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Salud mental

Trastorno disociativo de identidad o cuando un niño parece tener múltiples personalidades

Del niño más amoroso del mundo a mostrarse agresivo, de reírse con alegría a un enorme enfado… son algunos de las conductas con las que se manifiesta este trastorno, que presenta importantes particularidades en la infancia


11 de septiembre de 2023 - 17:08 CEST

Mi hijo parece el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Esa es la representación más clara que la realidad que manifiestan los niños y adolescentes con trastorno disociativo de identidad, que por lo general se asocia a adultos, pero que es posible también que se presente en menores de edad. A estos niños se les “identifica dos o más identidades distintas que existen dentro de una misma persona” y “cada una de esas identidades tiene su propia personalidad, recuerdos, comportamientos, sexualidad, etc.”, nos explica Rebeca Cáceres, doctora en psicología, psicóloga sanitaria y directora de Tribeca Psicólogos. “El trastorno de identidad disociativo, conocido anteriormente como trastorno de personalidad múltiple, es una condición de salud mental que se caracteriza por alteraciones en la memoria y la identidad”.

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En cierto modo, “el cerebro del niño se divide”, lo que hace que quien sufre este tipo de trastorno muestre, por lo general, “una desconexión entre lo que piensa, lo que hace y lo que siente”. Y es tan palpable esta realidad que le afecta directamente a su calidad de vida, pues hace que le “sea difícil manejarse en el funcionamiento diario y, sobre todo, en las relaciones”.

Causas detrás del trastorno disociativo de identidad en niños y adolescentes

“Los trastornos disociativos a menudo se desarrollan como resultado de acontecimientos traumáticos; en particular, parece asociarse con abusos o negligencia en la infancia”, indica la psicóloga. “Si tuviéramos que dar una explicación de por qué el cerebro se divide podríamos decir que el cerebro del niño traumatizado hace un esfuerzo sofisticado para protegerse del daño y cambia entre las identidades separadas para poder manejar la angustia que en muchas ocasiones supone seguir viviendo en el ambiente que le causa el dolor intenso”.

Es, por tanto, un mecanismo de defensa ante una realidad extremadamente complicada. Y la consecuencia directa de este mecanismo de defensa es que el cerebro comienza a funcionar de manera diferente. “Podríamos decir que el niño se ha sentido o se siente atemorizado e indefenso, incluso puede temer por su propia vida, y para manejar esa situación lo que hace es  huir   de las situaciones que le provocan terror en su memoria y por eso ‘desconecta’ la rabia, el dolor, el daño, los pensamientos negativos sobre el suceso…”.

Sin embargo, “también es preciso decir que hay niños en los que se ve un claro trastorno de identidad disociativo y eso tiene que ver con múltiples causas” y que “ hay mucha variabilidad en cómo se muestra este trastorno en los niños porque una parte importante depende del ambiente en el que el niño se esté desarrollando”. Por eso Rebeca Cáceres subraya la necesidad de que tanto el niño como sus padres sean valorados por un profesional cualificado, que debe estar especializado en este trastorno, que no siempre es fácil de diagnosticar en menores, como veremos más adelante.

Síntomas del trastorno disociativo de identidad en menores de edad

Producto de esa desconexión, “puede que el niño entre en una especie de trance, se quede en blanco o se muestre rígido, paralizado, como si se hubiese ido de la realidad”. Se dan, además, otros síntomas, como “cambios bruscos cambios de humor, alucinaciones visuales o auditivas, despersonalización y desrealización”. Todos estos síntomas se manifiestan con “conductas concretas” como las siguientes:

