transexualidad en la adolescencia© AdobeStock

Psicología

‘Mamá, soy trans’, cómo actuar ante los conflictos de género de los hijos

En los últimos años ha aumentado exponencialmente el número de adolescentes (y también de niños) que se declaran ‘trans’. ¿Cuáles son los motivos? ¿De qué manera ayudar a los hijos en esa situación? ¿Cuál ha de ser la reacción adecuada?


27 de abril de 2023 - 13:47 CEST

En Mamá, soy trans (Ed. Deusto), José Errasti, Marino Pérez Álvarez y Nagore de Arquer presentan una guía para las familias con hijos adolescentes que pasan por esta situación. Así, expresan: “Aliviar el sufrimiento de los hijos con conflictos de género ha de ser uno de los criterios fundamentales en la decisión de cómo actuar, pero esto, una vez más, no implica que debamos acceder a todo lo que nos pidan”.

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Hemos hablado con uno de los coautores, José Errasti, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, sobre los retos que plantea esta cuestión.

En el libro se establece la diferencia que hay entre los niños transexuales desde edades muy precoces que no se sienten a gusto con su sexo y la disforia de género de inicio rápido, que es la que está aumentando exponencialmente en la actualidad. ¿Cómo distinguirlas?

Estamos asistiendo a la aparición de una nueva forma de disforia de género en relación a la que conocíamos desde hace mucho tiempo y que era muy poco frecuente. Sin embargo, en la actualidad está aumentando exponencialmente el número de adolescentes que se presenta ante su familia como personas trans. Son mayoritariamente chicas que dicen que son chicos. ¿Cómo distinguir ambas formas? El criterio fundamental es ver cómo apareció y si puede haber una clara influencia social que puede venir de cursos recibidos, de redes sociales o de su grupo de iguales. Es muy frecuente que en un mismo grupo dos o tres chicas a la vez se declaren trans. Si es debido a este contagio social estaríamos ante esta nueva forma de disforia de género.

El 80% de los adolecentes que se declaran trans son chicas, ¿a qué se debe esta diferencia en relación a los chicos?

Aquí está una de las claves para entender este nuevo fenómeno. Aunque siempre lo ha sido, la adolescencia ahora se ha convertido en una etapa particularmente difícil. En las redes sociales, que son consumidas de forma masiva por los adolescentes durante muchas horas al día, hay una competencia despiadada por ser la persona más única, diferente, especial, inclasificable. La otra es  el porno, que presenta modelos sexuales muy disfuncionales  y que niños y adolescentes ven desde edades muy tempranas, cuando aún no tienen sus deseos sexuales formados; esto aumenta su capacidad de influencia. Y provoca que un porcentaje significativo de chicas no quieran ser mujeres. No es tanto que quieran ser chicos, como que no quieren ser mujeres del modo que se muestra socialmente. Es un matiz importante. Las chicas encuentran en esta identidad trans la salida que les resuelve este ser especial y ahorrarse los problemas de la feminidad de ahora.

En el libro se habla de experiencias como el acoso escolar, el abuso sexual, el aislamiento, de circunstancias como no encajar con la hipesexualización en la infancia y de condiciones como el autismo, que podrían estar en el fondo de las manifestaciones de disforia de género de inicio rápido.

Está constatado que entre los adolescentes que presentan esta nueva disforia de género de inicio rápido hay una mayor presencia de problemas previos que entre la población general.  Son problemas de todo tipo: en las relaciones sociales, en el desarrollo personal, de acoso escolar, de abusos…  No sucede en el cien por cien de los casos, pero sí es superior el porcentaje al del resto de la población. Así, la disforia de género podría ser el canal para manifestar problemas de todo tipo: desajuste emocional, ansiedad, problemas personales…

© Deusto

¿Cómo se puede explicar el incremento del 5.000%, de media, en los casos de disforia de género entre adolescentes?

