuesto, con la inteligencia o cualquier otra característica mental.
¿Determina lo vivido en la infancia la mentalidad y la personalidad del adulto?
Lo vivido en la infancia, por supuesto, influye en la mentalidad y en la personalidad del adulto, pero no los determina porque el cerebro sigue siendo plástico. Siempre podemos cambiar aspectos de nuestra mentalidad, de nuestra personalidad, y ahí está la gracia de esta mentalidad de crecimiento y de lo opuesto, la mentalidad fija, que siempre podemos ir un poquito más, la mentalidad de crecimiento por las grandes ventajas psicológicas y cognitivas que conlleva.
Las personas con mentalidad de crecimiento son más optimistas, tienen más capacidad de buscar sus motivaciones intrínsecas y eso energiza literalmente su cerebro, lo que hace que sean más eficientes en cualquier tarea que hagan y que, por lo tanto, asuman con más facilidad nuevas opciones, nuevos retos, nuevas situaciones, lo que termina estableciendo un círculo vicioso en el que se sienten más a gusto. De hecho, esta motivación intrínseca y este optimismo incrementan también el nivel de bienestar, de esa sensación subjetiva de estar a gusto con uno mismo y con el entorno. Y eso es lo que nos mejora claramente nuestra calidad de vida.
¿Cuál diría que es el factor determinante que no puede faltar para educar el cerebro de un niño y de un adolescente?
El factor para mí más importante que no puede faltar en educación es este apoyo emocional no sobreprotector. Lo repito, no sobreprotector. No es ni abandono, ignorancia y que espabilen solos porque no son adultos, ni tampoco sobreprotegerlos y hacérselo todo porque deben aprender a gestionar su propia mentalidad, sus propias características, a gestionar el estrés que, de vez en cuand,o se va produciendo. Es este apoyo emocional no sobreprotector es, para mí, el factor más importante para educar.