Alejandro Rodrigo es experto en intervención social y educativa con menores en riesgo de exclusión social. Además, se dedica a la prevención de la violencia dentro del ámbito familiar. Acaba de publicar su segundo libro Adolescencias reales desde dentro (Ed. Plataforma), donde recrea diversas historias basadas en su experiencia real en torno a esta etapa vital.
Son relatos que hablan de la incomprensión entre padres e hijos, del consumo de drogas o alcohol, de adopción, de adolescencias difíciles... Al terminar cada uno realiza un análisis técnico para dar herramientas a cada familia con el objeto de que puedan extraer estrategias para aplicar en su propio hogar. Hemos charlado con él.
Comentas en el libro que nuestros hijos están lanzando un mensaje codificado con sus conductas y actitudes, ¿cómo decodificarlo?
Precisamente en esa pregunta radica el ‘quid de la cuestión’; es decir, ahí es donde se concentra la principal clave para ayudar a nuestra familia y a nuestros hijos en concreto. Si fuéramos capaces de entender que sus conductas o actitudes no son más que un disfraz de la verdadera necesidad que nuestro hijo presenta, si nos centrásemos en traducir ese ‘código’ entonces estaríamos avanzando en la dirección correcta. Sin embargo, no es nada fácil. Es muy fácil de explicar, pero muy complejo de llevar a la práctica. Hay dos estrategias muy útiles, la primera llevar a cabo un continuo ejercicio de formación e investigación, ya que cuanto más formados estemos mejor podremos afinar y, seguidamente, la segunda es recordar que nosotros mismos, los padres, somos quienes mejor conocemos a nuestros hijos. Estar presente y focalizado en esta interpretación de sus conductas será la clave. ¿Qué es lo que realmente nos quieren decir?
“Nuestros hijos no quieren ir a la guerra a pesar de que parezca precisamente eso, lo que intentan es realizar una llamada de emergencia y no saben realmente cómo”, recalcas, ¿cómo pueden prepararse los padres para responder bien a esa llamada?
Hay un concepto muy importante que puede resultar de gran utilidad ante estas situaciones en las que nos asaltan las dudas y es la capacidad de diferenciar si nuestro hijo o hija está atravesando una crisis evolutiva o involutiva. Una crisis evolutiva se refiere a un proceso de crecimiento, a veces doloroso, pero que indica superación. Por el contrario, una crisis involutiva lo que está indicando es un retroceso en el desarrollo de un hijo. Además de ser doloroso está provocando un importante paso hacia atrás. Es por ello que, en vez de caer en la pelea frontal y en la guerra aparentemente impuesta, es más efectivo analizar en qué escenario estamos. La crisis evolutiva a menudo ‘se transita’ con paciencia y presencia, sin embargo, la involutiva tiene difícil solución pasiva, es necesario a menudo la ayuda activa de un profesional externo.
Eres experto en la prevención de la violencia dentro del ámbito familiar, ¿es más frecuente en la adolescencia de lo que podríamos pensar?
En la adolescencia es muy frecuente dinámicas de conflicto con los familiares, en concreto, con los padres, no en vano es una etapa fundamentalmente centrada en la autoafirmación. Es decir, el adolescente está ensayando el adulto en el que se va a convertir y todo ensayo está compuesto por aciertos y errores, pero es precisamente en los errores en donde el adolescente puede verse anclado y defenderlos a capa y espada, de ahí, la sensación de inmadurez que también ya sabemos que tiene una base orgánica. Teniendo todo esto en cuenta podremos entender los conflictos propios de la adolescencia, pero otra cosa bien distinta es la violencia dentro de la familia, ahí, entonces sí, estamos inmersos en un escenario peligroso que requiere no apartar la mirada. Afortunadamente, la inmensa mayoría de población se sitúa en el primer escenario, pero lo relevante es que el segundo escenario provoca unos niveles de tensión dramáticos.
Desde tu experiencia, ¿qué es lo que hace que un adolescente decida cruzar determinadas líneas peligrosas y qué lo frena?
