Amor, felicidad, habilidades sociales, emociones, igualdad, educación positiva, prevención y pensamiento crítico son las bases de la educación consciente, que busca lograr el mejor potencial de los hijos en un entorno amoroso, de respeto y donde se persiga su felicidad.
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La psicóloga Úrsula Perona ha coordinado el manual “9 reglas para una educación consciente” (Ed. Toromítico), que se acaba de publicar con la participación de los siguientes expertos: Rafa Guerrero, Silvia Álava Sordo, Leo Farache, Begoña Ibarrola, Marina Marroquí, Diana Jiménez, Pedro García Aguado y Gabriel García del Oro. Hemos charlado con ella para que nos cuente en detalle en qué consiste este tipo de educación.
¿En qué bases se asienta la educación consciente?
La educación consciente se basa en la idea del conocimiento y del respeto. Dos pilares esenciales para no desorientarnos en la compleja tarea de educar. Conocimiento del desarrollo infantil, de cómo funciona el cerebro de un niño o de un adolescente, de qué podemos o no esperar en cada momento evolutivo del niño. También entender cómo se produce el aprendizaje, conocer estrategias educativas diferentes (¡necesitamos un gran cesto repleto de recursos!) y desterrar falsos mitos y creencias obsoletas en torno a la crianza.
Por otro lado: respeto. Parece obvio, pero no lo es. Aún veo muchas formas punitivas de educar. Veo mucha invalidación de las emociones y sentimientos de los niños. Poco respeto a sus necesidades y poco respeto a su genuina personalidad. Por suerte, los papás y las mamás actuales son cada vez más conscientes, más responsables.
¿Cómo podemos conseguir que el niño aprenda a amarse como merece?
La autoestima o amor a uno mismo tiene un componente caracterial muy importante, una predisposición genética a tener una autoestima más o menos fuerte. Pero, además, el entorno influye decisivamente. Se estima que el peso de la parte genética sería del 30%. Eso es una buena noticia, pues deja un gran margen de influencia al ambiente. Y la influencia más importante de ese ambiente somos los padres.
Nuestra impronta en la personalidad y autoestima de nuestro hijo es importante y, si somos conscientes de ello, podremos ayudar a que nuestro hijo crezca amándose y aceptándose tal cual es, seguro de sí mismo, con capacidad para relacionarse de manera sana y con recursos para automotivarse y desarrollar todo su potencial.
La autoestima es mucho más importante de lo que a priori podríamos creer, puesto que influye en todos los aspectos de nuestra vida.
Para conseguir que nuestro hijo se ame como merece, sin duda el primer paso es que le amemos como merece. Lo primero y esencial, establecer un vínculo de apego seguro. Lo segundo: amor incondicional. El único amor incondicional que recibiremos en la vida es el de nuestros padres: todos los demás tienen condiciones. Y así debe ser.
Cuando amamos incondicionalmente a nuestro hijo le aceptamos tal cual es, respetando su genuina naturaleza. Le amamos por ser simplemente, independientemente de sus logros. Le acompañamos desde el amor para que pueda desarrollar su potencial, sin compararle con los demás. No tratamos de moldearle a nuestro antojo ni proyectamos nuestras frustraciones o expectativas en él.
La sobreprotección es otra enemiga de la autoestima que deberemos vigilar, pues con la mejor de nuestras intenciones, cuando no dejamos que el niño experimente todas las emociones, que se equivoque, o que resuelva sus problemas, le estamos enviando el mensaje de que creemos que no lo puede hacer y le negamos la posibilidad de aprender y madurar.
¿Cuál es el papel que juega el apego en la formación de la personalidad infantil?
El apego seguro es la base de la estructura emocional de las personas. Es el primer vínculo significativo que establece el bebé, y el germen de sus posteriores relaciones con los demás y con él mismo.
Un apego seguro envía al niño los mensajes adecuados: eres importante, mereces cuidados, mereces amor, estás bien como eres, no tienes que hacer nada para merecer mi amor y atiendo tus necesidades afectivas y físicas.
El niño interiorizará esos mensajes a nivel subconsciente, “programando” ese modelo de amor para él mismo y para los demás.
¿Es realista intentar educar a los hijos para que sean felices?
