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madre explica algo a su hija© GettyImages

Crianza

‘¿Por qué a mi hijo le cuesta tanto hacer caso a la primera?’

Aun teniendo claro que no debemos pretender obediencia ciega en los niños porque es contraproducente para ellos, pedirles algo sencillo como que vayan a cenar y que ‘ignoren’ la petición puede llegar a exasperar. ¿Qué hacer en esos casos?


22 de septiembre de 2023 - 14:24 CEST

Criar a un hijo es un auténtico reto. Más aún cuando los padres están dispuestos a hacerlo teniéndole a él en cuenta, a sus necesidades, e intentando inculcarle principios a través de la disciplina positiva. Cuando en medio del esfuerzo que eso supone (y con el cansancio añadido de los quehaceres diarios) le pides algo aparentemente sencillo, como ir a la bañera, a cenar o a vestirse, y no te hacen ‘caso’, puede llegar a exasperar. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo ‘convencerlos’ para que hagan lo que se les pide en ese momento sin recurrir a gritos ni a castigos? Lo consultamos con Helena Ruiz Pino, especialista en comunicación familiar, coach y creadora de la metodología My Family Lab (@myfamilylab), que nos indica una serie de pautas imprescindibles a tener en cuenta.

¿Por qué algunos niños no hacen caso a la primera?

Es curioso cómo a veces creemos que la situación ideal es que nuestros hijos nos hagan caso a la primera… Esto es algo que se repite de forma constante con todas las familias con las que trabajo; muy a menudo, como padres, estamos tan agotados que necesitamos que nuestros hijos hagan lo que les pedimos en el momento en que se lo pedimos, sin ni siquiera plantearnos las consecuencias que eso pueda tener en la autoestima y el desarrollo de nuestros hijos.

Pero lo cierto es que detrás de pretender que nuestros hijos nos hagan “caso” a la primera, hay un tinte de querer educar niños obedientes. Tanto en mis formaciones como en mis consultas individuales les suelo preguntar a los padres “¿estáis seguros de que queréis hijos obedientes?”. Obedecer implica esa idea de hago lo que tú quieres, cuando tú quieres, cómo tu quieres, por supuesto, a la primera y sin rechistar. Y eso, a la larga, puede ser muy contraproducente.

Si de pequeños les enseñamos obediencia tendrán tendencia a la sumisión, no aprenderán a tomar decisiones porque nunca se les ha permitido tomarlas y tenderán a comportarse de una determinada manera por agradar a los demás.

Fomentar esto durante la infancia es peligroso; y cuando se convierten en adolescentes… ¡pues mucho más! La adolescencia es una etapa marcada por la necesidad de pertenecer al grupo, con lo que si desde pequeño no se ha fomentado que yo tenga mi propio criterio ante las cosas, es mucho más probable que tome decisiones arriesgadas en función de lo que los demás opinen, en lugar de plantearme si es adecuado o no.

Afortunadamente, hoy en día las estructuras en todos los ámbitos ya no son tan verticales: ni en las familias, ni en las escuelas, ni en las empresas. En estas últimas, por ejemplo, ya no se buscan jefes, se buscan líderes a los que sus equipos quieran seguir porque creen en sus valores. Y exactamente a eso deberíamos aspirar como padres: a convertirnos en líderes para nuestros hijos. Precisamente porque la sociedad y las estructuras han cambiado tanto, los “porque yo lo digo y punto” han dejado de tener efecto con nuestros hijos.

Sabemos que no es recomendable inculcarles obediencia sin más, que lo adecuado es hacerlos responsables, pero ¿cómo actuar siguiendo estas premisas si le pides algo, por ejemplo, ir a cenar, y te ignoran?

Es tremendamente importante que entendamos cuál es el origen detrás de esos comportamientos de nuestros hijos, especialmente esos que nos sacan de quicio y nos roban la calma; es decir de lo que comúnmente llamamos malos comportamientos.

Me gusta hacer la siguiente analogía: cuando tus hijos son pequeños y se ponen pachuchos es normal que le suba la fiebre; entonces, les damos antitérmicos que todos los padres conocemos, como Dalsy o Apiretal. Pero en realidad, nuestro pequeño no se cura, se siente mejor porque conseguimos que baje la fiebre; no obstante, esta volverá a subir en unas 4 ó 6 horas y, definitivamente, tendremos que ir al pediatra para saber el origen que está provocando la fiebre: ¿una otitis?¿una bronquiolitis? Porque en función de eso, necesitará una medicina u otra…

Con los malos comportamientos pasa exactamente igual. El problema es que lo que nosotros vemos es el síntoma (esa fiebre…): la mala conducta, que mi hijo me ignora, que me contesta mal, que me reta o que me lleva la contraria… Y entonces aplico herramientas educativas en formato de antitérmico como castigos, amenazas, premios, sobornos… y esto hace que a veces la conducta cambie momentáneamente, pero enseguida vuelve a aparecer, porque en lugar de pararme a entender qué es lo que está ocurriendo para que mi hijo tenga esa necesidad de retarme, me estoy centrando en la conducta en sí.

