rebecca rolland© Andrew Riley

Entrevista

Rebecca Rolland, psicóloga de Harvard, nos da las claves para hablar bien con los hijos

Conversar con los hijos es la mejor manera de ayudarlos a ganar en autonomía, empatía y felicidad, según la ciencia. Pero ¿cómo ha de ser esa comunicación? ¿Qué herramientas se pueden utilizar para canalizarla de un modo positivo?


26 de junio de 2023 - 13:50 CEST

Rebecca Rolland es psicóloga y profesora en la Universidad de Harvard. Además, trabaja como especialista de patologías del lenguaje en el departamento de Neurología del Hospital Infantil de Boston (Estados Unidos).

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Acaba de publicar su libro  El arte de hablar con niños   (Ed. Diana), una obra donde incluye historias, investigaciones y consejos prácticos para ayudar a los padres a acabar con las peleas de sus hijos y construir relaciones más satisfactorias basadas en los pilares de una comunicación adecuada. Hemos charlado con ella.

Menciona en su libro que la mayoría de las conversaciones con nuestros hijos nos parecen triviales e insustanciales. ¿Qué cree que falla a la hora de comunicarnos con ellos?

Creo que, muchas veces, el ajetreo de nuestra vida diaria dicta nuestras conversaciones. Nos pasan tantas cosas que reducimos nuestras conversaciones a cosas prácticas. Tenemos “conversaciones de horarios”, como digo yo, técnicas de logística: “¿Has hecho los deberes?”, “¿qué tenemos mañana a las cuatro?”. Pensamos que somos eficientes y estamos ayudando a los niños a salir adelante. No es que no necesitemos estas conversaciones, por supuesto. Pero  tenemos que enfatizar las conversaciones más profundas, conversaciones que les lleven a pensar, a sentir, a imaginar.  Y en nuestra cultura, muchas veces hemos perdido ese sentido del juego, de la creatividad o de la imaginación que los niños traen de serie. Y creo que ahí es donde podríamos dar un cambio en nuestras conversaciones.

¿Qué elementos debería tener una “conversación fructífera” con los hijos?

En primer lugar, tiene que ser interesante para ambos, no solo ser interesante para el niño o la niña; algo que se preguntan o por lo que tienen curiosidad también tiene que resultarte interesante a ti. Cuando hablamos con nuestros hijos se nos olvida que ellos se dan cuenta de si nos interesa lo que decimos o si nos aburren...

Entonces, es importante hacerles preguntas que tenemos en la mente o preguntas para las que no tenemos respuesta. En lugar de preguntarle cuántas fichas hay en este juego, le puedes preguntar: “¿Me enseñas a jugar? De esta forma, les estamos permitiendo sentirse, los inspiramos y ven que tienen algo que ofrecernos. Y, a su vez, nosotros podemos ofrecerles consejo o feedback. Estas conversaciones nos inspiran a ambos para reforzar nuestros vínculos y también nos ayudan a cambiar nuestra forma de pensar.

¿Qué relación hay entre el vínculo con los hijos y la calidad de la comunicación que se establece con ellos?

Ambas cosas están íntimamente relacionadas. Si pensamos en crear conversaciones con los niños como una base, como unos cimientos, lo que hacemos es crear una base de conversaciones con nosotros y con otras personas. Es muy importante establecer el tono de las relaciones a través de las conversaciones que tenemos. Por ejemplo, muchas veces pensamos: “¿Cómo consigo que mi hijo de 13 años me cuente cosas importantes de su vida?”. Muchas veces se trata de empezar desde muy temprano. Si transmitimos a los hijos que está bien que nos cuenten lo que tienen en la cabeza cuando tienen cuatro o cinco años, estamos creando un vínculo tan fuerte que va a permitir que haya conversaciones más adelante. Es decir, se trata de sentar las bases a través de estas pequeñas conversaciones del día a día.

© Diana

En su libro menciona la técnica OSSO para practicar la escucha reflexiva, ¿en qué consiste?

Muchas veces vemos las cosas en términos de “y” u “o”. Por ejemplo, alguien hace un comentario y te responden: “No, no estoy de acuerdo”. Entonces estamos estableciendo una situación de blanco y negro. Uno dice “x”, otro dice “y”. No estamos de acuerdo y no hay conversación. Sin embargo, la técnica OSSO sirve para enfatizar la idea de que esto es cierto, pero quizá también esto otro es cierto. 

Por ejemplo, una niña nos dice: “Estoy muy nerviosa porque tengo que hacer una actuación” y esa es la experiencia de la niña. La mayoría se sienten nerviosos cuando pasa eso. Pero tenemos que preguntarnos si, además de nerviosos, se sienten de otra manera, si hay más emociones involucradas porque a lo mejor la niña te puede decir: “Me siento nerviosa, pero también emocionada un poquito” o “me siento esperanzada” o “espero que a mis amigos les guste lo que voy a hacer”.

Esto puede hacer que se abran y vayan más allá de este pensamiento en blanco y negro. Y, también, que sepan apreciar los matices.

Cuando la comunicación con nuestros hijos llega a un punto bajo, ¿cuáles son las mejores formas de restablecerla?

