adolescente no hace caso© GettyImages

Educación

Los padres y las madres, ¿son la causa directa de la mala educación de los hijos?

Hablamos con Berta Rivera sobre los motivos y las consecuencias de una educación precaria, entendida esta no solo desde el punto de vista académico, sino también de valores y principios


10 de octubre de 2023 - 18:41 CEST

¿Cómo es posible que, con padres y madres formados y con conocimientos de crianza más que aceptables no logren educar de manera adecuada a sus hijos? ¿Qué es una buena y una mala educación? Hablamos sobre ello con Berta Rivera, periodista y filóloga que acaba de publicar Maleducados. ¿Estamos fallando a nuestros hijos como responsables de su educación? (Sekotia). La autora nos revela cuáles son los pilares esenciales para transmitir a los niños y adolescentes una verdadera educación integral y detalla también cuál es, según ella, el papel no solo de los padres, sino también el de los profesores y centros escolares en la formación académica y personal de los hijos.

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¿Qué es (o cómo debería ser) la educación?

La educación es la única herramienta esencial en la vida. Si tienes una buena educación, tienes lo necesario para progresar, si careces de ella lo tienes mucho más difícil; ahora bien, la buena educación no es algo que se adquiera sin esfuerzo -hay que estudiar-, ni tampoco un simple título de graduado; la buena educación es integral y hay dos aspectos que se nos suelen despistar y son pilares esenciales: el respeto y el principio de autoridad. Ser educado es respetar a los demás, es poder escucharlos aunque no estés de acuerdo con ellos sin que te dé un ataque de nervios ni te entren unas ganas locas de poner en marcha los mecanismos de cancelación y respetar el principio de autoridad es entender que hay profesionales que ejercen una labor y ostentan una responsabilidad que hace que su opinión pondere de un modo diferente a la nuestra: los padres son la autoridad en casa, los profesores en el aula, un paleontólogo en una charla sobre fósiles de dinosaurios…

Dices en tu libro que “se ven cada vez más comportamientos propios de maleducados”; ¿por qué ocurre esto en la generación de padres probablemente más formada, con más conocimientos de crianza?

Hace unos años se hablaba de los JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados) la verdad es que visto con perspectiva no sé si estaban sobradamente preparados… en cualquier caso si algo descubrimos los padres cuando nacen nuestros hijos es que, aunque los conocimientos siempre ayudan, no hay un libro de educación que sirva para educar a todos los niños, cada niño es un mundo y cada padre, cada madre, cada familia, también.

Creo que lo que está sucediendo es que vivimos una época convulsa en la que todo resulta ser demasiado relativo, casi fluido: no somos capaces de abstraernos y juzgar un comportamiento con un mínimo de objetividad y lo que hay detrás de esa incapacidad es una educación precaria; un ejemplo: un joven universitario se cree con derecho a impedir que un ponente hable en una universidad porque las ideas que defiende le ofenden ¿y qué pasa con los estudiantes a los que le ofenden sus ideas y no las del ponente? Ni tan siquiera se lo plantean… El fallo es educativo y está en la base, fallamos en lo esencial, en el respeto a los demás.

¿Cómo proteger a nuestros hijos sin caer en la sobreprotección?

Ojalá hubiera una respuesta exacta para esa pregunta, pero lo cierto es que no la hay. Somos los padres quienes decidimos, a veces sin pensarlo, cuánto o de qué modo proteger a nuestros hijos, pero en muchas ocasiones lo hacemos pensando no tanto en su bienestar futuro como en su alegría momentánea, pensando más en verlos ahora contentos y en que no nos den la lata (somos humanos…) que en desarrollar habilidades como la tolerancia a la frustración o la resistencia, que les vendrán muy bien cuando sean más mayores; creo que la clave está en tomar decisiones conscientes, en no buscar las soluciones fáciles, no podemos tener a nuestros hijos siempre pegados a nosotros y el único modo de protegerlos de verdad es darles las herramientas que necesitan para protegerse a sí mismos, es decir, una buena educación.

¿Tiene que ver la mala educación con una baja tolerancia a la frustración?

