Entender qué piensa nuestro pequeño, de apenas unos meses o, incluso, unos días de vida, es uno de los grandes objetivos de la maternidad y la paternidad. En ocasiones, el llanto inconsolable resulta incromprensible para el adulto que ya ha probado con darle de comer, con cambiarle el pañal, intentar dormirle… si tiene todas sus necesidades cubiertas y no tiene ningún malestar de salud, ¿por qué llora tanto? No hay un traductor ni un diccionario en el que buscar el significado del llanto o el balbuceo del bebé, pero ¿es posible establecer una comunicación directa con nuestro pequeño? Se lo hemos preguntado a M. Ángeles Cerezo, catedrática de la Universitat de València. especialista en Psicología Clínica, directora científica del Instituto Psicológico de la Infancia y la Familia (IPINFA) y autora de Si los bebés hablaran. Su asombroso mundo emocional (Editorial Pirámide). Cerezo, que ha desarrollado el Método PAPMI®, orientado a fortalecer el crecimiento emocional de los bebés y a desarrollar todo su potencial, nos detalla qué debemos hacer para establecer una adecuada interacción con los más pequeños de la casa.
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¿Podemos comunicarnos con el bebé?
El ser humano viene al mundo totalmente equipado para comunicarse con nosotros. Los hallazgos científicos han mostrado que un recién nacido no es un ser pasivo con un puñado de reflejos, como se creía en el pasado. Los recién nacidos, a los diez minutos, pueden orientarse hacia un sonido y, con pocos días de vida, pueden imitar gestos (como sacar la lengua), muestran su preferencia por el rostro humano, discriminan la voz de sus madres. Por eso, la respuesta a su pregunta es afirmativa. Claro que podemos y debemos comunicarnos con el bebé porque llega preparado para iniciar y responder al contacto humano; le es tan esencial como el oxígeno para respirar.
¿Es real esa conexión cerebral entre madre y bebé de la que hablan algunos autores? Es decir, ¿el bebé es capaz de sentir o de percibir lo que siente su madre?
En su primera etapa en la vidat, el ser humano es principalmente sintiente en su camino a convertirse en un ser simbólico (hacia los 2 años de vida). La conexión es tal que la tranquilidad o ansiedad del adulto se transfiere al bebé, sea el padre o la madre. Si quien le cuida no está bien (tristeza, irritabilidad, inseguridad…) el bebé no está bien. Hay estudios que muestran como la depresión materna se traduce en una apatía del bebé. Esto se explica porque en un estado depresivo, aunque la madre atiende a su bebé en alimentación e higiene, su mente no percibe ciertos aspectos de la comunicación de su bebé que son importantes y mucha de su energía emocional está secuestrada por su malestar psíquico. Esta falta de respuesta conduce a la apatía del bebé. Por eso, cuidar a los que cuidan es esencial para el buen desarrollo de los bebés y de los niños en general.
¿Cuál es la importancia de conocer y entender lo que necesita el bebé en cada momento, más allá de responder a sus necesidades básicas de hambre, sueño o higiene?
Primero quiero indicar que es un proceso de ensayo y error, y no siempre en cada momento el adulto sabe exactamente qué necesita el bebé; lo importante es ‘acompañar’ y estar emocionalmente con el bebé mientras se encuentra la respuesta a lo que pueda necesitar. Segundo, lo que necesita, desde luego que va más allá de las necesidades básicas de hambre, sueño e higiene. Hace mucho, a mitad del siglo XX, los estudios del Dr. Spitz, mostraron que bebés que únicamente recibían atención a las llamadas ‘necesidades básicas’ en instituciones, desarrollaban depresión anaclítica (síndrome de hospitalismo) o incluso morían. Esto nos da una idea de la enorme importancia que tiene para la supervivencia psicológica del bebé, la interacción y comunicación social; eso es una medida de la cualidad del cuidado y la relación. Tanto es así que la cualidad del cuidado al bebé se considera un área sobre la que intervenir por los efectos generalizados que tiene sobre la salud mental y el funcionamiento a lo largo de la vida.
Algunos psicólogos infantiles hablan de la importancia de los primeros 1000 días de vida para el desarrollo del bebé. ¿Por qué?, ¿qué es y qué implica esta etapa?
Se han llamado también los 1000 días de oro y es el tiempo que transcurre desde la concepción hasta que se cumplen dos años. Es una etapa esencial porque el desarrollo cerebral de un bebé se produce a un ritmo de vértigo, pero en el contexto de una relación, la que se establece con quien le cuida. Esto significa que las experiencias socio-afectivas del bebé con el adulto juegan un papel importantísimo en la arquitectura cerebral. En esta etapa sabemos que se establecen los cimientos de la empatía y las plantillas de relación que tienen un efecto duradero en la vida posterior. Promocionar un desarrollo emocional saludable y normalizar la importancia del desarrollo emocional en los bebés es forjar mejores ciudadanos del mañana. La comunicación con el bebé es central en la relación y, por eso, hay que difundir más y mejor todo lo que hoy sabemos para que las madres y los padres, y todos los adultos que tienen a su cuidado bebés los entiendan mejor y sean conscientes de la importancia de esta relación.
¿Podemos saber, de algún modo, qué siente un bebé?
La conducta del bebé es su lenguaje y se manifiesta en diferentes estados. Observar y conocer sus diferentes estados nos permite atender y responder a sus necesidades de un modo más sintonizado. Los bebés pasan de un estado de alerta, en el que la interacción y la estimulación es muy bienvenida, a estados de somnolencia, o irritación por saturación, cansancio en los que el contacto más adecuado será de tranquilidad y relajación. A medida que los meses van pasando, las emociones y su expresividad son más variadas. Las emociones de un bebé a los seis, siete meses son totalmente claras porque son directas, no hay otras ‘capas’, cognitivas, de lenguaje etc. Alegría, sorpresa, curiosidad, temor…todas están ahí.
¿Es posible sentar las bases de una buena comunicación futura cuando aún son bebés y lograr que, en el futuro, cuando sean más mayorcitos, quieran contarnos ‘sus cosas’?
Me gustaría referirme a un tema que creo está a la base de todo: la confianza. Las relaciones humanas se construyen sobre la confianza y se destruyen cuando se pierde la confianza. El bebé, como un ser extremadamente vulnerable y dependiente, tiene que asirse a ‘un otro’ que está ahí para procurarle cobijo emocional, tranquilidad y sosiego, seguridad, entre otras cosas. La tranquilidad de que hay alguien ahí mas fuerte y ‘sabio’ para ayudarte con calidez en el tránsito vital se basa en la experiencia de un cuidador del que te puedes fiar.
Y te fías, y confías, porque es predecible (piensa en una buena amistad…) es decir, repetidamente responde -suficientemente bien- a lo que necesitas y es alguien con quien lo pasas bien, cree en ti, te mira con cariño, está realmente contigo cuando está… te ayuda cuando tropiezas -real o figuradamente. En el primer año de vida una relación de estas características proporciona las bases para que cuando el niño comienza a caminar desarrolle seguridad emocional. Es lo que se denomina apego y constituye una meta muy importante en el curso del desarrollo. Este apego puede ser seguro o inseguro. Este último se asocia con una experiencia de relación en el sentido contrario al que acabo de describir. En definitiva, si hay una buena conexión y relación entre niños o niñas y sus padres y madres que desde el inicio les ha proporcionado seguridad y confianza, a menos que se altere o rompa esa confianza, por distintas complicaciones de la vida, los niños confían y comparten.