A partir de la semana octava de gestación, el embrión ya comienza a moverse; es de un tamaño milimétrico, pero, aunque la madre no lo perciba hasta el segundo trimestre, él ya realiza distintos movimientos. Desde ese momento, no dejará de hacerlo y esto es signo de bienestar fetal. Así, desde el instante en que la madre lo nota por primera vez y hasta el mismo día del parto, hay que sentir al bebé cada día. Es un síntoma de alarma no percibirlo en un periodo de 24 horas.
Tras el nacimiento, esos movimientos también pueden ser indicadores precoces de alteraciones en el neurodesarrollo, incluso en bebés menores de cinco meses. ¿En qué hay que fijarse? ¿Cómo debe ser la intervención con estos recién nacidos? Para saber más de ello, hemos preguntado a Belén Romero, especialista en Medicina Física y Rehabilitación del Hospital Universitario Virgen Macarena de Sevilla y miembro de la Sociedad Española de Rehabilitación Infantil.
Cómo reconocer los movimientos normales
Tras el parto, el recién nacido está cansado. En las siguientes dos horas va a pasar por un periodo de alerta, en que está más activo y es capaz por sí mismo de reptar hasta el pecho de su madre para engancharse al pecho. Después, entrará en una fase de adormecimiento que puede durar varias horas. Pero una vez pasado la etapa inmediatamente posterior a su nacimiento, hay que observar que se mueve.
Tal como destacan desde la Sociedad Española de Medicina Física y Rehabilitación (SERMEF), a partir de los movimientos involuntarios del bebé se puede identificar con una eficacia del 98% el retraso motor o cognitivo y en el 100% la parálisis cerebral.
Así, como explica Belén Romero, “los movimientos generales de los niños son fluidos y elegantes y crean una impresión de complejidad y variabilidad”.
De este modo, habría que observar, además, que son “impredecibles, que involucran a todo el cuerpo, cambian en amplitud, velocidad, fluidez y rotación”, añade. Hablamos siempre de patrones, no de que en todo momento deban ser así.
Cómo detectar que hay problemas
Cuando el bebé tiene el sistema nervioso deteriorado, los movimientos pierden esas características. Hay distintas escalas que lo miden y lo valoran en prematuros, niños a término y del tercer al quinto mes de vida, explica la experta. Estas herramientas “proporcionan información sobre el neurodesarrollo posterior y diferencian con precisión entre los bebés con desarrollo adecuado y aquellos con mayor riesgo de retraso motor o cognitivo”, indica la especialista.
Así, estas son las señales de alarma en los movimientos anormales:
- Son repetitivos o monótonos.
- Se detienen brúscamente (”la secuencia no se completa”, detalla Belén Romero).
- Hay poca amplitud.
- Hay escasa rotación.
- No son veloces.
- Son poco intensos.
- No fluyen.
- No cesan: son muy rápidos y bruscos.
- A partir del tercer mes, no hay movimientos de muñecas, tobillos, dorso, caderas...
Las alteraciones más frecuentes que sufren los bebés que tienen un patrón de movimiento alterado en sus primeros meses de vida son diversos trastornos del neurodesarrollo, parálisis cerebral, autismo y retraso cognitivo.
¿Qué hacer si los movimientos son anormales en el bebé?
Ante cualquier duda que ofrezca el desarrollo del recién nacido o el bebé, lo aconsejable es consultar. Cuando es el primer hijo, hay muchas dudas que puede solventar el pediatra, y si ya hay experiencia en la maternidad, suele surgir un sexto sentido que avisa de que algo no va bien. En ambos casos, es mejor despejar la duda que quedarse con la preocupación.
La importancia de hacerlo cuanto antes es que en los primeros meses de vida el cerebro se encuentra en una fase de gran desarrollo y mayor plasticidad, lo que incementa las probabilidades de corregir o de mitigar las posibles secuelas que el problema pueda conllevar, “antes de que se vuelvan más severas o crónicas”, como indican desde la SERMEF.
El diagnóstico precoz permite llevar a cabo una intervención temprana sobre estos bebés. En los últimos tiempos se aboga por que ese trabajo se realice en el entorno natural del niño, esto es, en su propio hogar, con la supervisión de sus padres o el familiar que esté a su cargo. El objetivo es proponerle actividades estimulantes que consigan objetivos funcionales y significativos para él en el día a día. Belén Romero también recomienda el Método Madre Canguro, el piel con piel, en los primeros meses y “más tarde, acciones generadas por el niño, una práctica activa, repetida y motivadora”.