Virginia del Río, periodista y reportera en programas como ‘Aquí hay tomate’ y ‘El programa de Ana Rosa’, dio a luz a su hijo Uriel el 24 de enero de 2018 en la semana 39 de gestación. Desgraciadamente, Uriel nació sin vida. Su corazón dejó de latir de repente y a Virginia tuvieron que provocarle el parto. Porque, sí, tuvo un parto y, sí, vio a su hijo, que tenía un nombre y unos apellidos y al que dio sepultura con una funeraria; sin embargo, no consta legalmente su existencia. Únicamente pudo inscribirlo como ‘feto’ en un tomo del Registro Civil llamado ‘Legajos de abortos’. Una situación tremendamente hiriente para ella y para cientos de familias que han perdido en las mismas condiciones a un hijo.
Desde este miércoles, 9 de agosto, ya no es así: ha entrado en vigor la disposición adicional cuarta de la Ley 20/2011 del Registro Civil que establece la obligatoriedad de que figure en un archivo del Registro Civil el fallecimiento de un bebé antes de nacer siempre que la muerte se produjera a partir del sexto mes de gestación. Si así lo desean, los padres podrán inscribirlos con nombre y apellidos, pero su pequeño seguirá sin aparecer en el Libro de Familia, algo por lo que la periodista lleva años luchando.
Hemos charlado con ella y le hemos preguntado por la aprobación de esta ley. La respuesta ha venido acompañada por su propio testimonio de vida, por una experiencia que le hizo “saber lo que es el infierno” y por un sufrimiento que le ha costado mucho esfuerzo superar.
¿Responde esta ley a la necesidad de madres y padres que han perdido a sus hijos antes de que nacieran?
Responde a una de las necesidades, no a todas. Hay muchas más peticiones. De hecho, la mía propia es que se les incluya en el Libro de Familia como nacido sin vida y junto al resto de miembros de la unidad familiar. Esta es una ley que ya estaba aprobada en el año 2011, lo que pasa es que no había entrado en vigor. Con 12 años de retraso, avanzamos con esta ley, que es un paso grande, porque hasta el 8 de agosto, tú tenías un hijo que nacía fallecido y el único sitio donde obligatoriamente había que inscribirlo para poder disponer del cuerpo y darle sepultura o incinerarlo era en un papelito rosa que se llama ‘parte de alumbramiento de criaturas abortivas’. Imagínate qué bonito todo… Ahí solamente pone ‘feto’. Sin nombre, sin nada, sin vínculo contigo. Nada de nada. Y eso está dentro de un tomo del Registro Civil que se llama ‘Legajos de abortos’.
Y necesariamente tiene que ir ahí si quieres darle sepultura, que, a partir de los 180 días, es obligatorio. Ahora, con esta nueva ley, los nacidos sin vida que hayan sobrevivido 180 días o más en el útero materno van a otro archivo aparte que se llama ‘Nacidos sin vida’, con su nombre, con su apellido y con el nombre de sus progenitores. Evidentemente, es un paso adelante porque se les trata con mucho más respeto y se les da una identidad que hasta el momento no tenían. Yo no tengo ninguna documentación que diga que tuve un hijo, ni cómo se llamaba, porque incluso en la documentación de la funeraria pone ‘feto de’.
A partir de ahora, los padres sí van a tener, por lo menos, esa documentación y van a saber que su hijo está en un sitio un poco más amable, respetuoso y amoroso. La ley lo que pretende es empezar a desterrar terminología hiriente, como ‘fetos’, pues todos sabemos que un feto pasa a ser un bebé a partir de las 12 semanas hasta las 40. Es innecesario usar esa terminología porque hace mucho daño a las familias.
¿Por qué es importante que, además de en el Registro Civil, figuren también en el libro de familia?
Porque es el documento que tenemos la familia como muestra de que somos una familia. Yo, por ejemplo, no tengo más hijos y, además, mi maternidad era en solitario, ni siquiera estoy casada, por lo que no tengo el Libro de Familia. Pero si mi hijo se pudiera inscribir, yo tendría el Libro de Familia con él. Es mi familia, aunque haya fallecido. El libro de familia es la constatación física de que se le da un lugar socialmente y administrativamente. Todo esto no tiene efectos jurídicos, es algo puramente emocional, pero es algo necesario para lidiar con el duelo, para poder elaborarlo de una manera mucho más saludable, Y es necesario para el recuerdo.
