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Psicología

Así debemos actuar los padres para proteger la salud mental de los niños ante las redes sociales

La mitad de los menores sienten ansiedad a causa de las redes sociales, a lo que se suman otros importantes problemas que derivan del consumo excesivo de las mismas, como baja autoestima e, incluso, adicciones


31 de agosto de 2023 - 18:40 CEST

Más del 50% de niños y niñas asegura que el uso de las redes sociales  les genera ansiedad, tanto a ellos como a sus compañeros,  según un reciente estudio llevado a cabo en el Proyecto Autoestima de Dove. Un problema ya de por sí grave, más aún teniendo en cuenta que estamos hablando de menores de edad, pero que, lamentablemente, no se queda ahí, como nos explica la Dra. María Velasco, psiquiatra infanto-juvenil en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid y autora de Criar con salud mental  (Ediciones Paidós): “los menores que acceden a las redes sociales, a las pantallas en general, tienen muchas más posibilidades de padecer ansiedad, depresión, insomnio…” y, además, “también van a dejar de fomentar una serie de capacidades que se desarrollan psíquicamente en la infancia y, que si no las desarrollamos en la infancia, ya no las vamos a tener, porque el cerebro se desarrolla en pasos; si te saltas el paso, no puede seguir avanzando”, advierte.

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Esas capacidades son aquellas que “tienen que ver con la resiliencia, la creatividad, la capacidad para concentrarnos, la voluntad, la capacidad para crear relaciones sociales reales y distinguir qué relaciones sociales nos vienen bien y cuáles nos vienen mal…”. Todas ellas son destrezas “imprescindibles para tener una vida adulta con salud mental y, si no las desarrollamos en la infancia, no las vamos a tener”, subraya la psiquiatra. A todo ello, debemos sumar otra serie de consecuencias al uso excesivo de pantallas, como puede ser el fracaso escolar, problemas de autoestima o las adicciones porque “las pantallas pueden generar adicción, al igual que la cocaína, el alcohol o el cannabis”.

Problemas de autoestima en los menores relacionado con el uso de las redes sociales

Ocho de cada diez niños y niñas, en función de los datos recabados en el citado estudio, están expuestos en las distintas redes sociales a contenido de belleza tóxico. El resultado es que este contenido está afectando negativamente a la salud mental de seis de cada diez menores. La belleza irreal y con filtros que se muestra en las redes sociales está causando estragos, “sobre todo, entre los adolescentes, que están en un momento de sus vidas en donde los cuerpos están cambiando y nunca cambian en la dirección que ellos esperan”. De ahí que muchos problemas relacionados con la visión del propio cuerpo, como la anorexia o la vigorexia surjan en la adolescencia, nos indica la Dra. Velasco.

“En esta sociedad tan individualista, tan narcisista y tan basada en lo externo, encima vende a los adolescentes que hay unos cuerpos perfectos, unas caras perfectas, que además son todas iguales, porque todas se parecen al poner unos filtros, todos tienen los mismos labios… es dar un paso atrás de enorme envergadura en la aceptación de la diversidad”. Las implicaciones de esta realidad no siempre son tan evidentes como en los casos de anorexia o bulimia; a veces las consecuencias son más sutiles, al menos para el entorno del menor que las sufre, puesto que todo eso “crea un sentimiento de soledad tremendo porque los adolescentes ya nos ya no son capaces de mostrarse como son”. El problema es que muchos de ellos ya se muestran “solamente a través de los filtros”.

Otra consecuencia directa de ello, es que eso hace que “prefieran tener relaciones online a relaciones de verdad porque ‘si me ven de verdad van a saber que no voy a ser como en el filtro’”. La cuestión es que ellos mismos se acostumbran a su imagen retocada, ficticia, “porque son tantas horas las que pasan en las redes que, cuando se ven en el espejo, al final acaban creyendo que su imagen válida, la aceptada, es la otra, la del filtro, y que en el espejo lo que tienen es una especie de monstruo; es muy, muy peligroso”, advierte. Más aún en una etapa, como la de la adolescencia, en la que “estamos construyendo una identidad”.

