La adolescencia es imprevisible y por eso genera miedo en los que tienen que enfrentarse o convivir con ella. Pero detrás de la ‘mala prensa’ de esta etapa hay también mucho estigma y desconocimiento.
El profesor de Filosofía Jordi Nomen acaba de publicar su libro Cómo hablar con un adolescente y que te escuche (Ed. Arpa), un manual donde hace un extenso repaso por las herramientas que le han valido para construir relaciones de escuchay y confianza con centenares de adolescentes. Hemos charlado con él.
Comenta en el libro que los adolescentes necesitan esa separación de los padres para crecer, pero que su familia continúa siendo su lugar seguro. ¿Cómo no distanciarse de los hijos en esta etapa cuando parece que ya no tienen interés en escuchar lo que dices?
La familia debe hacer un duelo por ese niño o niña que no volverá y disponerse a descubrir esa adolescencia que se va desvelando. Los adolescentes tienen que romper con la autoridad existente, para aprender a descubrir su propia autoridad. En el manejo de las ideas ganan seguridad en sí mismos, creando, poco a poco, sus propias opiniones. El pensamiento se va fortaleciendo y la argumentación y el manejo de la lengua también. No obstante, esa madurez no ha llegado todavía a la gestión de los sentimientos y emociones. Expresar cómo se sienten es ahora mucho más difícil que en la infancia. Debemos aconsejar a las familias que no se tomen el distanciamiento como algo personal. El conflicto que se genera es una puesta a punto. Deberíamos acercarnos a los adolescentes para hablar de forma superficial sobre lo que les gusta y compartir momentos de calidad emocional con ellos. Luego, algún día, por ese canal de comunicación que hemos abierto, llegarán las conversaciones más profundas, cuando ellos y ellas lo decidan.
Los adolescentes viven en el aquí, mientras que los adultos somos capaces de ver más allá. ¿Debemos adaptar nuestra comunicación a esa temporalidad de ellos o es bueno que les demos una visión más de futuro de la vida?
Debemos entender que su tiempo no es nuestro tiempo. El suyo se centra en el presente y vive focalizado en lo que se siente. Ya sabemos que bajo el imperio de las emociones, el tiempo se alarga o se acorta (si sufrimos o disfrutamos). Eso es lo que debemos entender los adultos, para empatizar con ellos y ellas. No obstante, no hay que olvidar que somos referentes, que nos observan de reojo, para ver cómo gestionamos nuestras decisiones y nuestras emociones. Los adultos somos ejemplos, aunque nunca lo vayan a admitir. Por lo tanto, más que hablar de ello (que también, si lo piden), deben ver que nosotros gestionamos el tiempo pasado, presente y futuro de forma más efectiva, analizando errores y previendo alternativas y consecuencias.
¿Cómo abordar cuestiones complejas en la comunicación con un adolescente cuando no muestra interés por escuchar?
El abordaje de cuestiones complejas no las decide el adulto; lo siento. Si forzamos la comunicación (lo que se suele llamar sermón), los adolescentes responden con el rechazo o la pasividad (según su personalidad). Por ello, hay que preparar el canal para que esté libre con conversaciones informales, superficiales, sobre sus gustos y realidades próximas. Cuando ese canal se ha creado con eficiencia, siempre que ellos y ellas quieran y lo necesitan, se van a acercar a hablar de temas más trascendentes. Cuando lo hagan, conviene más escuchar que hablar, repreguntar para captar lo que explican u opinar si lo piden (sin prejuicios ni estigmas). Si realmente hay algo que nos preocupa mucho debemos hablar poco y de forma directa, manifestando lo que creemos en mensajes casi de titulares, para separarse y dejar tiempo a la reflexión.
En las dificultades de comunicación con los adolescentes, ¿juegan algún papel los tiempos de atención tan cortos que suelen presentar?
Naturalmente. Por un lado, necesitan romper el cordón umbilical por segunda vez (la primera, cuando nacieron) y gestionan la atención sólo sobre lo que les interesa y apasiona. Aquello que incomoda o les genera malestar lo posponen o lo eliminan. Por ello, los mensajes clave deben ser cortos y claros, y los adultos deben concentrar su comunicación en los espacios sencillos y superficiales que les apasionan (moda, juegos, sus compañeros y compañeras…). Si ese canal está abierto, ellos y ellas elegiran el momento del acercamiento reflexivo. Como generación digital, los adolescentes están acostumbrados a tiempos cortos e intensos.