¿Es importante para familias que habéis pasado por esta situación que esta inscripción en el Registro Civil no tenga efectos jurídicos?
No, siempre hemos pedido que sea sin efectos jurídicos. Es algo con lo que todo el mundo está de acuerdo y es la clave para que se den pasos adelante. Lo único que se pide es ese reconocimiento, no que el bebé compute, por ejemplo, para la ayuda de familia numerosa; no computa porque no está vivo. Eso significa que no tiene efectos jurídicos. Por lo demás, es tu hijo igual a todos los efectos. Lo es que ya se ha aprobado la retroactividad, es decir, en mi caso, que mi hijo murió en el 2018, tengo un plazo de dos años desde la entrada en vigor de la ley para solicitarlo y lo puedo sacar del ‘legajo de abortos’ este maldito.
¿Cómo te sentiste cuando te enteraste que se iba a aprobar por fin la ley e ibas a poder inscribir a Uriel en el Registro?
Mi objetivo es el Libro de Familia porque creo que será la manera en la que administrativamente se lo reconozca. Desde mi punto de vista, esta ley es un paso grande porque es el primer paso de otros muchos en los que se está trabajando. Es un paso grande porque, desde el momento en el que puedes otorgarle un nombre vinculado al tuyo, es el primer paso de reconocimiento. Luego quedan otros muchos y se está trabajando en todos, porque esta medida es para los bebés a partir de 180 días. Hay otros muchísimos que se quedan fuera. Creo que esto terminará cambiando también, pero todos los pasos cuestan mucho trabajo y mucha lucha.
¿Qué te impulsó a iniciar esta lucha, emocionalmente dura, para incluir a Uriel en el Libro de Familia?
Primero de todo, porque se muere tu hijo y te quedas con los brazos vacíos, la vida vacía y, además, te encuentras con que administrativamente no ha existido. Y llega un punto en el que tú, con todo ese cóctel de emociones que tienes y ese dolor tan grande, te tienes que cuestionar “pero si es que yo he tenido un hijo, yo estaba embarazada, mi hijo pesó tres kilos 190. Era un bebé que una semana o un día después hubiese nacido sano. ¿Y dónde consta?” Yo he tenido un hijo, pero para la sociedad y para la administración es como si no lo hubiese tenido. Entonces surge en nosotros, en las familias, una necesidad de honrar su vida y de que se respete y se les otorgue lo que eran, la entidad de hijos de bebés y, como decimos siempre, sin ningún efecto jurídico. Aquí nadie ha pedido nunca nada económico ni de derechos jurídicos. Es algo puramente emocional, es medicina para el alma.
Empecé a hablar con muchas familias en la misma situación que yo y tras todas esas conversaciones y esa necesidad de que se le reconozca y se le respete fue calando la propuesta “¿y si empezamos a hacer ruido?” Gracias a mi condición de periodista y a la relación que tengo con los medios, empecé publicando la historia en un periódico, luego me llamaron de Telecinco… aunque a mí me ha costado mucho. Ahora ya no me cuesta porque ha pasado bastante tiempo y tengo el duelo bien elaborado y cerrado, pero cuando todavía eso no era así, me ha costado mucho esfuerzo alzar la voz. Era muy doloroso para mí. Pero sentía una enorme responsabilidad con mi historia y con la historia de todas las familias y me decía: “yo tengo esta posibilidad de hacerlo en nombre de todas, lo tengo que hacer”. Por la fuerza que te da el amor, al final tiras para adelante.
