Ya sabemos que gritar a un niño puede acarrearle múltiples consecuencias, desde afectarle enormemente a su autoestima a ocasionarle graves problemas de conducta, pero es que además los gritos pueden llegar a alterar la estructura del cerebro infantil y dar lugar a cambios en el estado de ánimo y la personalidad. Aun sabiendo todo eso y aun esforzándonos por hacerlo bien, por educar a nuestros hijos siguiendo los principios de la disciplina positiva, a veces no lo logramos y acabamos gritando. Cuando no hacen caso a lo que les pedimos y continúan haciendo aquello que no deben, ¿quién no ha perdido los nervios y termina por gritar a los niños para que obedezcan de una vez? Si esto ocurre con frecuencia, somos conscientes de que es un problema, pero... ¿cómo atajar la situación?
“Lo primero que tenemos que entender es que los seres humanos repetimos patrones”, explica la psicóloga infantojuvenil Mariana Capurro (@permisparaeducar). “Estamos influenciados por muchas generaciones anteriores y, a la vez, ejercemos influencia en varias generaciones futuras”. En consecuencia, “por naturaleza podré darle a mi hijo lo que me dieron a mi, es decir, la manera en la que le educaré seguramente será de la misma manera en la que mis padres me educaron”.
Cómo dejar de gritar a los niños, paso a paso
Partiendo de esta base, los pasos a seguir para educarlos como merecen, poniéndoles límites con respeto, son los siguientes:
1º Identificar esos patrones familiares que repetimos y que no son acordes a nuestra manera de pensar. “Es un ejercicio difícil, pero importante para cambiar y romper con esa cadena de patrones de comportamiento que vamos repitiendo generación tras generación”. Identificarlos nos permitirá entender por qué “a la hora de intentar utilizar herramientas de un estilo de crianza que no es el nuestro, nos cuesta tanto”.
2º Establecer un plan de actuación. “Leer, pedir ayuda, ir a cursos, etc., está muy bien, pero es muy importante nuestro propio autoconocimiento”. Tras identificar los patrones que repito y que “no concuerdan con la manera que quiero actuar, debo pensar por cuál sustituirlos”. Tan importante es saber cómo no quiero educar a mis hijos como tener claro qué es lo que sí quiero hacer. Por tanto, es fundamental seguir un plan y, si lo que quiero es establecer la disciplina positiva, por ejemplo, puedo imaginar situaciones que ocurran a menudo en mi familia y pensar posibles respuestas a dar como madre o como padre, según ese tipo de crianza (escribirlas en un papel será de gran ayuda).
3º Seguir el plan establecido. Una vez que sabemos el camino que queremos seguir, la clave es “ponernos a intentarlo sin parar”, teniendo muy claro que “algunos días podremos, pero otros en los que estemos más cansados o más estresados nos costará más”. Aunque nos llevará tiempo, si no desfallecemos, lo lograremos. “Querer cambiar patrones de comportamiento en la crianza, muchas veces requiere revisar nuestra propia infancia, y no todos están preparados para hacerlo”.
4º Educarnos. Para lograr cambiar esos patrones, “lo primero que podemos hacer es educarnos” y averiguar “qué es lo que ocurre en cada etapa del desarrollo”. Eso nos permitirá entender más a nuestros hijos; “no hace falta ser psicólogo para ello, pero sí conocer que por ejemplo a los 2 años se enfadan más, y a partir de los 10 reclaman más autonomía”. Y esto es fundamental porque, “si somos conocedores de la etapa evolutiva en la que se encuentran y de las características que esta tiene, entenderemos mucho mejor el comportamiento de los niños y, por lo tanto, muchos de los comportamientos que a veces nos hacen enfadar estarán justificados por ello”. En este punto, Capurro subraya que “justificar no quiere decir permitir todo, sino simplemente comprender qué es lo que le está pasando”.
5º Revisar las herramientas de comunicación que estamos utilizando. “Muchas veces, a medida que van creciendo, tendemos a mirar con cierta desconfianza algunos comportamientos, incluso llegamos a pensar que provocan situaciones solamente para hacernos enfadar”. En este sentido, es importante “utilizar una mirada más compasiva, entendiendo que no siempre buscan atacarnos, y tener sobre la mesa la posibilidad de una negociación, en la que escuchamos el punto de vista que ellos tienen, sin juzgar, y exponemos el nuestro sin reproches”. Aquí, el consejo más potente es recurrir a la negociación, tanto si son adolescentes como si nos niños pequeños; en uno y otro caso, necesitamos negociar, pero de otra manera. Con los pequeños, una pauta muy eficaz es, por ejemplo, “darles opciones para que entre ellas puedan elegir lo que quieran”.
Por qué es importante pedirles perdón cuando les gritamos y cómo reparar la situación
“Cuando se da una situación de este tipo lo mejor que podemos hacer es reconocer el error como tal”, asegura Capurro. “Explicarle a nuestros hijos que, por el motivo que sea, hemos perdido la paciencia y hemos actuado de una manera que no es la correcta”. Y esto es esencial, no solo por el mero hecho de que es una forma de pedir perdón a nuestros hijos (que también es importante), sino también porque les ayudará a “detectar esa actitud como algo fuera de lugar, o irrespetuoso” y, en consecuencia, a “poner límites a los demás si se da el caso de que reciban gritos de otra persona”. De lo contrario, “si normalizamos los gritos, gritarán y permitirán que les griten”.
Por otro lado, “debemos considerar que si nos excusamos en el ‘como soy tu madre o tu padre, puedo gritarte’, entenderán que quien les quiera, puede hacerlo, y eso les perjudicará también en la vida adulta, o incluso asumirán que un jefe como una figura de autoridad, también está habilitado a gritarle”, subraya la experta. De ahí que sea clave hacerles saber que “ellos no son los culpables” de que nosotros les hayamos gritado, “sino nosotros mismos por no poder expresar de manera más adaptativa las emociones que nos abrumaron”.