Como padres y madres es fundamental que aprendamos a observar más allá de la conducta de nuestros hijos y entrenemos nuestra mirada para ver más allá del comportamiento. Si no quieren ir a cenar y te ignoran, no deberíamos centrar la energía en intentar que cenen; si no en entender qué está sucediendo para que se comporten así.

Helena Ruiz Pino© Helena Ruiz Pino
Helena Ruiz Pino, especialista en comunicación familiar y coach

¿Cómo actuar cuando le pides que haga o deje de hacer algo y justo hace lo contrario?

Nuestros hijos necesitan satisfacer su necesidad emocional de importancia. Esta necesidad hace referencia a que nuestros hijos se sienten importantes y capaces, a que sienten que contribuyen a este equipo que es la familia, a que tienen algo de control sobre su vida y tienen cierto poder personal. Para satisfacer esa necesidad nuestros hijos necesitan sentirse respetados, tenidos en cuenta y parte de un equipo.

Por lo tanto, cuando tomamos todas las decisiones por ellos y les hacemos sentir ninguneados, van a sentir insatisfecha esa necesidad de importancia. Cuando esa necesidad no está cubierta, nuestros hijos van a buscar la manera de sentirse importantes entrando en luchas de poder con nosotros, ya sea ignorándonos o haciendo lo contrario de lo que les decimos.

La mejor manera de conseguir que quieran colaborar es que se sientan conectados a nosotros y que usemos estrategias que les hagan sentir importantes, tenidos en cuenta y capaces de manera proactiva.

¿Qué debemos hacer para que respondan cuando se les pide sin caer en premios, castigos ni amenazas?

Tenemos que tener en cuenta que, tanto los premios como los castigos, que a priori parecen estrategias tan antagónicas, son como dos caras de la misma moneda. Con ambas estrategias lo que estamos haciendo es incorporar un estímulo externo para modificar la conducta de nuestros hijos: si lo haces bien, te premio; si lo haces mal, te castigo. Cuanto más alta es la motivación externa que recibo para hacer algo, más baja la motivación interna que tengo para hacerlo.

Utilizar este tipo de estrategias hace que nuestros hijos se sientan desconectados de nosotros y que no tienen ningún tipo de poder ni de control, lo que paradójicamente aumenta su necesidad de seguir teniendo comportamientos disruptivos. Es como la pescadilla que se muerde la cola…

Ya lo decía Jane Nelsen, una de las creadoras de la disciplina positiva: “De dónde hemos sacado la loca idea de que para que un niño se porte bien antes tenemos que hacerle sentir mal”. Por tanto, la estrategia para no tener que recurrir a este tipo de herramientas es exponer a nuestros hijos a situaciones que les hagan sentir de manera positiva que tienen poder personal y control, que son importantes y que su contribución al equipo es fundamental.

¿Y si te responde de malos modos?

Aquí es fundamental validar eso que está sintiendo, recordar el límite y ayudarle a encontrar maneras más respetuosas de mostrar su enfado: “Veo que te ha enfadado muchísimo cuando te he pedido que apagaras la tele. En esta casa nos hablamos desde el cariño y el respeto. ¿Cómo podrías decirme lo mismo de otra manera?”.

Nuestros hijos tienen que saber que las emociones que sentimos son siempre lícitas y, al mismo tiempo, nuestra responsabilidad es enseñarles a canalizar esas emociones sin hacer daño a los demás.

¿Cuándo es falta de madurez asociada a la edad y cuándo un verdadero problema de comportamiento?

No hay una respuesta universal para distinguir entre falta de madurez asociada al nivel de desarrollo y un verdadero problema de comportamiento, ya que cada niño tiene ritmos, habilidades y desarrollos diferentes…

Por lo general, tenemos expectativas poco realistas en cuanto a lo que se puede esperar de la forma de comportarse de nuestros hijos. Sus necesidades, intereses y prioridades son totalmente diferentes a las de los adultos. Una forma de valorarlo puede ser observar si el comportamiento problemático es consistente en diferentes entornos y con diferentes personas. Si el niño muestra el mismo comportamiento en casa, en la escuela y en otros lugares, esto puede ser un indicio de un problema de comportamiento más profundo.

¿Cuándo deben los padres buscar ayuda profesional?

A veces nos genera aprensión consultar a un profesional porque eso nos hace sentir que hemos fracasado en nuestro rol como padres. La realidad es que, igual que llevamos a nuestro hijo al pediatra cuando tiene fiebre, ante la duda de que pueda haber algún problema conductual, siempre es preferible consultar a un profesional que nos indique qué pautas debemos tomar.

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