Es necesario ayudar a visibilizar y a darle luz y voz al duelo perinatal. Cinco años atrás o casi seis, que es cuando perdí a mi hijo, era algo tan oscuro… Yo no conocía a nadie; pensaba que solo me había pasado a mí. Yo no sabía que los bebés se podían morir a término si no era por una vuelta de cordón. Y, por supuesto, yo veía caras raras y que miraban para otro lado cuando lo mencionaba. Yo creo que la gente veía como algo un poco tétrico a alguien menciona a su hijo que estaba muerto, pero a mí eso siempre me da igual; yo lo mencionado siempre con naturalidad y eso al final en mi entorno ha calado mucho y se ha normalizado mucho. El hecho de que mi hijo muriese a los 39 semanas de gestación y que se le puede mencionar en mi familia sin ningún problema, lejos de ser tétrico o doloroso, resulta súper sanador. Le das una existencia, lo reconoces, y eso ayuda mucho en el duelo y a que tú puedas volver a vivir también.
Yo me encontré con una situación en la vida que evidentemente nunca hubiese elegido, pero con mucho trabajo, mucha terapia, mucho trabajo personal y mucho amor, quise darle un sentido útil a esto que había pasado y que yo no puedo cambiar y al menos hacer algo por todos los bebés y por sus familias. Y es verdad que yo he encontrado un caballo de batalla y me resulta sanador saber que ayudo a mucha gente a través de mi testimonio. Porque no es más que eso [un testimonio]; yo no soy psicóloga y siempre mando a la gente a terapia, que es donde hay que ir.
Sí que es verdad que cuando compartes con alguien lo que te ha pasado, te ayuda. Eso es lo que a mí me faltó. Cuando empecé a conocer gente me di cuenta que el dolor compartido es menos dolor.
¿Quizás porque, en cierto modo, se normaliza?
Y porque te da esperanza. Yo necesitaba que alguien me dijera que yo podía volver a sonreír y a vivir después de eso. Y no veía a nadie. No veía a nadie porque no conocía. Luego me presentaron a una chica [que había perdido a su hijo antes de nacer] y hablar con ella me vino muy bien. Todo eso te va dando un poquito de luz. Pero, claro, al principio dices “¿y ahora? ¿Y ahora yo, aquí, sigo con mi vida?”. Yo estaba segura de que mi vida ya se acabó. Y con el tiempo y mucho y con lo que tú haces con el tiempo,te va dando poco a poco un poco de esperanza (el tiempo por sí solo no cura nada; en todo caso anestesia). Y, bueno, al final puedes volver a vivir porque si no la vida se convierte en algo muy, muy ingrato.
¿Cuándo tienes previsto ir al Registro?
Me voy a esperar un poco porque, de momento, las familias que ya han ido, que son bastantes, se están llevando muchos disgustos: llegan allí y les dicen que no se puede hacer, que les falta un papel… Hay que darle un poco de margen a que los administrativos se actualicen; voy a esperar un poquito para no ir en vano y no llevarme un disgusto. ‘Un poquito’ igual son dos meses, no voy a esperar un año, pero por lo menos, ya que vas hasta allí y que es algo, por un lado, duro y, por otro lado, ilusionante porque por fin lo podemos hacer, que no te vayas con las manos vacías otra vez.
¿Qué le dirías a otras familias que ahora mismo están pasando por esta situación?
Les diría, lo primero de todo, que no huyan del dolor porque el dolor, cuando corres en dirección contraria, te persigue más. Creo que el dolor, para poder sanar, hay que atravesarlo. Es la única manera. Estar triste es normal, sentir miedo es normal, sentir ansiedad es normal… Pero todo eso se puede hacer mucho más llevadero con una guía que te dé herramientas, como la terapia. Yo, la semana siguiente dar a luz, estaba en terapia y estuve así ininterrumpidamente dos años, todas las semanas. Luego la psicóloga me fue distanciando [las citas] en función de la mejoría, pero la terapia para mí fue clave porque me encontré con un montón de emociones que nunca había sentido, que no conocía y que no sabía qué hacer con ellas. Con esa guía y con mucho trabajo, que es mucho trabajo personal que hay que hacer, me resultó mucho más llevadero y esperanzador. Según iba avanzando, iba dándome cuenta que podía mejorar y que a lo mejor había esperanza para mí.
¿Y cómo estás ahora, Virginia?