La baja tolerancia a la frustración es consecuencia directa de la mala educación porque llega cuando los niños están acostumbrados a que todo les salga bien o a salirse siempre con la suya, en no pocas ocasiones pensamos que ya tendrán tiempo de pasarlo mal, que mientras nosotros podamos hacerlos felices, pues mira, eso que se llevan… y lo que se llevan de ello no es más que una baja tolerancia a la frustración. No es que sean malos ni débiles ni nada semejante, es que no les hemos dejado desarrollar eso que hoy en día llamamos de modo un poco rimbombante ‘resiliencia’, no les permitimos darse cuenta poco a poco y con pequeñas cosas de que no siempre se consigue lo que se quiere o de que para conseguirlo hay que esforzarse y, para cuando se dan cuenta, el trago es demasiado amargo y se frustran.

© Sekotia

¿Cuál es el papel de la familia, hoy en día, en la educación de los hijos y cuál debería ser?

Hoy en día los padres somos algo así como el coche-escoba en la vida de nuestros hijos, vamos corriendo tras ellos y tras lo que toca en cada momento: que si a los 3 años el parque de bolas con la clase entera, que si a los 4 o 5 las extraescolares de inglés, que si a los 6 el campamento bilingüe, que si a los 8 las clases de esquí, que si a los 10 la PlayStation, que si a los 12 el móvil… son solo algunos ejemplos al azar, hay muchos más y cada uno tendrá los suyos, pero el caso es que los padres vamos siempre detrás tratando de que nuestros hijos tengan en cada momento todo lo que se supone que deben tener… Hacemos lo que podemos y lo hacemos lo mejor que podemos, de eso no tengo duda alguna, pero sí creo que deberíamos pararnos a pensar y tomar las riendas de la educación de nuestros hijos, debemos ser nosotros quienes decidamos lo que toca en cada momento y no dejarnos llevar por el tsunami de la mayoría, no siempre es fácil pero si nos lo planteamos estaremos un pasito mas cerca de conseguir ir por delante, de marcar en el paso, en lugar de ir por detrás.

¿Y el del centro escolar?

Los centros escolares viven en la misma vorágine que los padres aunque de otro modo: para los centros educativos los padres somos ‘el cliente’, así que se esfuerzan por darnos lo que queremos (bilingüismo, actividades extraescolares a porrillo, horario ampliado…), esa búsqueda de la satisfacción de los padres hace que a veces cuestiones educativas queden en segundo plano; en ocasiones los padres presionamos al tutor o al profesor de turno pensando que estamos apoyando a nuestros hijos, pero lo cierto es que no les estamos haciendo ningún bien; he visto reuniones de padres en las que se pedía que no se pusiera un examen después de un puente porque los niños tienen que descansar en lugar de pedir a los niños (hablo de estudiantes de segundo o tercero de la ESO) que se organicen y preparen sus exámenes y sus trabajos a tiempo, sin dejarlo todo para el final. No deberíamos socavar jamás la autoridad del profesor en el aula (y por el aula me refiero al colegio entero) y la dirección del centro escolar no debería permitirnos hacerlo ni tampoco a los profesores claudicar de esa autoridad que les corresponde.

Dedicas en tu libro un capítulo al ‘desprecio a la lectura’; ¿está relacionada la mala educación con una comprensión lectora cada vez más pobre?

Absolutamente; la mala comprensión lectora tiene implicaciones muy serias; confundimos saber leer con entender lo que se lee y nos parece que cuando los niños rompen a leer ya es sólo cosa de practicar un poco; con seis o siete años dejamos que sean ellos quienes decidan si quieren leer o no; si deciden no hacerlo, su comprensión lectora será siempre limitada y eso significa que tendrán más dificultades para entender el enunciado de un problema de física por buenos que sean en esa asignatura o que asignaturas como historia o filosofía serán un dolor de cabeza porque solo leer y comprender lo que leen supone un esfuerzo mucho mayor de lo que debería. Y eso hablando de niños pero cuando esos niños lleguen a adultos con su mala comprensión lectora tendrán las mismas dificultades para comprender cualquier texto que necesiten leer; la comprensión lectora es una herramienta básica, sin comprensión lectora es (casi) como si no supiésemos leer y no hablo de leer el Quijote ni a Shakespeare, hablo de leer un informe médico o las instrucciones de la declaración de la renta por poner un par de ejemplos.