  • El niño podría actuar de una manera muy madura y, en el mismo momento, podría mostrar una conducta pueril, como un bebé.
  • El niño puede estar pasivo o agresivo, incluso cercano a la crueldad, y al instante puede ser el niño más amoroso y el que más cariño de.
  • El niño puede querer comer su comida favorita o querer ir a casa de los abuelos a los que adora y en el mismo momento decir que no quiere esa comida porque la odia y que no quiere ir a casa de los abuelos porque no le gusta estar con ellos.
  • El niño puede tener una mirada perdida, congelada sobre todo en momentos en los que le estás riñendo o él está furioso.
  • El niño se puede estar riendo y, en ese mismo instante, mostrar una reacción colérica importante.
  • El niño puede tener habilidades sobresalientes para escribir, jugar al fútbol o pintar y de repente decir que no sabe hacer las cosas y que no se acuerda.
  • Puede ser que el niño llegue a un sitio y no sepa cómo llegó.
  • El niño puede interpretar una situación aparentemente normal e incluso segura como de pánico atroz y una situación de peligro la puede interpretar con seguridad.
  • Puede ser que el niño tenga   flashback  y no sea consciente del entorno en ese momento.
  • Puede ser que el niño se hiera a sí mismo y no le duela, se quede como anestesiado incluso cuando ve la sangre si se ha cortado.
  • Es frecuente que el niño tenga dolores de estómago, de cabeza, dificultades al respirar o dolor genital, entre otros, que no consiguen ser explicados de manera biológica.

Diferencias en el trastorno disociativo de identidad en menores y en adultos

Como decíamos, “todo esto puede ocurrir como reacción ante una situación adversa que le provoca terror y se puede considerar como una técnica defensiva”, pero es importante tener en cuenta que la mayoría de los síntomas mencionados pueden estar relacionados a otras circunstancias. Será “si siguen apareciendo y si se va estructurando la personalidad del modo anteriormente explicado” cuando hablemos de un trastorno disociativo de identidad en la infancia. Y esta condición de salud mental presenta algunas diferencias entre menores y adultos:

  • El trastorno de identidad disociativo no es tan obvio en niños y adolescentes como en adultos.
  • A veces se confunden los estados de personalidad con la normalidad de lo que significa ser un niño.
  • Los cambios de voz, gestos y estados de ánimo son menos intensos en niños que en adultos.
  • Quedarse en blanco o entrar en estado de trance es menos frecuente en niños.
  • El niño puede no entender que las voces o la gente que hay dentro de él no son normales. También puede ser que le dé vergüenza hablar de esto.
  • Los comportamientos agresivos o sexualizados de los estados disociados del niño son habitualmente menos severos que los de los adultos.
  • El trabajo terapéutico con niños tiene muy buenos resultados, ya que el menor puede ser consciente de manera más fácil de sus distintas partes y de por qué lo hace, pudiendo resolver más fácil todo el entramado (por ejemplo, el trauma) que hay detrás de tal trastorno.

¿Cómo es el tratamiento del trastorno disociativo de identidad en menores?

Aunque el trabajo terapéutico tenga buenos resultados, el mayor reto venga, probablemente, a la hora de dar el propio diagnóstico, puesto que es un trastorno complejo que requiere que el profesional que lo trate esté muy habituado a él y tenga sobrada experiencia. “En concreto, cuando un niño con este tipo de trastorno acude a terapia, algunos de los múltiples desafíos a los que nos enfrentamos los terapeutas son”:

  • Distinguir entre la amnesia disociativa o una evitación para no desvelar esa información quizás por temor.
  • Hay que explorar la información que está en la parte disociativa del niño y también hay que barajar que el niño pueda tener miedo a los recuerdos que puede haber en esa parte porque eso muy probablemente hará que el niño no quiero entrar ahí.
  • El entorno. “Si el niño vive en contextos relacionales que no se sienten completamente seguros ¿cómo podemos ayudarlos a manejar las turbulencias de las memorias traumáticas a la vez que le damos herramientas para sentirse seguros en el ambiente que viven?”

Una vez superado este primer paso y ya hay un diagnóstico certero, Rebeca Cáceres recomienda dos tipos de psicoterapia: la terapia familiar y la terapia EMDR con los niños. La primera estará orientada a “manejar el rol de cada uno de los integrantes de la familia con el objetivo de dar seguridad al niño” y la segunda, “acceder a los recuerdos traumáticos con el fin de procesarlos” y así poder “integrar la personalidad”. De este modo, “el niño irá estructurando de manera sana e integrada todo lo sucedido, los acontecimientos traumáticos, no necesitando dividir su mente”.