La decisión de que un hijo pase un año académico en otro país durante la ESO o el Bachillerato conlleva distintos puntos a analizar. No todos están preparados para marcharse y no a todos la adaptación les resultará igual de rápida o de fácil.
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Jordi Perales es profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Educación de la UOC (Universitat Oberta de Catalunya). Como experto nos cuenta qué hay que tener en cuenta y cómo apoyar al menor en ese cambio tan importante.
¿Está preparado para marcharse?
Auque el aprendizaje y dominio de una lengua extranjera es una ventaja grande, para el experto no debería ser la única razón por la que enviar a estudiar a un hijo al extranjero un curso escolar, ya que hay otras opciones, como pasar parte del verano fuera o reforzar el idioma en el mismo país.
“Hay que pensar en su desarrollo social y en si tiene capacidad para generar amigos nuevos. Además, es importante considerar si ya tiene alguna habilidad con esa lengua o parte de cero”, apunta.
Cuando el menor se va en los primeros años de la ESO, son los padres los que suelen decidir por él, pero conforme van cumpliendo años, por ejemplo, cuando se aproximan o están en Bachillerato, la decisión no puede ser unilateral, pues “padres e hijos deben tomar una decisión conjunta”. En este sentido, no es recomendable ‘enviar’ al adolescente contra su voluntad.
Los padres deben preguntarse siempre si su hijo está realmente preparado para estudiar en el extranjero con una evaluación previa donde se revise qué le aporta desde el punto de vista académico, social y de evolución personal. Aquí hay muchas diferencias dependiendo de cada niño o adolescente, incluso a la misma edad, aunque el nivel madurativo que tienen a partir de los 16 años suele ser distinto del que gozan unos años antes.
El apoyo familiar y otros puntos importantes
La adolescencia es una etapa en la que los hijos buscan desesperadamente ‘separarse’ de sus padres para encontrar su propia individualidad. No obstante, “siguen necesitando a la familia como apoyo principal”. Cuando se van a estudiar fuera, el menor debe saber que sus padres siguen estando ahí, algo que se ve muy facilitado en la actualidad gracias al mundo digital, que permite hacer videollamadas y estar conectados todo el tiempo que se quiera. “No es necesario que estemos 24 horas con el móvil en la mano, pero sí mantener ese apoyo”, resalta el experto de la UOC. “La presencia familiar, aunque sea a distancia, tiene que ser habitual”, insiste.
Además, Jordi Perales apunta otra serie de puntos importantes para facilitar la adaptación:
- Contar con buenas referencias del lugar en el que vaya a vivir. Ya se trate de una familia o de una residencia, es importante saber de antemano que es un entorno sano y abierto a recibir al menor.
- Irse acompañados. Aunque muchos padres evitan que sus hijos vayan con otros niños del mismo país para que se vean obligados a hablar en el idioma de destino, “en la adolescencia pueden necesitar estos puntos de apoyo”.
- Contactar antes con las personas con las que vaya a vivir. Es recomendable que, antes de marcharse, el niño o el adolescente (y sus padres) conozcan a las personas que lo van a acoger; esto le da seguridad.
- Visitarlo cuando sea posible. “Si el niño o la niña están bien y no supone para ellos ningún problema recibir visitas de su familia, veo bien que se hagan o que vuelvan ellos por vacaciones”.
¿Y si no se integra bien?
Aunque en la adolescencia los chicos suelen creerse muy independientes, no lo son tanto y dependen más de su familia de lo que ellos mismos creen. Por eso, cuando salen al extranjero es normal que sientan añoranza. Pero si esta va pasando a ser una manifiesta inadaptación, los padres tienen que tomar decisiones.
“Hay que permanecer muy atentos a cómo están. Si no están bien, se debe actuar y no quedarse sin hacer nada ‘porque ya está pagado’. Todos podemos pasar tres días malos, pero hay que observar realmente cómo está tu hijo, qué te dice, si puede tolerar esa añoranza...”, recalca Jordi Perales.
La capacidad de adaptación de un adolescente es mucho mayor que la de un adulto, señala el profesor, pero “hacerle pasar todo un curso mal no es conveniente porque puede tener un gran sentimiento de soledad por muy autónomo que sea, que puede derivar en otros problemas como la ansiedad”, advierte.
“Si al cabo de dos o tres semanas su estado no mejora y no ha conseguido hacer nuevos contactos allí, hay que valorar muy bien la situación para decidir”, comenta.