¡No quiero!, ¡no me da la gana!, ¡eres tonto!… Son contestaciones que muchos padres han escuchado alguna que otra vez de sus hijos pequeños (o no tan pequeños). Afortunadamente, no todos los niños tienen este tipo de respuestas en casa cuando algo no les gusta, si bien hay otros que pasan al extremo contrario y estas frases se convierten en lo cotidiano. Es lo que las abuelas llamaban niños respondones o niños contestones y que, en ocasiones, puede llegar a exasperar a los padres.
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Sin embargo, hemos de tener en cuenta que “puede tratarse de una fase normal de desarrollo, donde están aprendiendo a reafirmarse y a probar el límite; por ejemplo, en la adolescencia, a los 3-4 años o a los 7-8 años, es normal que puedan, en algunos momentos, responder mal a sus padres”, nos indica Sonia Martínez Lomas, psicóloga y directora de Centros Crece Bien y escritora del libro Descubriendo Emociones (editorial La esfera de los libros). “Una vez que prueban el límite y se les reconduce se va atenuando hasta que dejan de hacerlo”.
Eso sí, si observamos que continúan respondiendo mal, hemos de estar alerta porque puede convertirse en un hábito “en el que se normaliza que se responde así en casa”, advierte Martínez Lomas. Por lo general, suele ocurrir “cuando los padres no dan importancia y lo dejan pasar, o todo lo contrario, responden gritando, despreciando o castigando severamente”.
Por tanto, independientemente del carácter y el temperamento que pueda tener el menor y que determinará que pueda ser más o menos respondón, “la forma en que los padres reaccionan puede, sin duda, influir en el comportamiento del niño”, subraya la psicóloga. “Respuestas reactivas o castigos severos pueden intensificarlo; por ejemplo, si los padres responden también gritando, el niño aprenderá que ésta es la forma de relacionarse en la familia”.
¿Cómo lograr que un niño deje de dar ‘malas contestaciones’ a los padres?
Los padres, en la mayoría de los casos, son conscientes de que responder del mismo modo que lo hace su hijo no hace más que agravar la situación. A veces, la impotencia que sienten los propios progenitores ante las salidas de tono del niño hace que se sientan incapaces de reconducir la conducta de este y que pierdan los nervios. Por eso, hemos preguntado a la psicóloga por las pautas de actuación que es recomendable que los padres sigan tomar las riendas del asunto y poder ayudar a su hijo a dejar de comportarse de este modo; así, estas pautas son:
- Dedicar tiempos para escuchar y comprender al niño o niña, pues “debajo de ese comportamiento pueden darse emociones que no es capaz de manejar”, revela Sonia Martínez. “En muchas ocasiones, darle importancia a lo que siente es suficiente para que modifique su conducta”.
- Establece límites claros y consecuencias. “En un momento en el que estemos calmados, expresar al niño qué esperamos de él, cómo nos sentimos con ese comportamiento, por qué no es positivo y cómo lo podría mejorar”.
- Buscar juntos soluciones para el enfado. Plantear y consensuar “qué puede hacer cada miembro de la familia cuando esté enfadado para tranquilizarse”, así como “asegurar que tratan con respeto” a todos los demás miembros de la familia. “Por ejemplo, podrían proponer que si estás muy enfadado esperes un lugar tranquilo de la casa hasta que baje en enfado y ya puedas expresar lo que no te haya gustado de buena manera”, recomienda.
- Tiempos sin enseñar, regañar o corregir en los que “lo más importante sea estar juntos”.
- Reforzar cada avance. Para ello, es tan importante felicitarle, como “comprender cuando no lo hace bien e invitar a corregirlo de nuevo”. Hemos de tener en cuenta que “está aprendiendo”.
- Enseñar a pedir perdón “cuando no haya hablado bien” con el objetivo de “poder reparar” el daño.
- Tiempos de desahogo en la familia. “Dar espacios en los que el niño pueda hablar de lo que no le gusta, pueda pedir un cambio o expresar enfados de manera adecuada”.
En cualquier caso, si vemos que las pautas anteriores no tienen efecto o “cuando este comportamiento del niño persiste en el tiempo”, debemos considerar la posibilidad de que un profesional valore a nuestro hijo, “ya que puede dar lugar a dificultades en las relaciones sociales, en la convivencia familiar o en su autocontrol”, advierte la autora de Descubriendo emociones. “También cuando afecta a su vida cotidiana, en el colegio, con los amigos o la familia”.
Pero no solo en esas situaciones que sean, quizás, más evidentes, sino también “cuando una madre o padre se siente abrumado por la situación, ya que con una pequeña ayuda de un psicólogo puede mejorar el problema, transformándose en una experiencia enriquecedora que les ayudará en otras situaciones similares que se les presente”.