madre desesperada© GettyImages

Maternidad

Pautas para no desesperar con la educación de los hijos

Angélica Joya explica cómo acabar con las ‘luchas de poder’ entre progenitores e hijos y recuperar una relación paternofilial basada en el respeto mutuo


5 de septiembre de 2023 - 18:08 CEST

¿Es posible no perder los nervios cuando nuestros hijo parece retarnos a cada momento? ¿Cómo reconducir la situación? Hablamos con Angélica Joya, psicóloga clínica y entrenadora de disciplina positiva, sobre esto. Acaba de publicar un libro, ‘Educar sin desesperar’ (Planeta), con el que ayuda a los padres a pensar más allá del comportamiento de sus hijos, al tiempo que les invita a hacer una mirada interior y a su propia infancia para entender y cambiar ciertos patrones.

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¿Cuál es el primer paso que debemos dar para impartir una auténtica disciplina positiva a nuestros hijos?

Yo creo que el primer paso, aunque suene muy cursi, empieza por el adulto, por ese cambio de mirada y de enfoque en cuál es tu papel como adulto que acompaña a un niño o a una niña a crecer. En el libro uso la metáfora de que, a veces, creemos que somos ingenieros, que nuestra labor es la de diseñar, amoldar, corregir y que todo esté como en los planos, en el diseño que habíamos hecho inicialmente. Y el cambio que propone la disciplina positiva de ser más como un pastor que sabe que cada vez es diferente, que hace lo mejor posible para darle un prado lo suficientemente bueno a esa oveja y que la lleva, pero ella tiene que decidir si comer o no comer, y cada una tomará decisiones diferentes y tendrá necesidades diferentes. Yo creo que este es el primer paso, intentar hacer este cambio de mirada, de soltar el control.

Una de las bases de la disciplina positiva es inculcar respeto a los niños, no obediencia, pero… ¿cómo lidiar ante los ‘te ignoro’ constantes? ¿Cuando les pides que hagan algo y nunca te hace caso?

Primero el ser conscientes de que si yo interpreto ese “no me escucha” como que me ignora o que me está tomando el pelo, eso ya va a encenderme. A veces puede ayudar pensar “qué más puede ser”; en el libro hablo de pensar lo mejor posible de acuerdo a los hechos. Es casi preferible pasar por “demasiado iluso” y pensar que está muy entretenido jugando en lugar de que me ha ignorado, por ejemplo. Entonces eso ya me cambia el chip y la manera en la que me acerco. Y luego, otra cosa que parezca muy básica, pero a veces hace falta ser consciente de esto, es que si realmente algo es importante para ti y no quieres que no te escuchen, debes hacer todo lo posible para ser escuchado. Y eso no es gritar, sino acercarse primero; es decir, me acerco la primera vez que le voy a pedir algo y hago contacto y le miro o le toco, y ahí es cuando le pido las cosas. Eso ya va a cambiar, va a reducir las posibilidades de que te ignore porque es muy difícil ignorar a la persona que está mirándote. Y, desde el punto de vista del adulto, también es muy difícil gritar a una persona a la que estás mirando a los ojos.

¿Cómo evitar las luchas de poder que, a veces, inician niños y adolescentes y que tanto pueden llegar a desesperar a los padres?

Cuando caemos en la mentalidad esa que decía antes de ingeniero, de “yo quiero hacer que una persona haga algo”, ahí ya estamos en una lucha de poder, no solo con los niños, sino también con la pareja y con cualquier otra persona. Y a veces no nos damos cuenta de que esto con los niños es totalmente imposible. Incluso cuando él “hace caso”, está decidiendo hacer caso. El intentar hacer que el otro haga lo que yo quiero, cuando yo quiero y como yo quiero es lo que muchas veces nos lleva a luchas de poder. Ayuda mucho primero partir de ahí, de decir “bueno, yo puedo influirle; ¿cómo le voy a influir?” Ahí ya cambia la manera en la que me acerco.

Y, desde el punto de vista “más lingüístico“, en lugar de decirle, por ejemplo, solo una cosa, dar un par de opciones y que elija dentro de esas opciones. O cuando le digo “yo creo que deberías hacer esto y sé que ahora no te apetece”, explicar cómo estoy y alejarme, darle espacio, porque si me quedo ahí entro más en lucha de poder. Incluso cuando él quiera dejarse influir, estando ahí es mucho más difícil dar la razón al otro. Incluso hay muchos niños que dicen que no con la boca y con la con los actos dicen que sí, de modo que también ayuda mucho observar los actos más que las palabras.

© Antonio Navarro

Angélica Joya, autora de ‘Educar sin desesperar’

¿Pueden esas luchas de poder acabar rompiendo o deteriorando el vínculo padre/madre-hijo?

