La autoestima se define, según la Stanford Medicine Children’s Health (uno de los sistema de atención médica pediátrica más importantes de Estados Unidos), “como los sentimientos que uno tiene sobre sí mismo”. Una definición aparentemente sencilla que encierra mucho más detrás porque “la autoestima está en la base de la inteligencia emocional, y ella es la que nos ayuda a autorregular sus emociones, a desarrollar unas adecuadas habilidades sociales y comunicativas que, al final, son la esencia de las relaciones humanas”, tal y como señala la psicóloga infanto-juvenil Úrsula Perona en el libro ‘9 reglas para una educación consciente’ (Toromítico). Es, por tanto, fundamental que nuestros hijos desarrollen una sana autoestima, que será, además, la mejor protección que tendrán para su salud mental a lo largo de toda su vida. ¿Cómo saber si niños y adolescentes tienen una sana autoestima? Estas son las características que suelen manifestar:
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1. Confía en sus propias capacidades
Los niños y adolescentes con una sana autoestima son muy conscientes de sus propias capacidades, lo que les hace confiar en ellas y, por ende, en sí mismos. Suelen saber también cuáles son sus debilidades, a las que ven como una característica personal, no como un defecto, y se esfuerzan por mejorarlas o por potenciar aquello en lo que se sienten mejores.
2. Son modestos
Precisamente por el hecho de ser conscientes de sus cualidades y de sus fortalezas, no necesitan proclamarlas para hacerse valer ante los demás. Ellos mismos se otorgan valor, pero no, por lo general, desde una posición prepotente, sino de respeto y amor propios.
3. Emplean un lenguaje respetuoso consigo mismos
Ese respeto y amor propio trae de la mano cómo se hablan, de manera inconsciente a sí mismos. Por ejemplo, si comenten un error o se equivocan en algo, no es habitual escucharles expresiones como ‘qué tonto soy’ o ‘qué mal lo he hecho’. Por lo general, estos niños se han sentido amados y respetados por sus adultos de referencia desde muy pequeños y el lenguaje que emplean al dirigirse a sí mismos sigue las pautas que ellos le han transmitido.
Eso hace, a su vez, que sean responsables con sus pequeñas (o grandes obligaciones). Lo mismo hace, por ejemplo, su cama o ayudan a poner la mesa que se sienten a realizar los deberes o tareas escolares. No suele ser necesario insistirles demasiado para que hagan aquello que deben hacer o que se espera de ellos.
6. Se relacionan muy bien con otros niños e incluso con adultos
La sana autoestima es fundamental para no tener ciertos temores o vergüenza a la hora de acercarse a sus iguales y de socializar con ellos. Suelen entablar conversaciones con ellos, e incluso con los adultos, con gran facilidad y es también más probable que desarrollen habilidades de liderazgo.
7. Sabe defender sus propias ideas aun cuando los demás no opinan lo mismo
Tampoco tienen inconveniente en manifestar su opinión o sus ideas a los demás, a pesar de que no sean compartidas por la mayoría. Además, suelen aportar argumentos y defenderlas con razonamiento y, en niños más mayores y adolescentes, con gran asertividad, respetando posturas contrarias.
8. Muestran madurez en la toma de decisiones
A medida que se van haciendo mayores, los niños con una sana autoestima suelen tomar también más decisiones por sí mismos. Estas no tienen por qué ser necesariamente acertadas, pero al tener menos temor a equivocarse, muestran una mayor madurez a la hora de elegir una opción u otra en diferentes aspectos, por lo que parecen también niños más inteligentes.
9. Suelen mantener un gran autocontrol emocional
La inteligencia de la que hablamos en el apartado anterior no tiene por qué ir ligada a un mayor cociente intelectual, sino a un mayor grado de madurez para su edad. La inteligencia emocional, sin embargo, sí que suelen tenerla más desarrollada, como resultado de aspectos ya comentados (ser conscientes de sus cualidades y de sus debilidades, de hablarse a sí mismos con amabilidad y de saber sociabilizar y comunicar sus ideas). Esto permite, al mismo tiempo, un mayor autocontrol y una mayor regulación de sus propias emociones, así como una mayor tolerancia a la frustración. Son también, por lo general, niños y adolescentes más resilientes, es decir, con una mejor capacidad para adaptarse a los cambios y a situaciones nuevas.