¿Qué consejos seguir para que la comunicación con el adolescente vaya por buen camino?
Recapitulando, son necesarios varios factores. En primer lugar un vínculo basado en los límites y el amor, cara y cruz de la misma moneda. Un apego seguro en la infancia ayuda mucho a ello luego, en la adolescencia. En segundo lugar darles tiempo de calidad, con una atención plena, aunque lo que nos explican nos parezca intrascendente. En tercer lugar mostrar el empeño en ser coherentes –los adultos– entre pensamiento, palabra y acción. En cuarto lugar, grandes dosis de paciencia y autocontrol, con objetivos concretos y verificables. En quinto lugar, un tono de voz suave y comedido, sin perder el control. En sexto lugar, eliminar la discusión que enfrenta y sustituirla por el diálogo, que inquiere sobre el contexto. En séptimo lugar, evitar prejuicios y etiquetas, ofreciendo la oportunidad de enmendar los errores. En octavo lugar, dejar que se equivoquen y permanecer a su lado en equidistancia entre la desprotección y la hiperprotección. En noveno lugar, mantener altas expectativas sobre ellos y ellas, preparándose para sus fracasos también. En décimo lugar, recordar la propia adolescencia, presentándola con sus éxitos y sus fracasos.
¿Qué requisitos son necesarios para abordar una conversación importante en la que el adolescente no está interesado en participar?
Un diálogo bien conducido que no sea discusión (y enseñe a dilatar la primera respuesta al problema, que suele ser emocional) tiene unas fases:
a. Predisposición a hablar. No todos los espacios ni tiempos son idóneos. Hay que esperar a su momento, no forzarlo.
b. La escucha atenta, sin interrupciones ni juicios, de lo que nos cuenta.
c. Un hablar calmo y pausado, sin perder el control, sin gritos y con un lenguaje no verbal acorde a nuestra intención de escucha. Si quemamos las naves, no podremos volver a casa.
d. La duda ante el problema (intenciones, medios, consecuencias y circunstancias).
e. Preguntas para aclarar y reformular lo dicho, para asegurar el canal. “¿Eso es lo que querías decir?”,” ¿lo ves así?”…
f. Buscar las diversas alternativas de solución que podríamos considerar en función de lo dicho.
g. El cuestionamiento ético para tener en cuenta al otro —empatía— en la ecuación del problema, su punto de vista, para aproximar posiciones.
h. Evaluar la respuesta una vez se haya dado.
i. Desentrañar los silencios que, a veces, comunican más que las palabras.
¿Sirve de algo advertir de los riesgos sociales (alcohol, drogas...) a los adolescentes o ‘desconectan’ ante mensajes que no quieren escuchar?
El peligro es la posibilidad de recibir un daño y el riesgo la probabilidad de que ello ocurra. Además, los riesgos añaden el descontrol en una situación. Los riesgos dependen de tres factores:
1. La capacidad personal de manejo de los impulsos y los deseos .
2. El influjo de las amistades y su visión del riesgo.
3. La dimensión de oportunidad, las circunstancias en las que se presentan el peligro y el riesgo.
Los peligros y los riesgos se van a dar. No podemos encerrar a los jóvenes en una campana de cristal. Debemos ser conscientes de que van a experimentar un cierto grado de sufrimiento, porque así es la vida para todos. Quitar los obstáculos de delante no es una buena vía para superar esos obstáculos. Nosotros no vamos a estar siempre ahí donde surja el riesgo. Recordad el cuento de la Bella Durmiente en el que el padre, el rey, impone pena de muerte a quien tenga una rueca para impedir que su hija se pinche y se hagar ealidad la maldición. Y, a pesar de ello, se pincha. ¿No hubiera sido mejor trabajar el peligro y el riesgo? Así que sí, hay que advertirles, pero sobre todo fortalecer su capacidad de decisión, conocer cómo se mueve su grupo de amigos y tratar de valorar los contextos en los que se van a encontrar. Ello es un trabajo educativo que empieza mucho antes de la adolescencia. En la infancia hay que enseñarles a decir no cuando convenga y resistir la presión del grupo.