Obviamente que cuando hay un conflicto y acabas forzando a alguien de una manera irrespetuosa, hay algo que hace daño, pero lo bonito de las relaciones y del ser humano, incluso del cerebro humano, es que se puede siempre reparar. Y si somos lo suficientemente humildes y conscientes de que hay algo que yo no hemos hecho bien, independientemente de lo que el otro haya hecho, y podemos reparar, la relación puede salir incluso más fortalecida que antes. Porque cuando yo cometo un error me muestro más humano ante mis hijos. Mis hijos saben que no soy perfecto y entonces cuando ellos cometen un error, quizás pueden decir “ah, mira, es normal y puedo confiar a mi madre o padre que ellos también se equivocan. Esto no pasa con un padre perfecto que oculta sus errores. De los errores se aprende muchísimo.

El estilo de crianza que se emplea hasta los cinco o seis años es clave en el desarrollo de la personalidad y de la autoestima del niño; ¿es posible arreglar la situación si nos damos cuenta de los errores cometidos después de esa edad?

Claro que sí. Las bases de la personalidad se forman en los primeros cinco o siete años, pero luego siempre hay matices que también son importantes y, además, en la adolescencia hay una limpieza a nivel neuronal, por lo que es una oportunidad fabulosa para poder hacer un cambio, para poder hacer literalmente conexiones neuronales diferentes en el cerebro de tu hijo. Siempre se está a tiempo de poder hacer un cambio que influya positivamente en la relación y en la autoestima de tu hijo. Es muy importante tener esto claro porque a veces creemos que como ya pasó la primera infancia, ya no hay mucho más que podamos hacer y no es así.

¿Cómo solventar las diferencias si uno de los miembros de la pareja está completamente implicado en una educación basada en disciplina positiva y el otro no?

Con respeto. Cuando estamos muy convencidos de algo y creemos que es algo súper importante y bueno para nuestros hijos, en ocasiones, como que nos cegamos. Por ejemplo, en el caso de la disciplina positiva, que lo que promueve es alentar a las personas, animarlas y respetarlas, muchas veces caemos en el error de que cuando alguien no sigue esto, sobre todo la pareja, los abuelos o en el colegio, que están muy cerca, influye mucho en tu hijo, te lanzas a intentar convencer e incluso terminas irrespetando o desalentando a esa persona. Entonces es muy irónico, pero es así. Entonces yo lo primero que digo es todo lo que tú quieres que tu pareja o tus padres hagan con tus hijos, primero tienes que hacerlo tú con ellos, con la, con ese adulto.

En relación a esto, ¿cómo debemos actuar ante otros adultos de la familia (abuelos, tíos…) que ‘chantajean’ a nuestros hijos a cambio de besos, abrazos o un buen comportamiento?

Yo creo que es importante confiar primero en el trabajo que tú estás haciendo con tus hijos. Una de las cosas que te das cuenta rápidamente cuando otros adultos no se comportan de manera respetuosa con ellos, es que ellos saben poner límites respetuosos. Y es que los niños aprenden a poner límites. Por eso, lo primero es confiar y enseñarles a poner esos límites. También es importante darles un relato a los niños, explicarles en otro momento esto por qué pasa, explicarle que tenemos valores diferentes, que pensamos diferente. Y darles un relato, que no es excusar al otro adulto, pero para que entienda esto que está pasando y que vea que nosotros respetamos también al otro, que no estamos de acuerdo, pero respetamos.

Y, por otro lado, quizás marcar unas líneas rojas. Si no somos capaces de llegar a acuerdos, que sería lo ideal, debemos marcar al menos líneas rojas que invitamos a la persona a respetar.

En tu libro dedicas un apartado entero a una cuestión que preocupa a muchos padres: “mis hijos se odian”. ¿Qué hacer cuando parece que la relación entre hermanos es insalvable?

Primero hemos de explorar muy bien cómo es el lugar de cada uno de los niños en la familia porque la rivalidad es algo que está ahí, que es parte de la relación entre hermanos, y es hasta natural. Pero cuando esa llama ya comienza a quemar la casa, hay algo de la pertenencia de al menos uno de los hermanos que hay que trabajar; es decir, a alguno de ellos le cuesta encontrar su sitio en la familia. Ese trabajo es el que va a dar más frutos para ayudar a la relación de hermanos y obviamente a la autoestima de todos los niños. También es importante enseñarles que ellos resuelvan sus conflictos y aprender a dejarles a ellos, porque a veces entramos muy rápidamente a sentenciar que ha pasado qué por culpa de quién. Y esto termina reforzando aún más los conflictos.