Si hay una idea romántica e idealizada por excelencia esa es la de los amores de verano, más aún si estos tienen lugar en la adolescencia. Como bien sabemos, en esta etapa de la vida todo se vive con mucha más intensidad, y una vivencia como esta con mayor motivo. Si a esto sumamos que pueda tratarse de su primer amor, de su primer beso o de su primer encuentro sexual con otro chico o chica, es más que probable que el amor de verano le marque para siempre.
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¿Cómo apoyar y acompañar a nuestro hijo o a nuestra hija ante este enamoramiento que, posiblemente, acabará con el fin del período estival? ¿ Cómo hablar de sexo y de determinadas situaciones con ellos que nos resultan especialmente complicadas a los progenitores? Sobre todos estos interrogantes hemos charlado con Mariana Capurro (@permisoparaeducar en Instagram), psicóloga especializada en infancia y adolescencia, quien nos da las pautas para ayudar de la mejor manera posible a nuestros hijos adolescentes.
¿Es más probable que nuestro hijo o nuestra hija adolescente se enamore en verano?
El verano es una época muy esperada por nuestros hijos adolescentes, tienen menos obligaciones al terminar las clases, mayor flexibilidad en el horario gracias a que los días son más largos y menos ocupados, disfrutan de nuevas experiencias conociendo nuevos lugares y conociendo nuevas personas. Indudablemente todo esto ayuda a que sea la época del año en la que hay más posibilidades de que se enamoren, o de que al menos, vivan el típico amor de verano.
Enmarcados en un contexto sano, en el que el adolescente no tiene ningún problema relacionado con su salud mental, el verano es sinónimo de diversión y alegría, lo cual provoca que estén más predispuestos a conocer nuevas personas o a relacionarse con las de siempre de otra manera. Tienen más tiempo libre, el sentimiento de pertenencia dentro de su grupo de iguales, es decir, dentro de su grupo de amigos, se ve tremendamente potenciado, y esa necesidad que siempre sobrevuela de sentirse especiales y únicos para alguien, ayudan a que esta época del año sea la propicia para vivir la experiencia de un nuevo amor.
Otra cuestión que favorece el enamoramiento en el verano es la manera en la que funciona el cerebro humano. Si se está relajado, como es habitual en esta época del año, el cerebro libera mayor cantidad de dopamina, serotonina y endorfinas, justo todo lo necesario para que los demás nos despierten mayor interés.
¿Qué representa un amor de verano para los adolescentes?
Para los adolescentes, un amor de verano representa un gran amor, el único, y el más importante, pero posiblemente todos los amores consecutivos también los vivirán así, con la principal diferencia de que en este la cantidad de tiempo juntos compartido aumenta. Y es que cuando hablamos de relaciones que surgen en esta época del año, debemos tener en cuenta la intensidad con la que se vive en relación también a la intensidad de tiempo que pasan juntos. Tienen mucho más tiempo libre para compartir y además les brinda la posibilidad de vivir juntos experiencias únicas que no podrían vivir en otra época del año con tanta facilidad. Eso fortalece mucho más el vínculo que se genera, y potencia esa sensación de un amor inigualable e inolvidable.
En muchas ocasiones también se vive con mayor intensidad al tener siempre la amenaza del fin, ya que saben que a los pocos meses volverán a su país o a su provincia, y a sus actividades, y será mucho más difícil continuar con la relación.
Y, por supuesto, no podemos dejar a un lado que dadas las características fisiológicas a nivel cerebral en esta etapa de la vida, las emociones se viven con mucha más intensidad.
Si ese amor de verano es, además, el primer amor, ¿le marcará para siempre?
Es bueno saber que el primer amor no se recuerda tanto por la intensidad de la relación, sino por ser el primero. Gracias a este primer amor experimentarán emociones que hasta ahora no conocían, darán el primer beso, habrá “muchas primeras veces” junto a esa otra persona, y eso hará que lo recuerden mucho más.
En este caso tendríamos los dos factores presentes, la intensidad que representa vivir un amor en el verano, sumado a que es el primero. Así que podríamos decir que sí, que es posible que sea mucho más inolvidable.
¿Qué papel ocupa este tipo de relación en la autoestima de los adolescentes?
Las primeras experiencias crean un antecedente siempre, para bien o para mal, así que en este caso, podrán asociar al concepto de relación y de amor nuevos adjetivos según lo que hayan vivido. En torno a esa primer experiencia también generarán expectativas para futuras relaciones, y esto sin lugar a dudas va a condicionar los próximos amores, y por supuesto su autoestima.
Relacionarte íntimamente con otra persona implica conocerte un poco más, tener que negociar cuestiones que antes nunca te habías planteado. Poner nuevos límites y ceder en otros que así lo consideres. Esto repercute en el autoconocimiento, en la autovaloración, y en consecuencia en la autoestima.
Si la experiencia es buena, habrá un mayor bienestar, que sin duda va a contribuir positivamente en el resto de los aspectos que le rodean; pero, por el contrario, si la experiencia no ha sido del todo positiva, posiblemente su autoestima se vea tocada. De ahí la importancia de un buen acompañamiento de estas situaciones por parte de las familias.
