La competencia y la personalidad de los niños tienen mucho que ver con el temperamento y el carácter de los padres. Y no es tanto por genética como por el estilo de crianza recibido; de hecho, en ocasiones es posible incluso interpretar cómo está siendo educado en casa un niño en función de su manera de comportarse en determinadas situaciones. Por supuesto, siempre podrán influir multitud de factores más, pero si quieres que tu hijo tenga la conducta adecuada y, además, una sana autoestima y bienestar emocional, analiza cómo te diriges a él o a ella.
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No es lo mismo darle órdenes, que dejarles hacer lo que quieran o que hablarles de tú a tú, con autoridad, pero sin dureza. La manera con la que sus padres se comunican con el niño será la base de la visión que tenga del lugar que ocupa en casa y en la familia y eso, a su vez, será determinante para desenvolverse en otros entornos.
Tipos de padres, según Diana Baumrid
La psicóloga clínica estadounidense Diana Baumrid presentó, a finales de la década de los años 20, los tipos de padres según su estilo de crianza, categorización que ha avalado la psicología y que sigue presente en nuestros días. Los tipos de padres son los siguientes:
- Padres permisivos
Son padres afectuosos, pero incapaces de guiarles adecuadamente. No solo no recurren a los castigos, sino que, con tal de evitar la confrontación, no ponen límites a sus hijos. Incluso les preguntan a ellos asuntos relacionados con la crianza. Esto implica “un mayor riesgo de que los niños desarrollen problemas de conducta”, advierte la psicóloga y profesora Susanna Isern en su libro ‘Mapa para educar niños felices’ (Vergara). “Si siempre se les ha permitido hacer lo que han querido, en algunos casos se puede llegar a un punto en el que sus deseos y conductas no correspondan con lo que se considera adecuado y alteren lo que entendemos como una convivencia armoniosa y apacible”.
A esto hay que sumar, además, un “mayor riesgo de que los niños tengan dificultades académicas” (por la falta de una rutina de estudio que sus padres no le han establecido cuando él aún no es capaz de hacerlo), “baja tolerancia a la frustración” con obstáculos fuera de casa (en el mundo real sí tendrá límites y normas que cumplir”, lo que desembocará en “falta de habilidades para manejar conflictos fuera de casa” y en “falta de habilidades sociales”. Todo esto hará, por otro lado, que su adolescencia sea complicada porque, como señala Isern, “todo lo que se siembra (y no se siembra) se recoge en la adolescencia”.
- Padres autoritarios
Son padres muy rígidos con las normas y excesivamente exigentes. Dan órdenes sin explicar, normalmente, los motivos y buscan la obediencia en los niños, más que la asimilación de lo que es o no es correcto. Por lo general, no son afectuosos con sus hijos y recurren al castigo cuando consideran que una norma no se ha seguido.
Si a eso unimos que el castigo aplicado de manera arbitraria, lo que se consigue es “provocar malestar, sufrimiento, frustración o angustia al niño como consecuencia de una de sus acciones” y eso, “provocar malestar, no educa”. El castigo tiene consecuencias nefastas para el niño, que normalmente acaba viendo muy mermada su autoestima y le genera sentimientos tan indeseables como “miedo a los padres, no respecto”, así como “rechazo y hasta odio” hacia ellos.
Y, encima, el castigo no logrará el efecto deseado, puesto que únicamente será una respuesta a corto plazo: los niños se portarán como se espera de ellos únicamente para evitar dicho castigo, “pero, cuando no se sientan observados, harán aquello que saben que no gusta a sus padres”.
- Padres democráticos
Es la justa medida a los dos extremos. Son afectuosos y no imponen castigos, pero sí establecen límites y sí son exigentes respecto a su conducta. La interacción de estos padres con sus hijos es la que propone la disciplina positiva, que consiste en establecer límites con autoridad, pero también con respeto. Como decíamos, no castigan a los niños, pero sí establecen consecuencias a determinados comportamientos o conductas.
La diferencia entre estas consecuencias y los castigos es que las primeras deben ser “lógicas y coherentes” y que deben haber sido previamente “pactadas entre padres e hijos”. Los niños deberán entender por qué esa consecuencia se daría y, sobre todo, los padres deben prestar atención a cómo se lo explican: “indicamos las consecuencias con firmeza, pero sin enfadarnos”, apunta la psicóloga. “Mantenemos la calma, escuchamos y razonamos”.
El resultado de este tipo de interacción entre padres e hijos es que los niños aprenden a través de la reflexión, no del sometimiento. De ahí que este sea “el camino que los especialistas recomiendan”.