Estoy muy bien. Soy feliz. Evidentemente, echando de menos a mi hijo, siempre acordándome de él. Siempre. Todo esto que hago es fundamentalmente por él y por todos los demás y por los que vienen. Porque cada día recibo un montón de mensajes de alguien que me dice que acaba de perder a su bebé en tal semana de gestación. Desgraciadamente, es algo que pasa y va a seguir pasando, al menos de momento. No sé si algún día habrá se habrá por qué pasa y habrá solución, pero bueno, a día de hoy es así.
Estoy bien, estoy muy agradecida a mi tesón y a mi resiliencia porque, en un caso así, es tan devastador que es muy fácil decir “pues me tumbo en el sofá, me tapo y aquí a ver pasar la vida”. Eso es, quizá, lo más fácil, porque lo demás cuesta mucho. Lo otro no te va a llevar a ningún sitio; es muy legítimo, pero no te va a llevar a ningún sitio.
Yo tenía claro que quería volver a vivir, pero no sabía cómo. Hice todo lo que creía que podía hacer: la terapia con mindfulness , salir a la calle cuando no tenía ganas y reunir fuerzas para empezar a primero contar en redes sociales lo que había pasado (hasta entonces mi cuenta era mi cuenta, con mis cuatro amigos y cinco conocidos). Al principio me daba miedo cómo contarlo y me armé de valor y, a los seis meses, lo conté. A partir de ahí, [empezó a difundirse] en medios. Todo eso también ha resultado muy terapéutico para mí y ahora es terapéutico para otros, porque ya todo lo que comparto y escribo no me hace daño. Antes sí me hacía mucho daño y me costaba muchas lágrimas publicar, pero lo hacía porque creía que lo tenía que hacer. Al mismo tiempo, me resulta muy gratificante que haya gente que encuentra un poco de luz en mis palabras solamente porque le doy la esperanza de una persona que lo ha vivido.
¿Tienes pensado volver a intentar ser madre?
Lo intenté después, el mismo año que Uriel murió, porque yo ya tenía cumplidos los 40, de modo que no podía tomar un año sabático o tres, que es lo que me hubiese hecho falta. Lo he vuelto a intentar muchas veces más. He tenido dos embarazos más que han acabado en aborto y muchos negativos, así que ya no estoy en ese punto. Mis prioridades han cambiado. Considero que sí he sido madre porque he tenido un hijo, lo que pasa que murió. Esa parte la tengo cubierta con el embarazo porque tuve un embarazo muy inocente, muy feliz. Me di cuenta hace un año y medio que llevaba siete años en exclusiva dedicada al proyecto de ser madre, que lo volvería a repetir porque fue mi elección, pero que eso conlleva muchas renuncias porque ya sabes cómo es nuestra profesión. Y ser madre en solitario, en una ciudad que no es la tuya... a parte de lo que valen los tratamientos. Llevaba siete años de renuncias y, de repente, me di cuenta que a la felicidad se llegaba a través de muchos caminos, no solamente teniendo un hijo u otro hijo, en mi caso. De repente, me apetecía vivir otras cosas. Es lo que hice y estoy contenta, no estoy arrepentida. No creo que cambie de opinión, entre otras cosas, porque tengo 46 años y, aunque sé que hoy en día podemos tener hijos muy tarde, yo ahora estoy feliz como estoy. Disfruto mucho de mis sobrinos, pienso en mi hijo continuamente, pero desde el amor, no desde el dolor. Llegar a ese punto de estabilidad mental para mí es un gran logro y lo quiero mantener.
Lo quiero mantener porque, al final, algo tan duro te deja secuelas. Por ejemplo, yo sé que yo no podría vivir un embarazo como lo viví la primera vez porque yo ya esa inocencia no la tengo, es imposible. En los dos embarazos que he vivido después, y que uno acabo en la semana ocho y otro en la 13, no te quiero contar el miedo que he pasado.
Nadie te puede garantizar que no pueda volver a pasar. Yo ya he vivido lo que significa tocar el infierno y hacer mucho esfuerzo para volver a subir. Siempre te dicen “ya, bueno, pero hay otras opciones, como adoptar”... Sí, sí, absolutamente, y en su día también me lo planteé, pero la clave está, más o menos, en que no quiero sufrir más por algo que elija yo. Ahora me apetece vivir otras cosas y estoy en paz con la vida que tengo, y mucho me ha costado conseguirlo.