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¿Pueden los padres evitar que las redes sociales afecten a la salud de sus hijos?

Los padres son los que tienen la capacidad de hacer algo al respecto, tal y como apunta María Velasco. En primer lugar, porque “para que un menor pueda abrirse una cuenta necesita un email de un adulto”, que es el que tiene que dar la aprobación legal para que su hijo pueda crearse una cuenta en una determinada red social. “Yo creo que los padres se sienten muy presionados con esta historia de ‘mamá, papá, mis amigos ya lo tienen y si no estoy muy incomunicado’ y acaban accediendo sin conocer realmente los riesgos que eso va a entrañar para sus hijos”. Por eso, es fundamental informase bien y ser consecuente con el permiso que estamos dando a los niños.

En este sentido, la doctora hace una comparación muy clara: “hace unos años se pensaba que el tabaco era inocuo y ahora está prohibido” en la mayor parte de los espacios públicos. “Yo no creo que las redes sociales las tengamos que prohibir porque tienen sus beneficios, pero sí vamos a tener que acabar regulando por ley unos límites” relacionados con por los derechos de los menores. Mientras esa regulación llega (y todo parece indicar que va a tardar en llegar), la psiquiatra nos da una serie de pautas a los padres acerca de la relación de las redes sociales con nuestros hijos:

  1. Conocer las redes y proteger nuestros hijos de los contenidos dañinos. Al igual que “protegemos a nuestros hijos de ciertas amistades, de que no vayan por una calle oscura, tenemos que protegerles del contenido y de las adicciones a las nuevas tecnologías”. Para ello, el primer paso es imprescincible: control parental.
  2. Poner unos límites, “un control parental, una supervisión, pensarnos bien la edad de nuestros hijos…”. En este sentido, detalla que “no es lo mismo un niño de 14 años con muchos amigos, que hace mucho deporte y que tiene una red social que utiliza un rato al día que un adolescente que no tiene mucha autoestima, que está muy sola y casi no tiene amigos, que se pasa el día mirando tiktoks y que tiene muchísimo riesgo de desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria o un aislamiento grave”.
  3. Estar pendientes de cambios emocionales o de comportamiento. Si “los niños se ponen más tristes, más silenciosos, más aislados, más irritables, como si tuvieran una adicción a alguna sustancia” o si notamos “a nuestro hijo o nuestra hija más raro, más metido en la habitación con la puerta cerrada, que se enfada más por cualquier cosa…”. Hemos de estar pendientes porque “uno de los grandes motivos para que un menor esté así es el acceso a las redes sociales”. Insiste en que, en casos así, es preciso pedir ayuda profesional porque “si un menor está así es que ya tiene una adicción y las adicciones hay que tratarlas como tal”.
  4. Limitar el tiempo de uso y, con él, “limitar las horas de descanso y las horas de ocio y potenciar que tengan amigos, que hagan otras actividades, que tengan hobbys, que hagan deporte…” Y a todo ello, la psquiatra infanto-juvenil subraya la importancia de que “las puertas de las habitaciones no estén siempre siempre cerradas”. Una cosa es, cuenta, permitir que estén cerradas un tiempo, sobre todo, para respetar su intimidad, y otra es “ que siempre estén cerradas las puertas de las habitaciones. ¿Qué hacen nuestros hijos con las puertas cerradas tanto tiempo?”. Si lo que están haciendo es mirar el móvil, “pueden hacerlo estar en el salón y nosotros ver un qué cara ponen: si están preocupados con lo que ven, si se ríen y, por supuesto, supervisar el contenido al que acceden porque a lo mejor es un contenido dañino”.
  5. Buscar el equilibrio en el uso de las pantallas. Una vez limitado el tiempo, viene de la mano que buscar una utilización equilibrada y coherente de las redes sociales. “¿Para qué les sirve ver tantos vídeos de TikTok de gente bailando? ¿En qué sentido les ayuda en sus vidas?”, se cuestiona Velasco. “Absolutamente en nada”. Por eso, “no pueden dejar de hacer cosas que sí necesitan para desarrollarse como personas, como leer, dibujar, salir a la calle, compartir, cocinar…”.