Desde que son muy pequeños, los padres nos esforzamos por ir inculcando ciertos hábitos a nuestros hijos, desde una alimentación saludable (que se comienza en el mismo instante en el que comienzan la alimentación complementaria) a hábitos de estudio. No solo es favorable para ellos; es necesario para su correcto desarrollo físico -en el primer caso- y para ayudarle de cara al éxito académico -en el segundo-. Pero, ¿por qué no les enseñamos también hábitos orientados a cuidar su propia salud mental?
Esta es, sin duda, un eje vertebrador que estará presente durante toda su vida y, sin embargo, por lo general nadie les da la más mínima explicación de cómo hacerlo. Muchos padres tampoco sepan, quizás, cómo abordar este tema con sus hijos, por eso hemos hablado con la psicóloga sanitaria Rebeca Cáceres, doctora en Psicología y directora de Tribeca Psicólogos, quien nos da unas pautas básicas para enseñar a nuestros hijos adolescentes a cuidar su salud mental.
Pautas para enseñar a los adolescentes a cuidar su propia salud mental
1º Hablar con ellos sobre salud mental. Normalizar la salud mental, sus cuidados y los posibles problemas que puedan aparecer es imprescindible para conocerla, entenderla y, en consecuencia, para cuidarla de manera adecuada. Por eso, “lo primero de todo es hablar de salud mental dentro del concepto de salud”, indica Rebeca Cáceres. “Las generaciones más jóvenes deberían incorporar la salud como un concepto amplio que, por supuesto, engloba a la salud mental. Aún a día de hoy, a pesar de los avances y de los esfuerzos por incorporar la salud mental a la vida, sigue habiendo mucho tabú”.
2º Hacerles entender la importancia de establecer hábitos de vida saludables. Partiendo de esa normalización, de ese diálogo familiar sobre la salud mental, “es fundamental que entiendan la relación entre salud mental y física; es decir, no hay salud mental si no hay unos hábitos de vida saludables”, añade la experta. “Nuestros adolescentes han de saber que se relaciona con la salud mental la alimentación, el deporte y el descanso a nivel individual”, por lo que es imprescindible también trabajar con ellos estos aspectos e inculcarles hábitos en torno a ellos.
3º Enseñarles a gestionar su tiempo. Y esos hábitos de vida saludable “pasan por tener unos horarios establecidos, entendiendo que no es cuestión de rigidez, sino de salud mental. Por ejemplo, no puedo estar en la cama todo el tiempo que quiera ni ponerme a estudiar cuando me apetezca porque los horarios desordenados influyen en la salud mental. Gestionar el tiempo es algo fundamental”.
4º Ayudarles a gestionar las relaciones (de amistad, de pareja, familiares…). “Algo de lo que no se habla, en mi opinión, mucho es de las relaciones”, apunta Cáceres. “El tipo de relaciones que establecemos con los otros tiene una fuerte repercusión sobre la salud mental; por tanto, también enseñaría a nuestros jóvenes la importancia de cuidar las relaciones y de establecer vínculos seguros. Esto pasa también por poner límites y tener claras las señales de estar o comenzar en relaciones que afectan negativamente a la salud mental”.
5º Enseñarles a gestionar sus emociones. “Por último, añadiría enseñar a nuestros jóvenes a identificar sus propias emociones, gestionarlas y expresarlas de manera asertiva”. Y este es un trabajo que debe comenzar en la más tierna infancia, al menos desde que empiezan a tener sus primeras rabietas; en esta etapa, lo más importante es ayudarles a identificar y a validar su emoción e irles dando las herramientas necesarias para gestionarla. A medida que van creciendo, esas herramientas irán ganando en sofisticación, al tiempo que las emociones, en complejidad y deberemos seguir acompañándoles con ellas en cada una de las etapas de su vida.
Cuándo acudir a un psicólogo con nuestro hijo adolescente si sospechamos de un posible problema de salud mental
“La primera señal que podría marcar una línea roja para pedir ayuda a un profesional podría ser observar un cambio brusco en una chica o chico, es decir, que antes solía ser o hacer las cosas de un determinado modo y, de repente, las hace o es de un modo muy distinto”, aconseja la psicóloga sanitaria. “Este cambio ha de ser notable, mantenerse en el tiempo e implicar que el nuevo comportamiento no le reporte beneficios al adolescente”.
“También habría que estar atentos a no confundir características de la personalidad con problemas y a saber identificar cuándo estamos ante un problema y cuándo estamos ante una forma de ser sin más; por ejemplo, si un adolescente es tímido, es normal que le cueste más salir o hablar. Sin embargo, si vemos que está evitando salir, relacionarse y tener contacto, seguramente estemos ante un problema que hay que consultar con un profesional”.