La Real Academia de la Lengua (RAE) publicaba hace unas semanas un detallado informe en torno a “las carencias objetivas que se detectan desde hace tiempo en los jóvenes en lo relativo a su comprensión lectora, su fluidez verbal, su manejo del léxico y de la sintaxis, su capacidad expresiva y argumentativa (sea oralmente o por escrito), así como otros aspectos esenciales del uso del lenguaje y del conocimiento de su lengua materna”. Carencias que van mucho más allá de las asignaturas de lengua y literatura, ya que afectan a la comprensión de todas las áreas. Esta falta de comprensión y esta menor capacidad expresiva y argumentativa lleva tiempo ya haciéndose notar no solo en la educación escolar, sino también en los estudiantes universitarios tanto de facultades de Humanidades como de las de Ciencias. ¿A qué se debe este retroceso?
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Dar respuesta a este interrogante es clave para intentar dar con la solución al problema, de gran trascendencia si tenemos en cuenta que, como señala la RAE en su informe, “la educación constituye el proceso de mayor trascendencia personal y social en la vida de las personas, en el desarrollo de las comunidades y hasta en la mejora de la calidad de nuestra democracia”. Por eso hemos preguntado a una experta, Berta Rivera, filóloga, periodista y autora de Maleducados. ¿Estamos fallando a nuestros hijos como responsables de su educación? (Sekotia).
Rivera tiene claro cuál es el punto de partida para revertir la situación: “leer, leer, leer”, nos dice. “La lectura nos permite tener un mayor y mejor dominio de nuestra lengua materna, que es el idioma que utilizamos para relacionarnos con el mundo”. Y esto es clave para entender y responder a cuestiones muy diversas en todos los ámbitos de la vida, no solo en lo académico, pues la lengua es “una herramienta valiosa y poderosa”, a través de la cual “se transmite el saber y cualquier tipo de información”.
“El dominio de la lengua, que pasa por una buena competencia lectora, nos facilita no solo el aprendizaje, sino incluso la comprensión del mundo”, subraya. “En cambio, una baja competencia lectora es una dificultad que llevamos, como quien lleva una piedra en el zapato, y que nos impide acceder al conocimiento y la información plenamente, formarnos pensamientos críticos propios y expresarnos con claridad”.
Memorizar o no memorizar, ¿esa es la cuestión?
El informe de la RAE apunta a una menor presencia, en los últimos años, de la memorización en pos del auge de las llamadas competencias: “la enseñanza basada en contenidos se caricaturiza a veces identificando estos con la memorización de datos (en particular, de nombres, títulos, fechas, definiciones, clasificaciones o fórmulas), así como con la acumulación de informaciones”. Y en este sentido, los académicos que han elaborado el informe son contundentes: “Esta simplificación interesada oculta que nadie debería identificar el dominio de un campo cualquiera del saber con el conocimiento de ciertos datos sobre él. La capacidad para relacionar conceptos, fenómenos, problemas y hasta disciplinas puede considerarse una competencia, pero solo pueden alcanzarla los profesionales que conocen con cierta profundidad los contenidos que articulan cada una de esas materias”.
De este modo, que se esté relegando la memorización en la enseñanza “es parte del problema”, a juzgar también por Berta Rivera. “El conocimiento importa y se adquiere a través de la lectura y la práctica de la memorización”, incide.
“Planteamientos como ¿de qué me sirve aprenderme esto?, si lo necesito lo miro en Google y ya está o ¿de qué me sirve a mí la Historia, si yo voy a ser ingeniero? son tramposos; en primer lugar porque es absurdo pensar que vas a estar todo el día preguntando a Google lo que no sabes, es más, si sabes poco habrá momentos en los que no serás ni tan siquiera consciente de qué tendrías que preguntarle a Google. El pensamiento crítico no se forma con lo que uno consulta por desconocimiento, sino con lo que sabe, con lo que ha aprendido y con el poso que deja lo que ha aprendido incluso si lo ha olvidado”.
El nivel de exigencia en Educación
La autora de Maleducados. ¿Estamos fallando a nuestros hijos como responsables de su educación? señala que “es ya evidente que bajar el nivel de exigencia para que todos los alumnos aprueben no mejora el resultado global”. Añade que “aun en un sistema poco exigente sigue habiendo alumnos que suspenden, y permitirles que pasen de curso no mejora nada, ni siquiera la estadística”.
Así, “que aprobar importe y que suspender tenga consecuencias es un primer paso a dar, pero hay más; tenemos que recuperar la esencia de la educación, entender de nuevo para qué educamos, cuáles son los objetivos de la educación Infantil, Primaria y Secundaria en primer lugar y de Bachillerato, FP y la Universidad a continuación”. Aclara que, con entender de nuevo, se refiere a que “otro de los grandes problemas de la educación hoy radica en el hecho de que aceptamos sin apenas resistencia que la educación ha de ser útil, es decir, práctica y por competencias… pero no nos preguntamos ¿útil para qué? ¿útil para quién?”.
Considera que “esa definición nos lleva a aceptar que el inglés y la informática son las asignaturas más importantes, por no decir las únicas importantes, dado que el mundo es digital, tecnológico y se escribe en inglés…”. Sin embargo, hemos de tener claro que “educar no es formar profesionales, sino personas que lo primero que necesitarán para vivir no es saber de informática o inglés, sino conocer el mundo en el que viven y, por eso, herramientas como la competencia lectora son de importancia capital, tan capital como retener de memoria determinados conocimientos”.
“Recuperar los niveles de exigencia y de conocimiento a través de una revalorización del talento y el esfuerzo nos permitiría poner en marcha de nuevo la educación como ascensor social, como auténtica herramienta de progreso”.