Los primeros y más importantes ejemplos de los hijos son sus propios padres. Y esto es así tanto en el ámbito de la comida como en muchos otros. “Somos sus primeros referentes y, sin querer, nuestras acciones cotidianas pueden dejar huellas profundas en su relación con la comida”, apunta Ana Morales, psicóloga especializada en alimentación consciente y aceptación corporal (www.anamoralespsicologa.com).
A ella le hemos preguntado por todos esos hábitos que, en muchas ocasiones, de forma inconsciente, pueden estar poniendo las bases de una mala relación de los más pequeños de la casa con la comida.
Comer sin culpa
Los niños deben percibir que sus padres comen sin culpa, que no tienen remordimientos si un día se toman un trozo de tarta, que no se sienten mal después.
“El hecho de comernos un trozo de tarta, mirarnos al espejo y lamentarnos por habernos comido el pastel, aunque no lo percibamos, puede hacer que nuestros hijos, que son esponjas observadoras, comiencen a relacionar el disfrute de comer con el remordimiento”, asegura la experta.
Usar la comida como recompensa
Cuando un niño pequeño llora o tiene una rabieta es muy habitual ofrecerle consuelo en la comida. Pero si crece relacionado la superación de las emociones con la ingesta de determinados productos, puede tener algún problema más adelante.
La comida también se usa con los niños como moneda de cambio para que se porten bien, como incentivo. “A pesar de que esto pueden sonar a un trato inofensivo, en realidad estamos condicionando a nuestros hijos a asociar la comida con recompensas emocionales y comportamientos”, y esto puede tener repercusiones significativas en la vida adulta, como advierte la psicóloga.
Diferenciar entre alimentos buenos y malos
“Es esencial que evitemos caer en la trampa de clasificar los alimentos en categorías de ‘buenos’ y ‘malos’”, insiste Ana Morales. “Más bien deberíamos enfatizar la idea de variedad y moderación. Enseñemos a nuestros hijos que todos los alimentos tienen su momento y lugar, y que pueden disfrutarlos de manera responsable y placentera”, subraya.
El objetivo final ha de ser que tengan una relación positiva y armónica con la comida y, a no ser que haya una indicación médica, las prohibiciones absolutas no suelen dar buen resultado, pues incrementan la atracción hacia ese alimento.
Hacer comentarios desfavorables sobre el cuerpo
Ya sea sobre el propio cuerpo o sobre el cuerpo de otras personas, no es bueno para los hijos escuchar que sus progenitores emiten comentarios negativos de otra gente basados únicamente en la corporalidad.
“Estos actos, aunque pueden parecer inocuos, tienen el riesgo de inculcar en los niños un ideal de belleza poco realista y, en ocasiones, perjudicial”, comenta la experta (@anamorales_psicologa, en Instagram).
La importancia de comer juntos
Algunos estudios científicos ya han puesto de manifiesto el hecho de que hacer alguna de las comidas principales en familia supone un elemento protector frente a los trastornos de la conducta alimentaria (TCA).
“El acto de compartir una comida va más allá de la nutrición. Es un rito que fomenta la conexión, la comunicación y la unidad. En la mesa compartimos no solo alimentos, sino también experiencias, risas y preocupaciones. Esta unión fortalece los lazos y brinda un espacio seguro para nuestros hijos en el que compartir sus inquietudes y emociones”, recalca la especialista.
Identificar los comportamientos de riesgo ante los TCA
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) podrían tener un componente genético y ambiental. Pensemos en un progenitor que ha mantenido una relación difícil con la comida, evitando ciertos alimentos o mostrando ansiedad al comer. “Aunque no sea su intención, sus hijos podrían captar estas actitudes”.
Tal como destaca Ana Morales, “las heridas emocionales y las relaciones complicadas con la comida pueden transmitirse, a veces sin que ni siquiera lo notemos. Pero en lugar de sentir culpa, podemos verlo como una oportunidad para sanar juntos y romper el ciclo”.
Estar siempre a dieta
En muchas familias hay una cultura de la dieta muy presente. Los progenitores pueden intentar perder peso de forma constante, estar muy pendientes de las calorías de cada alimento o rechazar algunas comidas para ‘compensar’.
Es una vía para que los hijos asocien la comida con la culpa o la vergüenza y para que, en un futuro, tengan una relación complicada con la alimentación.
No dejarse llevar por estándares estéticos
“Es esencial que los padres seamos conscientes del reflejo que nuestras acciones y palabras pueden tener en nuestros hijos, convirtiéndonos en ejemplos positivos en cuanto a la aceptación y al cuidado de nuestro cuerpo”, recalca la psicóloga.
En este sentido, apunta que hay que enseñarles a valorar la salud y la autoaceptación “por encima de estándares estéticos”, lo que puede ser “uno de los regalos más valiosos que les damos”.
Apreciar los alimentos por sus beneficios
“Es vital enseñarles que la comida es tanto un placer como una fuente de energía y que nuestro valor no se mide por nuestra talla o nuestra forma. Porque, después de todo, la comida no solo nutre el cuerpo, sino también el alma”, resalta Ana Morales.
Si, por ejemplo, hacemos una ensalada con aguacates y nueces, su propuesta es la siguiente con respecto a los más pequeños de la casa: “¡Estos ingredientes son como superhéroes que ayudan a que nuestro cerebro piense rápido y nuestro corazón siga fuerte!”. De esta manera, los niños pueden apreciar los alimentos por sus beneficios y sabores, “más allá de cualquier etiqueta social”.