Rafa Guerrero es psicoterapeuta especializado en TDAH, trastornos del aprendizaje y problemas de conducta. Es profesor en varias universidades y dirige Darwin Psicólogos (www.darwinpsicologos.com). En su nuevo libro Menudas Rabietas (Ed. Cúpula) aborda el recurrente tema de las rabietas, pero desde una perpectiva respetuosa.
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Así, hace un repaso del tipo de rabietas que existen y explica cómo el niño se va construyendo a través de las emociones y de qué modo necesita ser acompañado en ese camino por sus padres. Hemos charlado con él.
Abogas en tu libro por gestionar los problemas de conducta de los hijos de manera respetuosa, ¿qué es lo que no se debe hacer cuando el comportamiento del niño es disruptivo?
Hay muchas cosas que se pueden hacer de manera previa para que la frecuencia, la intensidad y la duración de ese mal momento se pueda reducir. Todas las conductas de los niños se pueden amortiguar o bien amplificar, en función de lo que hagamos. ¿Qué cosas no debemos hacer? Criticar. Por el cansancio o la desesperación señalamos o criticamos a nuestro hijo por lo mal que se está comportando.
Otra cosa que no debemos hacer es confundir lo que siente nuestro hijo con lo que hace nuestro hijo. El hecho de que sienta una emoción como la rabia o el miedo le lleva a comportarse de una manera disruptiva. Y entonces confundimos quién es nuestro hijo con lo que está haciendo. Por otra parte, tampoco debemos darle darle amor, atención o cariño de una manera condicionada. Nos han enseñado que debemos hacerlo así y castigar cuando las cosas las hacen mal y premiar cuando las hacen bien, pero los premios y castigos no son recomendables.
Eres un gran conocedor del cerebro infantil, ¿qué sucede en la mente del niño cuando se muestra enfadado y sobrepasado?
Hay una diferencia muy grande entre el cerebro de un niño en calma y un cerebro alterado emocionalmente. ¿Qué ocurre? Cuando nuestros hijos quieren algo y no se les concede, bien porque no sea el día, porque no sea el momento o porque no sea beneficioso para ellos, se produce una gran liberación de adrenalina y de cortisol. La adrenalina me invita a la acción y el cortisol, conocido como la hormona del estrés, me impide pensar. Esto les puede llevar a insultar, morder… a tener conductas que van a ser catalogadas por sus padres como no deseables. Aquí los padres deben entender que esto que están viendo es algo que los niños no pueden controlar.
Un niño de tres o cuatro años no puede controlar sus emociones, a pesar de que los adultos se lo exijamos. La adrenalina y el cortisol le impiden escucharte, calmarse y razonar, y nosotros estamos en una perspectiva muy adulta en la que nos enfadamos porque no nos mira, no nos hace caso. Pero no es que no quiera, es que no puede. Ese cerebro necesita oxitocina, que es la hormona del vínculo, del amor, del cariño y de la conexión. El niño necesita comprensión, no ser juzgado y ser mirado incondicionalmente, y eso es lo que hará que esté cada vez más tranquilo gracias a nuestra tranquilidad y que pueda comprender, aunque no le guste, la decisión que han tomado mamá y papá.
En esos momentos en que muestra emociones poco aceptadas socialmente, ¿qué efecto tiene sobre él que los padres le castiguen o le retiren la atención?
No tiene ningún efecto. El ser humano tiene la necesidad de ser comprendido, entendido y amado incondicionalmente. Si nuestro criterio como adultos y educadores es, más que hacernos cargo de lo que siente nuestro hijo, enfadarnos, criticar y sentirnos insatisfechos porque no haya cumplido con nuestras expectativas, al final lo que se pone en marcha son premios, castigos, amenazas, chantajes… Y esto, a nivel cerebral, activa el cerebro inferior, que es un cerebro no pensante, más reactivo y más emocional. Para que haya realmente un aprendizaje es imprescindible que el cerebro sea activado de una manera global, no de una manera parcial.