¿Cómo debemos actuar los padres si nuestro hijo o nuestra hija nos cuenta que se ha enamorado? Más aún teniendo en cuenta que lo más probable es que la relación termine en poco tiempo al vivir en otra ciudad.
Los padres muchas veces lidiamos con emociones contradictorias en estas situaciones. Cuando se enamoran y comienzan una relación, vemos la intensidad de una emoción volcada en otra persona que no es la madre y el padre, y puede ser como esa especie de “click” que necesitamos para darnos cuenta de que está creciendo y tiene una vida y relaciones fuera de la nuestra. Pero debemos ser conscientes de que nos siguen necesitando, y mucho, aunque de otra manera.
No es bueno minimizar la situación haciéndole saber “que es un amor de verano y que ya se le pasará”; recordemos que viven con intensidad esa relación. Tenemos que mantenernos cercanos, con mucha predisposición al diálogo, pero sin realizar interrogatorios que solo nos alejarán de ellos. Podemos compartir nuestra experiencia también, pero desde un lado honesto y sin la intención de hacerles cambiar alguna idea.
Juzgar esa relación o llenarla de prejuicios, no les hará sentir que somos el lugar seguro al cual acudir si algo no va bien.
¿Y si no nos lo cuenta y lo descubrimos por casualidad?
En ese caso no sería una buena idea reprocharles, en tal caso podemos preguntarnos qué ha pasado para que no hayan venido a contarnos un acontecimiento tan importante en sus vidas. Lo mejor en ese caso sería esperar a que nos lo cuenten o fomentar un buen ambiente para que la comunicación se vea fortalecida, realizar algunas preguntas de curiosidad y recibir lo que nos quieran contar. Nunca es recomendable mentirles, sino que por el contrario plantear la situación con la mayor normalidad posible.
Nos enteremos de un modo u otro, ¿es el momento de tener una charla sobre sexo con ellos?
La educación sexual en el ámbito familiar tiene que brindarse desde bien pequeñitos y se da por supuesto que en la etapa de la adolescencia ya se han tenido muchas charlas al respecto. Hoy en día sabemos que la edad media de acceso al contenido sexual en la red es de 8 años, así que queda más que asentado que es importante explicarles muchos aspectos de la sexualidad desde pequeños, (siempre adaptando vocabulario e información a la edad y las características del niño). No es bueno esperar a que se de alguna situación relacionada para a partir de ahí comenzar a educar. No obstante, si nunca hemos hablado de sexo con nuestros hijos, por supuesto que es hora de hacerlo. Pero si ya lo hemos hecho, podemos reforzar algunos conocimientos y recordarles que vamos a estar para lo que nos necesiten.
En caso de que el chico o la chica con quien sale no nos ‘guste’ o nos parezca una ‘mala compañía’, ¿debemos hacérselo saber a nuestro hijo o a nuestra hija?
A veces cuando vemos que la pareja de nuestro hijo o nuestra hija no comparte valores fundamentales para nosotros, o recordamos nuestras propias experiencias y pensamos que ellos vivirán algo parecido, o simplemente percibimos que la pareja representa una amenaza por cualquier otro motivo, queremos que la relación se termine como sea y entramos en esa contradicción de no saber qué hacer ni qué sentir. En este caso es importante demostrar predisposición para conocer más a la otra persona. Recordemos que los adolescentes toman sus decisiones y tienen autonomía para ello, así que reforzar desde casa lo que consideramos valores fundamentales es importante durante toda la educación de nuestros hijos. Es recomendable también hablar sobre límites y normas, y negociar nuevos si es necesario, pero sobre todo intentar mantener siempre un tono amable y respetuoso, porque lo contrario no nos ayudará.
Ellos son quienes están viviendo la relación, pero nosotros podemos transmitir la necesidad de negociar nuevos límites. Teniendo en cuenta que esa otra persona ocupa un lugar importante en la vida de nuestros hijos y que de nada servirá ponerlos en nuestra contra.
¿Cómo podremos apoyarle cuando la relación termine?
En ese caso podemos recordar nuestras propias vivencias y actuar como hubiéramos necesitado que nuestros padres actuaran. Teniendo en cuenta, claro, que nuestros hijos no son los mismos que éramos nosotros, pero recordando que en ese momento necesitábamos mucha comprensión.
Viven las emociones de verdad; no tienen menos importancia o menos valor porque tienen menos edad. Acompañarlos desde la empatía es muy importante, a veces no hace falta dar consejos, sino simplemente brindar nuestra presencia para lo que necesiten.
En ocasiones suelen refugiarse en sus amigos y eso debemos comprenderlo como algo natural. Sus amigos son muy importantes y en estas situaciones, si no tenemos una buena comunicación ya establecida con anterioridad, estarán más cómodos confiando sus emociones a ellos.
La adolescencia no tiene por qué ser la etapa de la vida en la que nos distanciamos de nuestros hijos, y rompemos el vínculo. Debemos asumir que seguimos teniendo el rol, que nos siguen necesitando, siguen necesitando límites, normas, y amor, pero ahora debemos transmitirlo de otra manera, y negociar mucho más todo.