¿Pueden ser las nuevas tecnologías y los nuevos canales de comunicación aliados para impartir una buena educación?

La tecnología no es una opción, es un hecho. Vivimos en un mundo tecnológico y nuestros hijos son eso que llaman nativos digitales; diría más, sería contraproducente no utilizar las nuevas tecnologías en lo que tienen de aportaciones positivas a la educación, igual que en otros ámbitos de la vida, ahora bien, tenemos que tener muy claro qué aportan y qué no aportan porque también pueden ser una inmensa distracción. Los móviles en la escuela, por ejemplo, son una distracción y también fuente de discordia porque con ellos resulta demasiado fácil invadir la intimidad de los otros niños; los libros digitales son, en mi opinión y cada vez en la de más expertos, un gran error, no se pueden quitar de la educación los libros en papel y pensar que se va a poder fomentar la lectura de algún modo mágico. Otra cosa es que hablemos de alumnos de ESO o Bachillerato a los que se les piden trabajos, está claro que van a utilizar internet para documentarse y no veo el inconveniente siempre que sepan buscar información, contrastarla y no quedarse con lo primero que dice Google (el profesor debe guiarlos en ese proceso).

Señalas también que “enaltecemos la ignorancia día sí y día también”; ¿por qué ocurre y qué podemos hacer los padres para que esto no sea así con nuestros hijos y los profesores, con sus alumnos?

Creo que ocurre porque es lo fácil; si gente sin mérito alguno que la avale triunfa, ¿por qué no vamos a triunfar igualmente nosotros aunque el esfuerzo que pongamos en ello sea mínimo? En todo caso, no creo que eso sea lo importante, no al menos si hablamos de educación: no creo que debamos ir a la contra de los ídolos de nuestros hijos, sino darles un contexto que relativice esa idolatría. Por eso la lectura es importante, porque cuanto mayor sea su mundo más pequeños serán los ídolos; digo la lectura porque lo hemos mencionado antes pero no solo se trata de libros, se trata de tener un bagaje cultural amplio de esos que solo se extraen de las lecturas, de los viajes, de las visitas culturales, también del cine o de las series, no digamos ya de documentales…

No se trata de hacer un itinerario académico paralelo pero sí de aprovechar las oportunidades que tenemos de ampliar el universo cultural de nuestros hijos: si vas de vacaciones de verano a Peñíscola, tienes que hacer la visita guiada al castillo, si vas de aperitivo un domingo a Madrid, date un paseo por la Cuesta de Moyano o elige un museo (no tiene que ser de los grandes, puede ser uno pequeño como el Sorolla o el Museo Romántico) y date una vuelta antes del vermut… son pequeñas píldoras de arte, belleza y cultura que por sí solas parecen poco importantes pero que a la larga resultan serlo mucho más.

¿Qué es imprescindible para alcanzar la excelencia en educación?

El esfuerzo. Si los alumnos no tienen que esforzarse para aprobar o sacar buena nota, si se lo damos todo mascado, todo fácil, todo sencillo, será imposible llegar a ningún grado de excelencia educativa y eso no solo tiene como consecuencia una formación mediocre, sino generaciones enteras que no consideran el esfuerzo como un valor ni como algo necesario; queremos que el mundo avance, que se encuentre la cura del cáncer, del Alzheimer o la diabetes, pero si la educación es mediocre, estos logros serán casi imposibles de alcanzar; en general, y sabiendo que siempre hay  alumnos excelentes   que lo serán más allá de las circunstancias en las que les toque estudiar (pero son los menos), cuanto peor sea la educación, peor formados estarán los profesionales que salgan de ella. Quizá por eso, porque el esfuerzo es esencial, la buena educación puede estar en gran medida en manos de los padres, en cuánto y qué exigimos a nuestros hijos, en qué hábitos trabajamos con ellos (el de la lectura es esencial), en cuánto logramos ampliar su universo cultural…