Los trastornos alimentarios empiezan a manifestarse ahora a partir de los nueve años, a una edad de inicio menor que en décadas anteriores. Es así desde la pandemia, que también ha influido en que se dupliquen estos trastornos en adolescentes.
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Así lo confirma Silvia Ortega Membrilla, psicóloga sanitaria y socia fundadora de Centro de Psicoterapia Vínculo, en Madrid, especializado en trastornos alimentarios y terapia familiar con enfoque de apego. Con ella hemos charlado sobre cómo detectar estos problemas en la población infantil.
Trastornos alimentarios en la infancia y en la adolescencia
Los trastornos de la conducta alimentaria se pueden dar tanto en la infancia como en la adolescencia. Suelen manifestarse de distintas maneras, según el momento.
En niños
Los trastornos que se dan en esta época se denominan TERIA (trastorno de evitación/restricción de la ingesta de alimentos). “Los niños con TERIA tienen hábitos alimenticios rígidos y restringidos, como, por ejemplo, no comer grandes grupos de alimentos, rechazo a muchas texturas y/o colores, dificultad para tragar... Y esto, a priori, no está relacionado con la intención de perder peso”, indica la experta.
“Suelen ser niños que no han aprendido a relacionarse de manera adecuada con la comida y que probablemente están regulando su mundo emocional a través de ella”, comenta.
En adolescentes
Mucho más frecuente es que los problemas de la conducta alimentaria aparezcan durante la adolescencia, al ser este un periodo de grandes cambios físicos, orgánicos y emocionales. Hay tantas transformaciones que supone todo un reto enfrentarse a ellas. “Si las bases de la regulación emocional no se han podido asentar bien desde las relaciones de apego, el cerebro, junto con otros factores de predisposición genéticos y/o familiares y sociales, de forma inconsciente, puede apoyarse en la regulación emocional inapropiada a través de la relación con la comida y con el cuerpo”, destaca la especialista de www.vinculopsicoterapia.com.
En la adolescencia puede haber anorexia nerviosa, bulimia nerviosa o cuadros mixtos, denominados TANE (trastornos alimentarios no especificados).
¿Cuáles son los síntomas del trastorno alimentario en población pediátrica?
Los trastornos de la conducta alimentaria se sustentan en dos bases principales, como indica la psicóloga, que son la dificultad para regularse emocionalmente y la baja autoestima.
En el caso de los niños con estos problemas, se pueden observar:
- Dificultades en su autoestima.
- Inestabilidad de ánimo: “No sólo tristeza o apatía, sino también crisis de rabia (los niños suelen mostrar el malestar a través de la inquietud o la rabia descontrolada cuando están desregulados)”.
- Dificultades relacionales con sus iguales.
- Petición expresa de ayuda externa.
- Manifestaciones asociadas al TERIA.
Con respecto a los adolescentes, los síntomas son los siguientes, tal como detalla Silvia Ortega Membrilla:
- Aislamiento o pasar mucho tiempo solos.
- Altibajos emocionales.
- Rendimiento académico alterado: bien por fracaso escolar o por exigencia y exceso de estudio.
- Mucha exposición a redes y/u uso de aplicaciones con exposición física, tipo Instagram o Tik-Tok.
- Evitación de los espacios familiares.
- Restricción de alimentos o querer ponerse a dieta.
- Exceso de actividad física o de ejercicio con voluntad de cambio en el físico.
- Poner excusas para no comer con o en presencia de la familia.
- Comentarios frecuentes (positivos y negativos) sobre su aspecto físico o el de los demás.
¿Cómo se pueden prevenir los trastornos alimentarios desde la familia?
Hay unanimidad en los estudios al señalar que “un factor de prevención claro es hacer, al menos, una comida en familia”, señala la experta. En esa comida, todos deberían comer los mismos alimentos, según sus necesidades, desterrando la cultura de la dieta.
Al margen de este aspecto ligado directamente con la alimentación, las comidas en familia generan un espacio de comunicación muy valioso entre padres e hijos. Eso sí, ha de ser un momento libre de críticas para que se convierta en una comida sin conflictos, donde los “hijos podrán compartir lo que les ha ocurrido, mostrando también las emociones en la medida en que los padres también cuenten y se muestren disponibles para sostener cualquier cosa que les puedan contar sus hijos (incluso las que no les guste escuchar)”, recomienda.
Cuando los padres enseñan a sus hijos a regularse emocionalmente es menos probable que “necesiten otras herramientas de evasión psicológica y estarán protegidos en su salud mental”, apunta. “La mayor garantía para tener hijos felices es ser padres regulados”, insiste Silvia Ortega. “Esto no implica que seamos totalmente responsables de lo que les pasa a nuestros hijos, pero sí somos el factor de protección y de recuperación más importante con el que cuentan”, subraya. Por eso, “a veces la mejor manera de proteger a nuestros hijos es implicarnos en un proceso de trabajo personal como padres”.