En primer lugar, habría que darse cuenta y hablar de ello. Muchas veces podemos sentirnos incómodos si hay pausas, baches o aspectos negativos en la conversación. Esto como padres puede hacernos sentir vergüenza o incluso pánico:  “No lo estoy haciendo bien”, “no soy un buen padre o una buena madre”, “mi hijo o mi hija no me escucha”, etc.  

Lo que a mí me resulta muy útil es reconocer los sentimientos que estoy sintiendo e intentar rebajar esos sentimientos y hablar con el niño de ello, incluso de forma lúdica. Por ejemplo, decirles: “Bueno, parece que con esta conversación vamos cuesta abajo. Vamos a pensar de otra manera. A lo mejor tienes alguna otra idea”. Y los hijos se sienten realmente aliviados cuando nosotros reconocemos que las cosas no están yendo bien y que se pueden mejorar. De esa forma, ellos sienten que estamos en su equipo, que somos capaces de reírnos con ellos y de que las cosas no tienen por qué ser perfectas. En nuestra cultura, muchas veces los niños piensan que tienen que ser perfectos. Entonces, este carácter lúdico de la conversación y saber que nos podemos equivocar, les quita mucha presión.

¿Debemos aceptar el hecho de que hay ciertas etapas en la vida de nuestros hijos en las que están menos abiertos a la comunicación y, por tanto, respetarlas?

Tenemos que aceptar que hay fases en la comunicación en la que los niños cambian en la forma en la que se quieren relacionar con nosotros. No recuerdo haber dicho nunca a nadie: “Bueno, estamos en una fase en la que no queremos comunicarnos”. Lo que he visto a lo largo de toda mi trayectoria es que a todo el mundo le gusta ser escuchado y le gusta comunicar. Quizá en algún momento esto sea más difícil por alguna razón, o a lo mejor a los niños no les apetezca tener un tipo de conversación en concreto, o a lo mejor quieren dar un paso atrás y hacer las cosas de otra manera.

Yo creo que  lo que funciona bien es ser flexibles con ellos y no pensar que o lo hacemos a nuestra manera o no va a funcionar.  Y lo he visto, por ejemplo, cuando nos abrimos, cuando abrimos nuestros sentimientos con respecto al uso de la tecnología. Hay niños que prefieren escribir un mensaje de texto a sus padres cuando se trata de cuestiones espinosas antes de hablar cara a cara con ellos. La comunicación puede tener muchas caras y puede variar y cambiar a medida que crecen los niños. Podemos ser más abiertos y reconocer: “Vale, no pasa nada si ahora no quieres hablar de esto”. La puerta siempre va a estar abierta y somos flexibles a la hora de pensar en cómo nos comunicamos.

¿Qué errores no debemos cometer cuando hablamos con nuestros hijos?

Creo que algo que solemos hacer y que debemos evitar es proyectar nuestros sentimientos en ellos. Por ejemplo, utilizamos muletillas como “vale, bien, sí”. Así les damos a entender que ellos están pensando lo que deberían pensar. Por ejemplo: “Qué divertida ha sido la fiesta de cumpleaños, ¿verdad que sí?” o “debes estar sintiéndote muy triste ahora mismo, ¿no?”. Parece una pregunta inocente, pero, con el tiempo, este tipo de preguntas acaban inclinando a pensar a los niños de una forma concreta.

Otra cosa que hacemos mal es avergonzarlos por pensar de una cierta manera, por tener ciertos sentimientos. A veces les podemos decir: “No hay que estar triste. Siempre hay que estar contento”. Los niños, de esta forma,  pueden pensar que el amplio abanico de emociones humanas que hay no está bien.  Y eso les puede llevar a sentirse ansiosos cuando sientan emociones naturales como pueden ser la tristeza o la decepción. Por tanto, es muy importante explorar con los niños estas emociones, reconocer que nosotros también las sentimos y que las acepten y las expresen. Esa es una una forma estupenda de resolver estos problemas.

Si hablamos bien a nuestros hijos, potenciamos su autonomía, creatividad y confianza. ¿Cómo afecta la comunicación a estas capacidades?

Muchas veces estas habilidades parece que se basan no en conversaciones con otros, sino con uno mismo.  La confianza, por ejemplo, tiene que ver con cómo las personas hablan consigo mismas cuando se produce un problema o hay un obstáculo.  Por ejemplo, si se les cae una construcción, ¿qué se dicen los niños en ese momento?: “¿Se me ha caído? Pues nunca más voy a hacer una construcción”. O a lo mejor se dicen: “Bueno, voy a intentarlo otra vez a ver si lo construyo de forma que no se caiga”. Parece que son conversaciones similares, pero, con el tiempo, el primer niño no lo vuelve a intentar, no vuelve a construir nada y piensa que no es un buen constructor: “No se me da bien construir; todo lo que construyo se cae”. Sin embargo, el segundo niño puede haber tenido la misma experiencia, pero es capaz de intentarlo nuevamente y mejorar. De esta forma, también se refuerza su confianza.

Esta misma cuestión de la comunicación se extrapola a muchas otras facetas de su vida como la forma en la que superan situaciones difíciles cuando tienen un conflicto con sus padres o con compañeros. Pueden ir reforzando estas habilidades con el tiempo. Y nosotros, como adultos, tenemos que tratar de averiguar cómo podemos ayudarles a tener estas conversaciones. Y eso es en lo que he estado trabajando y el método en el que se basa mi libro.