Casi 3 de cada 4 escolares debe mejorar su dieta alimentaria, una cifra muy significativa extraída del estudio Adherencia a la dieta mediterránea y asociación con la condición nutricional y el comportamiento alimentario en escolares españoles , elaborado por la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA) en colaboración con la Universidad Europea de Madrid. Y un papel clave para llevar una dieta adecuada es el comportamiento alimentario, es decir, la relación que niños y adolescentes tengan con la comida, una relación en la que el factor emocional desempeña un papel protagonista y al que hay que prestar especial atención cuando comprobamos que empieza a ser perjudicial.
Alimentación emocional y menores de edad
Las emociones afectan a todos los ámbitos de la vida de un individuo y eso incluye también la alimentación. Más allá de trastornos de alimentación que, como la anorexia o la bulimia, se suelen manifestar por primera vez en la pubertad o en la adolescencia, la manera en la que un niño o una niña se relaciona con la comida y cómo esto afecta a su manera de alimentarse se puede observar ya desde edades muy tempranas. Así, tal y como nos detalla Andrea Calderón, profesora de Nutrición de la Universidad Europea que ha participado en el citado estudio, “escolares con mayor glotonería y apetito, con alimentación emocional o que vuelcan sus emociones en la comida, que comen muy deprisa, o que tienen baja capacidad de respuesta a la saciedad, presentan mayor riesgo de obesidad. Por el contrario, escolares que comen muy lento, tardan mucho tiempo en saciarse, o rechazan en general los alimentos, tienen menor prevalencia de exceso ponderal y de adiposidad”.
“También podría suceder al contrario, que los niños más quisquillosos con la comida, tengan menor adherencia al patrón mediterráneo, y consuman más ultraprocesados altos en calorías, harina, azúcar o grasas de mala calidad, porque sean los únicos productos que aceptan comer sin rechazo. En ese caso, niños demasiado melindrosos podrían tener más riesgo de obesidad, pero a su misma vez de deficiencias nutricionales de vitaminas o minerales por falta de alimentos vegetales y básicos de la dieta mediterránea”.
¿Cómo debe ser la educación nutricional, si las emociones son un factor clave?
Sabemos que es fundamental dar una adecuada educación nutricional a los niños desde que son muy pequeños, pero esta no se puede limitar a meros datos (por muy adaptados que estos estén a la edad del niño y por mucho que se los presenten de manera amena), especialmente en aquellos menores en los que su manera de alimentarse esté más condicionada por el factor emocional. Aquí, lo importante es individualizar esa educación. Para ello, Andrea Calderón recomienda seguir las siguientes pautas:
- Detectar las conductas alimentarias del niño o adolescente. Como decíamos, no es lo mismo un niño que come en exceso como respuesta a una especie de ‘hambre emocional’ que hace que le resulte más difícil saciarse a otro que rechaza alimentos por diversos motivos. Por eso, antes de modificar la dieta ni de intervenir de algún modo, es importante averiguar la causa que hay detrás de un comportamiento alimentario u otro; “para ello existen test validados y profesionales que pueden evaluarlo para ayudar a las familias en casos más complejos”, tal y como nos indica Calderón.
- Adaptar la educación nutricional a cada caso. Una vez que conocemos como el niño se relaciona con la comida, podemos educarle nutricionalmente para que lleve una alimentación saludable adaptada a sus gustos y necesidades y, ahora sí, elaborar una dieta acorde a esos gustos y necesidades. En este sentido, la profesora de Nutrición pone como ejemplo cómo intervenir con un niño al que le cuesta mucho saciarse: “podemos potenciar los alimentos altos en fibra dietética, grasas saludables, y fuentes proteicas saciantes como el huevo o el pescado. O también podemos poner especial énfasis en cuadrar mejor los horarios de comidas para que no picotee a todas horas y lleve las ingestas más reguladas”. En el caso de “niños que se dan atracones cuando están agobiados, normalmente de productos de baja calidad, o que dejan de comer cuando tienen emociones negativas, podemos ayudarles a canalizarlas de otra forma y no generar esa mala relación con la comida que puede persistir y empeorar en la edad adulta”.
- La relación con la comida en el ambiente familiar. Es imprescindible predicar con el ejemplo. “Los niños deben ver que en casa hay buena relación con la comida, que es momento de disfrute y placer, de comer en familia, y de nutrirse de forma saludable, pero saboreando el momento”, subraya Calderón.
- Enseñarles el porqué tienen que comer bien, y solamente imponérselo, porque “es más difícil que se adhieran a buenos hábitos si no conocen la importancia para su salud”.
- Escucharlo y atender sus necesidades. “Es fundamental tener paciencia y ser conscientes de que los niños, igual que los adultos, tienen gustos y preferencias, tienen más hambre unos días que otros, etc. Por tanto, no tenemos que generar situaciones de mucha presión o de obligación de comer todo siempre, porque el niño o niña puede asociar la comida a un mal momento, generando mala relación con ella. Hacerles partícipes de la compra, cocina, elección de alimentos, también es una forma de que se interesen más por la comida saludable e incluso la encuentren divertida”.