No solo es realista: es absolutamente necesario. En el complejo mundo en el que vivimos, nuestros hijos tienen un reto enorme para conseguir vivir en plenitud. Y solo tenemos que mirar las alarmantes cifras del progresivo deterioro de la salud mental infanto-juvenil. En torno al 20% de nuestros chavales tienen actualmente problemas de salud mental (ansiedad, depresión, bullying, trastornos de la alimentación, adicciones…). Y desgraciadamente la segunda causa de muerte entre los 15 y los 19 años (después de los accidentes) es el suicidio.
Necesitamos transmitir los valores y capacitar a nuestros hijos para gestionar de manera adecuada el torrente de estímulos y circunstancias que les rodean. Para que aprendan a gestionar sus emociones, a resolver problemas, a apreciar la belleza, a gestionar el estrés y la ansiedad… Y, como resultado de todo eso, podrán ser felices.
¿Cuál es el secreto para sintonizar a través de la comunicación con los hijos?
Hablar, hablar mucho. Compartir tiempo de verdad. Tiempo tranquilo, de conversaciones y silencios. Encontrar alguna afición en común. Cuidar el vínculo de apego durante toda la vida. Evolucionar en la relación con nuestros hijos. Maravillarnos cada día del regalo que es ver crecer a un niño. Y decírselo.
¿De qué manera hacer que los hijos sean competentes emocionalmente hablando?
Permitiéndoles aprender. Dándoles la oportunidad de experimentar las emociones sin miedo. Enseñándoles a gestionarlas, a autorregularse, a conducirse adecuadamente. Últimamente veo muchos padres en consulta desorientados, con miedo a traumatizar a su hijo o hija si le dicen “no”, a poner límites. Los límites son necesarios para educar, y los niños los piden a gritos, ya que son la guía que les guiará en el camino de su desarrollo y que permiten una adecuada madurez emocional.
¿Cuáles son las claves para educar en igualdad a los hijos?
Creo que lo más importante de todo para educar en igualdad es educarnos en igualdad. Ser conscientes de los micromachismos, de las desigualdades invisibles que llenan nuestro día a día. Se ha logrado mucho en igualdad, pero aun queda un largo camino por recorrer, y solo hay que ver las cifras de la conciliación: menores salarios para la mujer, renuncias profesionales para criar, carga mental mal repartida…
Solo si asumimos que hay mucho por hacer, desde el ejemplo y casi sin darnos cuenta, ya estaremos marcando una enorme diferencia. Y, por supuesto, de manera proactiva, promoviendo en nuestros hijos una igualdad real.
¿Desde qué momento iniciar la prevención para que los hijos no caigan en conductas de riesgo?
Te diría que desde el nacimiento, ya que va a depender en gran medida de su ajuste emocional y de sus recursos para afrontar y manejar el torbellino de emociones que se dan durante la adolescencia. Si un niño llega a la adolescencia con una sana autoestima, será mucho menos influenciable, ya que estará más seguro de sí mismo y no necesitará tanto la aprobación de los demás.
Si sabe gestionar sus emociones, afrontarlas, sentirlas y aprender de ellas, no buscará anestesiarlas con sustancias. Si tiene una buena comunicación y vínculo con nosotros, podremos ser su soporte y su lugar seguro, y no necesitará alejarse de nosotros para poder transitar esta etapa.
¿Qué papel tiene el pensamiento crítico en el desarrollo de la personalidad infantil?
Hay dos aspectos esenciales que conforman al ser humano y que, a menudo, olvidamos educativamente: los valores y la capacidad crítica.
Quizá porque no sabemos muy bien cómo transmitirlos, o pensamos que simplemente los aprenderán de manera espontánea. Pero no es así. Tenemos un papel decisivo en ayudar a nuestro hijo a conformar un sistema de valores propio que le permita vivir con coherencia, con integridad y, por lo tanto, en equilibrio. Que le permitan sentirse orgulloso de ser quien es y conducirse por la vida desde la bondad, el respeto y el amor.
Tenemos que hablar mucho con nuestros hijos. Es verdad que el ejemplo educa, y mucho, pero conversar, animarles a cuestionarse las cosas, debatir… es una forma maravillosa de favorecer su capacidad de pensar de manera divergente, creativa y original.
Esto resulta esencial en el mundo en el que vivimos, bombardeados de información en las redes sociales, donde o les enseñamos a no creerse todo lo que ven, o serán hojas mecidas por el viento.