Con Educar en clase... y en casa (Ed. Plataforma), Francesc Nogales, maestro desde hace 25 años, profesor univesitario y apasionado de las metodologías activas del aprendizaje, invita a abrir las aulas para implicar a las familias.
Su particular visión de la enseñanza le valió ser considerado en 2021 como el Mejor Docente de España en Educación Primaria en los Premios Educa Abanca. Con este libro plantea cómo la unión entre progenitores y docentes es la mejor propuesta para los menores. Hemos charlado con él.
¿Caminan actualmente unidos familia y docentes o hay cierta distancia?
Actualmente, las familias y los docentes caminan en direcciones similares, pero no andamos juntos. Tal y como está organizado el sistema educativo actual el docente camina primero, abriendo la senda, y las familias siguen al profesorado realizando fielmente aquello que se les indica. Algunos dicen “las familias participan, gracias al Consejo Escolar”, pero sabemos todos que la capacidad de decisión en esas reuniones es mínima, sólo hace falta contar la capacidad de votos entre familia y resto de miembros. Otros dicen “las familias participan gracias a las AMPAS, AFAS, etc.” pero la capacidad de maniobra de las AMPAS está limitada a lo que los centros les permiten hacer, especialmente en centros públicos. ¿Cuál es la solución? El cambio de paradigma, que los docentes abran las aulas como se plantea en el libro, y que las familias se interesen en optimizar esas puertas que se abren.
En la educación, ¿deben compartir responsabilidad padres y educadores o alguno de ellos debe tener más peso?
Esto es algo que vemos en ocasiones, parece que en clase “quien lleva la batuta” es el docente, a la tutoría viene “la mamá”, pero luego en casa quien valida lo correcto o incorrecto es “el padre”. La realidad no debe ser esa, en mi opinión el símil debe ser más el de una balanza. Niños y niñas deben vivir en un equilibrio sano y para ello el mensaje que reciben en casa debe estar en armonía con el que reciben en clase, y esto se logra con una buena comunicación y con mensajes alejados de las realidades absolutas. Por ejemplo, en clase yo explico la alimentación saludable, pero no debo satanizar si ocasionalmente un alumno acude a una franquicia de comida rápida. Es posible que esa misma noche su familia llegue tarde del trabajo y decidan comprar comida en esa misma franquicia. ¿Creamos un conflicto en casa? Debemos tender puentes de diálogo entre cultura, tradiciones, creencias, valores y forma de entender la vida de cada familia y los saberes y conocimientos que los alumnos deben adquirir.
¿Cómo se debe complementar el trabajo del colegio en casa y el de casa en el colegio?
Colegios y docentes estamos cada vez más familiarizados con las metodologías activas, con el learning by doing [aprendizaje basado en la experimentación] y ahí es donde tenemos una gran oportunidad de implicar a las familias y optimizar lo que ya hacíamos. Habitualmente solemos implicar a las familias con temas como el oficio, y es interesante cómo lo hacemos. En el libro se propone trabajar los oficios desde dos perspectivas: ¿qué oficio te gustaría tener ahora y cómo podemos prepararnos para ser buenos profesionales en eso? y, por otro lado, ¿qué oficio quería tener papá o mamá cuando tenían tu edad y cómo llegaron a ser lo que son hoy? Con este cambio de perspectiva los alumnos aprenden que no es malo cambiar de opinión, aprenden que lo importante es el camino, el esfuerzo... Y para los peques es realmente interesante descubrir que sus familiares también fueron niños y descubrir cómo evolucionaron sus metas. Con esa y otras propuestas que se hacen en el libro generamos una complementariedad necesaria entre la casa y la clase.
¿Hay diferentes resultados académicos en los alumnos cuando los progenitores se implican en el día a día de los centros escolares?
Hay resultados llamativos cuando los alumnos ven que lo que hacen en clase es valorado por su familia. Cuando mis hijos están aprendiendo las clases de sustantivos y vamos al supermercado a hacer la compra como “cazadores de sustantivos” haciendo fotos a sustantivos colectivos, por ejemplo, los aprendizajes cobran sentido. Los resultados académicos son los mismos si explicamos el municipio y hacemos un examen o si los abuelos nos cuentan cómo era su municipio hace 60 años, luego les enseñamos a los niños lo que es el alzhéimer y finalmente les planteamos el reto de conocer cómo es su pueblo ahora, en el presente, para ser los “guardianes de la memoria” de sus propios abuelos. Nunca obtendremos los mismos resultados si aprendemos implicando a la familia y al entorno en el que vivimos en contraposición a un aprendizaje ‘bulímico’ y sin nexo a la realidad de los niños.
Hay muchos alumnos desmotivados y con problemas de salud mental tras la pandemia, ¿cómo trabajar desde el centro y la familia para ayudarlos?
Es cierto, la pandemia sacó a la luz muchas debilidades de los centros educativos, como la desmotivación, pero como docente no puedo esperar que mi alumnado venga siempre con ganas de aprender, sino que soy yo quien debe secuestrar su interés generando actividades como un breakout [actividad para superar un reto] o un dictado japonés. Propongamos visitas a los museos, propongamos actividades como pasear por un campo de naranjos durante el mes de abril y ver a qué huele. Es triste que muchos centros educativos sigan con restricciones de asistencia o con citas previas injustificables como en la época posterior al confinamiento. Ese tipo de escuelas no demuestran otra cosa que el interés por tener a las familias alejadas de ellos y tristemente esas mismas familias le han entregado lo más importante que tienen: sus hijos.
Comentas en el libro que “debemos enseñar a los menores a crear conocimiento nuevo, no solo a reproducir el existente”. ¿Cómo se concreta esta propuesta?
Esto está muy ligado al concepto de alumno maker, la creatividad y la imaginación. Por ejemplo, tenemos muchísimos vídeos en internet explicando la división, algunos creados por mí mismo, pero lo realmente valioso es cuando mi alumnado elabora su propio vídeo sobre las divisiones, elaboran sus guiones, sus guiones gráficos, verbalizan sus aprendizajes y aprenden a editar sus propios videos educativos. Ahí dejan de ser alumnos consumidores para convertirse en alumnos creadores de contenidos. Eso sí, no les pido que lo suban a redes sociales ni plataformas, sino que lo usen a nivel particular ellos, con su familia, o como mucho con sus docentes, y siempre con la finalidad de mejorar en su práctica académica.
¿Qué competencias necesitan los niños de hoy para saber desenvolverse en un futuro?
Mis profesores eran maravillosos, y no conocían ni internet, ni las redes sociales ni nada de todo lo que actualmente utilizamos. No me prepararon nada mal. En el futuro necesitamos más que nunca humanidad, y mis alumnos necesitan ahora mismo competencias humanas que seguramente no lograrán con la inteligencia artificial. Necesitamos aprender a manejar emociones, aprender a trabajar con otras personas, aprender a tomar decisiones... Todo eso es necesario, pero sin menospreciar aquellas cuestiones absolutamente necesarias como la escritura, la lectura, la expresión, la lógica, el cálculo... También hay un aspecto que me preocupa cada vez más, como es el pensamiento crítico y la crítica constructiva.