El TDAH o Décifit de Antención con Hiperactividad es un trastorno del neurodesarrollo y, como tal, es una condición innata, es decir, quienes la padecen nacen con ella. “Esta condición predispone a que los afectados tengan mayores dificultades para prestar atención, para procesar la información correctamente, para tomar decisiones, para planificar y seguir secuencias, para regular su conducta, para controlar sus impulsos, para regular también su su actividad motora y verbal, y para gestionar las emociones”, explica Sara Ortega, neuropsicóloga y directora de Fundación CADAH (Cantabria Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad). Esto es común en niños y en niñas que, curiosamente, presentan importantes diferencias en la manifestación de este trastorno. ¿Por qué?
Lo que marca la diferencia entre unos y otras es “en qué medida esa condición al niño o a la niña le produce disfuncionalidad o repercute negativamente en los diferentes entornos: en el escolar, en el familiar y en el social”. Es justo en este punto donde “sí se ve que existen diferencias”. ¿Cómo se aprecian? Por un lado, en el rasgo predominante en el perfil del niño o de la niña con TDAH (hiperactividad o falta de atención) y, por otro, en la capacidad de adaptación.
El rasgo predominante: ¿conducta o atención?
“Los niños tienen perfiles con mayor afectación de la regulación de la conducta y de los impulsos y, por lo tanto, tienen más dificultades de conducta”, suelen ser más disruptivos. Las niñas, por su parte, tienen en la mayoría de los casos “más dificultades en la competencia atencional, en la competencia ejecutiva y también en los procesos de aprendizaje”.
La conclusión, en consecuencia, es que por lo general “los niños tienen perfiles más conductuales y las niñas tienen perfiles de mayor dificultad atencional y del aprendizaje”, detalla Ortega. “Esa sería a principal diferencia sintomatológica”, lo cual no quiere decir que no existan niñas con perfiles más hiperactivos. Las hay, si bien “suelen ser casos mucho más aislados”.
Adaptabilidad social
Todo lo anterior tiene que ver con que los niños, “por su por su condición de niños, son más físicos, más impulsivos, más motóricos”, mientras que las niñas, “al tener más facilidad naturalmente para para la comunicación, tienen una mejor adaptación social y emocional, lo que hace que sean capaces de tener una conducta social mucho más adaptativa”. Esto les ayuda también a regular mucho mejor su conducta y sus impulsos.
La terapia frente al TDAH, ¿debe ser diferente en niños y en niñas?
Aunque se trate de un mismo trastorno, el hecho de que la disfuncionalidad que presenta sea diferente en niños que en niñas conlleva que se trabaje con ellos y ellas de manera diferente para poder ayudarles adecuadamente. “Al tener cuadros clínicos muy diferentes, requiere que el abordaje terapéutico sea muy diferente”, detalla la neuropsicóloga. Así, en las niñas “no va a haber que hacer tanto hincapié en el manejo conductual”; en la mayoría de los casos será preciso centrarse más “en el desarrollo de la autonomía para que la niña sea capaz de de seguir, desde que se levanta, una rutina de tareas de manera autónoma; que sea capaz de levantarse, de ir a desayunar, de vestirse, de preparar su mochila, de coger todas las cosas que necesita, de que no se le olvida nada”. Es la autonomía en lo que más hay que trabajar por que es ahí donde suele tener más dificultad.
Los niños, en cambio, “suelen tener perfiles más desafiantes y más retadores”, lo que suele dar lugar a “más conflictos en el hogar” y tienen, por lo general, “más problemas de impulsividad”, de modo que es precisamente eso lo que es necesario trabajar con ellos con el fin de que aprendan a inhibir sus impulsos y a autocontrolarse.
Diferencias en niños y niñas con TDAH: ¿permanecen en la adolescencia?
Las diferencias mencionadas, que se empieza a observar a edades tempranas, incluso en educación infantil, “se polarizan todavía más en la adolescencia”, asegura Sara Ortega. “Lo que ocurre es que en la adolescencia, de manera general, tanto en niños como en niñas se incrementa la impulsividad, lo que hace que los niños tengan todavía más problemas de conducta en la adolescencia y las niñas empiecen a tenerlos”. En esta etapa de la vida, ellas “empiezan a ser más impulsivas y a tener más dificultades en la gestión de la frustración” y eso desemboca en que empiecen a surgir en ellas problemas de conducta y, con ellos, más conflictividad en el hogar y otros entornos.
A eso hay que añadir que, como presentan problemas a la hora de regular su conducta, son susceptibles de que surjan otras consecuencias negativas asociadas. Por ejemplo, la presencia tan desbordante de la tecnología en la sociedad actual les afecta directamente, puesto que son niños que “tienen más predisposición a la adicción a las nuevas tecnologías”. Por eso, “nos estamos encontrando muchos casos de adicción al móvil, a las redes sociales..., lo cual se convierte en una patología en sí mismo”.
En el caso de las niñas, además, “tienen mucho más riesgo de desarrollar problemas de la conducta alimentaria: por una parte, por la afectación que tiene como consecuencia a nivel anímico y psicológico el padecer TDAH , y luego también por el problema en el control de los impulsos, que también se ve afectado en la en la conducta alimentaria”.
Llegados a este punto es importante reseñar que la gestión de toda esta problemática es determinante en el bienestar del niño y de la niña con TDAH. “No es lo mismo un niño o una niña que haya tenido un diagnóstico precoz y, por lo tanto, al que se haya empezado a intervenir tempranamente a un niño o a una niña con un diagnóstico tardío y con una intervención tardía”.
Es fundamental también el papel del centro educativo -si ofrece o no una respuesta educativa adaptada a sus necesidades- y, por supuesto, el papel de la familia -si está implicada o no y si lleva a cabo o no “un modelo educativo parental funcional basado en la disciplina positiva, que es el que ha resultado que es más eficaz en el manejo de esta problemática”-.