El inicio de curso es siempre un momento de tensión para los niños. Hay exigencias académicas más altas según van pasando de etapas, puede que los compañeros no sean los mismos porque en el centro decidan mezclarlos entre los distintos grupos, nuevos profesores... Si a todo esto le unes comenzar en un nuevo colegio, puede ser una situación altamente estresante para el pequeño.
Para saber cómo abordarla y de qué manera ayudarlo a superar esos miedos, hemos recurrido a Ana Jiménez-Perianes, profesora de Psicología de la Universidad CEU San Pablo.
Ofrecerle herramientas para el cambio
Dependiendo de la edad del niño y de los motivos que han propiciado el cambio de centro, es muy importante ofrecerle una explicación ajustada del porqué de ese nuevo colegio. “Los motivos pueden ser muy distintos y esto puede influir en la conducta del niño (motivos laborales familiares, dificultades en el colegio anterior, cambios económicos…). Se debe mantener una buena comunicación para que el menor pueda transmitir todas las inquietudes, preocupaciones y emociones que puede sentir por el cambio”, insiste la experta.
Si es posible, da muy buen resultado hacer una visita previa al centro para que pueda conocer sus instalaciones y, lo mejor, organizar un encuentro con algún nuevo compañero o alguna familia para que conozca a alguien antes de empezar. Esto no tiene por qué significar cortar las relaciones con los compañeros del colegio anterior. Al contrario, para el niño es positivo mantenerlas (a no ser que se haya producido alguna situación especial que lo desaconseje).
La psicóloga también recomienda “enseñarle, si hiciera falta, ciertas habilidades sociales que le pueden servir para presentarse, iniciar una conversación o hacer preguntas. Insistir en darles herramientas que aumenten su asertividad, la capacidad de ser flexibles y resilientes, sin perder la defensa de sus puntos de vista ante los demás, niños y adultos”.
¿Cuánto tiempo necesitará para adaptarse?
Los comienzos pueden ser particularmente duros, pero hay que saber valorar lo que entra dentro de lo normal y lo que puede estar indicando un problema mayor.
Así, Ana Jiménez-Perianes destaca que el pequeño necesitará entre un mes y un mes y medio para hacer esa adaptación. En todo ese tiempo, la actitud de los padres ha de ser de cercanía comunicativa, para poder saber cómo se está sintiendo, qué actividades hace y qué no está resultando como él esperaba. Eso sí, “no a modo de interrogatorio, ya que se puede sentir intimidado y no contar las cosas, sino con actitud positiva, mostrando interés, escuchando lo que dice y señalando que estás ahí para apoyarle”, subraya.
Hay niños a los que les puede costar más, por ejemplo, si son tímidos. “Cada niño necesita su tiempo para poder conocer y tener seguridad para establecer relaciones sociales. No debemos forzarles, pero sí podemos enseñarles distintas estrategias para ayudarles en sus relaciones. Por ejemplo, invitarle de manera gradual a que se acerque a algún compañero con el que él se sienta cómodo y le salude para, poco a poco, ir hablando más”, destaca la experta de Universidad CEU San Pablo. Hay que reforzar cualquier avance que se produzca, por pequeño que sea.
Para fomentar sus habilidades sociales se pueden practicar situaciones en casa para que vaya adquiriendo seguridad en sí mismo. También es bueno que pueda participar en alguna actividad extraescolar que sea de su gusto “para conocer a otros niños en un contexto más lúdico” o proponerle que invite a algún compañero a casa.
¿Qué hacer si la adaptación no va bien?
La comunicación fluida con el centro (tutor y orientador) es básica para afrontar este cambio tan importante en el niño. Hay que mantener con ellos un diálogo constante para que todo discurra de la mejor manera posible.
En algunos casos, esa adaptación no va por buen camino y el menor va a necesitar ayuda especializada. Se puede valorar cuando muestra estos síntomas, tal como detalla la especialista:
- Aislamiento marcado: el niño evita cualquier tipo de interacción con alumnos y/o profesores, no tiene interés por relacionarse o su forma de relacionarse es agresiva.
- Cambios de comportamiento significativos: muestra conductas no habituales en él que por su frecuencia, duración e intensidad son preocupantes. Por ejemplo, deja de comer, no duerme bien, tiene dolores de cabeza o tripa constantes.
- Emociones y sentimientos a flor de piel: en todo momento se siente triste, enfadado, agresivo, afirma que no vale para nada o deja de disfrutar con actividades que antes sí lo hacía.
- Muestra una dependencia extrema de sus progenitores o hermanos.
- Aparecen miedos o conductas regresivas que no corresponden a la edad de desarrollo.
“Es aconsejable buscar ayuda profesional ante estas situaciones más extremas, con el fin de poder valorar adecuadamente la situación de conflicto y realizar la intervención psicológica más adecuada al perfil emocional del menor”, destaca Ana Jiménez-Perianes.