Hay dos aspectos que siempre se retroalimentan y que deben ser bien conocidos por el círculo social y familiar de cualquier joven. El primer aspecto es el puramente biológico y psicológico, que está vinculado a la capacidad de autocontrol y a la relevancia de los inhibidores con los que cuenta cada individuo. El segundo aspecto tiene que ver con el recorrido y actuación educativa que ha ejercido la familia históricamente, ya que son los padres los primeros agentes reguladores de cualquier persona. Sin embargo, con un adecuado nivel de intervención social, educativa y psicológica casi la totalidad de las personas pueden aprender satisfactoriamente a regularse y controlarse ante las temidas líneas rojas o peligrosas.
En tu obra hay historias muy duras de adicciones, malos tratos, incomprensión... ¿qué es lo que más aleja a padres e hijos adolescentes?
He tenido el privilegio de dedicarme a trabajar con adolescentes y sus familias desde hace casi veinte años y en distintas situaciones, tanto judiciales como educativas, siempre, no importa la gravedad de la problemática a la que se hubieran enfrentado, siempre he detectado la misma situación sanadora y no ha sido otra que la presencia de los padres. Es decir, han sido los propios adolescentes quienes en despacho, en intervención, siempre ponían de manifiesto su principal queja que no era otra que el no sentirse mirados por su madre o por su padre. Un hijo que no significa nada para su madre o para su padre se encuentra a una distancia sideral y es muy difícil entonces acercar cualquier postura.
Hablas también de la herida por el abandono que se hace manifiesta en los adolescentes adoptados, ¿cómo sanarla?
Cada vez que me enfrento a un nuevo caso de adopción compruebo que no hay dos casos de adopción iguales. Sin duda, la adopción conlleva emociones muy intensificadas, en ocasiones hasta el extremo, tanto en el plano positivo como en el menos favorable. Es por ello que cuando abordamos un caso de un adolescente adoptado que presenta problemas de vinculación o de conducta graves se hace necesario un abordaje terapéutico específico centrado tanto en el trauma como en el apego. El tratamiento psicológico generalmente es el camino a recorrer. No obstante, el amor sin condiciones dentro de su núcleo familiar es la piedra angular sobre la que se construyen el resto de estrategias.
Dices que la desidia es un factor principal de riesgo en la adolescencia, ¿por qué llegan a ella?
La desidia es una de las grandes trampas que se deben superar en la adolescencia, y no todos los jóvenes la sufren, pero cuando un adolescente se instaura en dinámicas de acomodamiento, de holgazanería, de desinterés, es fácil que llegue un paso más allá y se hunda en el pozo de la desidia. Esto es fácilmente identificable cuando un adolescente ya no quiere hacer ni tan siquiera lo que antes le gustaba o lo que le atrae en la actualidad. Hay dos tipos de caminos para llegar a ella, el primero es la falta o ausencia de pasiones, el segundo es una vida carente de referentes verdaderos. Si bien es cierto que de manera general se acaba superando, la realidad es que en algunas ocasiones puede estar escondiendo indicios de depresión y esto ya no es un riesgo sino que es un peligro que debe ser atendido.
¿Qué consejos darías a los padres que viven en familias funcionales para que lo sigan siendo?
El primero e incuestionable es que sigan disfrutando de la vida todo lo que sean capaces. Es una suerte y un privilegio tener una familia y, más aún, convivir dentro de la positividad, los hijos no dejan de mirarnos y si somos capaces de proyectar felicidad y disfrute, siempre que sea de verdad, nuestros hijos serán un poquito más felices por el mero hecho de que somos sus referentes. El segundo es que no dejen de cuidarse como padres tanto en el plano físico como en el mental, es quizás uno de los mejores regalos que les podemos hacer a nuestros hijos. Por último, no dejar de mirarles a los ojos, porque no dentro de mucho tiempo se habrán emancipado y, entonces, ya no podremos intentar recuperar el tiempo perdido. Para poder disfrutar su independencia y nuestra soledad hay primero que disfrutar su compañía. Quizás sea este el mejor regalo de la vida.