Tendemos a identificar el periodo de las rabietas con los dos años, pero ¿por qué es importante que el niño siga expresando su malestar a cualquier edad?
El malestar puede estar motivado por muchas cosas. Es un síntoma o una manera de decir que algo está pasando y eso implica que necesito un tiempo para poder elaborar toda esa información. Queremos que nuestros hijos confíen en nosotros y que nos cuenten cuando estén mal. Y para ello no solo te puede contar lo que es positivo y no deben sentir miedo a nuestra reacción cuando lo que nos cuentan no es bueno. Es fantástico que un niño le pueda contar a sus padres que su profesora le ha llamado la atención en clase o que un compañero no ha sido respetuoso con él. Cuando nos cuentan las cosas que les hacen sentir mal podemos ayudarles en ese proceso de maduración y de aprendizaje.
Comentas en el libro que las rabietas son más frecuentes cuando hay un exceso de normas en la familia, ¿dónde está el equilibrio entre esta situación y los límites que necesita cualquier niño?
Establecer normas y límites de una manera respetuosa no es solamente algo que esté bien o que se pueda recomendar, sino que es algo necesario. Es vital para los niños. Es una de las 18 necesidades afectivas que comento en el libro. Lo que ocurre es que si nos vamos a uno de los dos extremos, a una familia donde no se establecen límites por miedo a coartar la libertad del niño o, todo lo contrario, a una familia muy estricta donde se hipercontrola a los hijos, tanto la ausencia como el exceso de límites es una situación potencialmente traumática.
El niño necesita unas guías, un camino. Necesita de alguien que lo acompañe, que lo anime y que reconozca su esfuerzo, pero también que lo alerte de los potenciales peligros con los que se va a encontrar. No es ni un extremo ni el otro. Hay que poner a cada niño los límites, las normas y las guías que necesite. Hay algunos que necesitan más que otros y hay que encontrar el equilibrio para cada uno. La crianza respetuosa y consciente implica eso mismo, que es individualizada. Es algo muy a medida.
¿Cómo cambia la manera de afrontar una rabieta, según la edad del menor?
Cada rabieta se enfrenta de forma muy diferente. Y depende de la edad; no es lo mismo una rabieta a los dos años que a los ocho años. El niño te pide cosas diferentes según cada edad. La rabieta no es más que una manera de lanzar una señal de SOS a los padres o al adulto de referencia, lo que sucede es que viene encriptada. No siempre los adultos la interpretamos correctamente. A veces no les entendemos y hacemos atribuciones que son incorrectas.
Cada rabieta necesita una intervención diferente. Es cierto que también influye el momento. No actuamos igual ante una rabieta en un día de diario justo antes de ir al trabajo que en una rabieta en fin de semana. Las exigencias, los tiempo y la paciencia son distintos. Bajo cada rabieta hay peticiones diferentes que hay que saber analizar. A veces, el niño necesita protección, otra veces, tiempo, a veces, presencia de sus padres, y otras que les pongan límites. Aunque el comportamiento disruptivo pueda ser muy parecido, debajo de cada rabieta hay algo escondido que hay que interpretar.
Recalcas en el libro que muchas de las rabietas aparecen porque las necesidades socioemocionales “no están siendo cubiertas de manera suficiente”, ¿qué deben tener en cuenta los padres para que el niño no llegue a esa situación?
Las rabietas son una fase evolutiva, normativa, por la que pasan todos los niños. Es una etapa habitual en la mayoría de los niños. En el libro ofrezco a las madres y los padres unas claves para que entiendan que si las 18 necesidades del niño no son suficientemente cubiertas (que no significa cuanto más, mejor), es probable que la frecuencia, la intensidad y la duración de la rabieta, de problemas de conducta o de conductas desafiantes aumente. Hay cosas que se pueden hacer antes de la fase de las rabietas y antes de la rabieta. Atender y cubrir de manera suficiente sus necesidades es un recurso fantástico para que el día de mañana tengan recursos para manifestar su rabia. Así, permite amortiguar esa fase de las rabietas.