En algunos países como Austria llega incluso a ser un 10.000%. Las redes sociales pueden explicarlo bastante. Es un factor indiscutible. Los jóvenes pasan horas contemplando modelos transactivistas que presentan la transición como una panacea que va a conseguir que te conviertas en tu auténtico yo. Muchos cuentan en las redes las ventajas de la hormonación, de la testosterona, de los bloqueadores de la pubertad, cuelgan fotos de su transformación física… La apariencia es que todo va bien.

Y, además, hay afirmaciones de que casi cualquier cosa que te pase en la adolescencia puede ser señal de que eres trans: si te llevas mal con tus padres, si sientes que no encajas en la sociedad… puede que seas trans. Son cuestiones muy inespecíficas propias de la etapa adolescente que se vinculan ahora a lo trans. Añadido al mensaje de “si dudas de que eres trans, es que eres trans”. Estos modelos prenden en una juventud que encuentra en lo trans el paquete completo que busca un adolescente: una ética, una estética, unos referentes, unos guiños cómplices para unirse a un colectivo con un nuevo lenguaje, un carácter héroico, una distancia con respecto a la generación anterior…

Sin duda,  las redes sociales son parte del problema  y cualquier padre responsable debería estar en ellas para observar qué ven sus hijos.

“Ser gay o lesbiana no es tan ‘cool’ como ser trans”, se cita en el manual. Así, destacan cómo los convierte en “alguien especial que recibe todos los parabienes, atención y apoyos en cuanto se sabe que es trans”.

El adolescente encuentra en ser trans un comodín para ser alguien en la comunidad, en el grupo. Un comodín que le sirve para que ninguna de sus afirmaciones pueda ser discutida, que le garantiza que todo el mundo va a tener que darle la razón en todo momento. Esto en los niños se ve incluso más por el tratamiento que reciben en los medios de comunicación. No hay una mirada crítica.

Son habituales los problemas con la familia cuando el menor se declara trans, pero, para el resto de la sociedad “la transición es tomada como un motivo de celebración”, comentan en el libro.

Es muy fácil ser progre cuando el que se medica es el hijo de los demás, cuando el que va a convertir su cuerpo sano en un cuerpo enfermo, o se va a operar, no es tu hijo. Es una ocasión para demostrar lo avanzado o vanguardista que eres. Pero cuando le sucede a tu propio hijo descubres que a lo mejor habría que actuar de una forma más prudente, y no es tan motivo de celebración. Los padres se encuentran terriblemente solos en esta situación. Ellos están muy preocupados y a su alrededor todo el mundo les anima a que tiren hacia adelante y se alegren de lo que ha ocurrido. Por eso, cuando entran en contacto con asociaciones como Amanda (amandafamilias.org), se encuentran muy aliviados de encontrarse con quienes están pasando por lo mismo y los entienden perfectamente.

© José Errasti

En algunos países de nuestro entorno, como Finlandia, están dando pasos atrás en relación a las terapias médicas y cirugías y no se permiten hasta los 25 años. ¿Cree que es una edad adecuada en cuanto a madurez psicológica?

En los países nórdicos, que fueron los pioneros en estas cuestiones, ya se está reculando. En Finlandia han reducido la hormonación a mayores de 25 años, que es el momento en que, según la neurología, el cerebro termina de formarse. Pero también Suecia la semana pasada declaró que se prohibía la intervención médica sobre los menores hasta los 18 años, y también Inglaterra, a raíz de un escándalo, cerró un hospital y revisó todos sus protocolos frente a la disforia de género y en este momento también considera que el enfoque farmacológico es inadecuado y que solo debería aplicarse en casos muy concretos y con una supervisión muy especial.

En América no es así, porque el lobby de las farmacéuticas es muy poderoso, pero todos los países que nos precedieron en Europa están yendo hacia atrás y es una pena que nosotros avancemos en esa dirección.

Nosotros no descartamos que, tras un análisis del caso, resulte que la mejor intervención posible y la mejor forma de ayudar a esta persona que está sufriendo una disforia de género sea la intervención médica. Pero nunca siendo menores de edad y no por la mera petición de ser hormonados, sino tras una exploración en cada caso. En la ley actual basta con la mera petición de un adolescente de 16 años para que pueda hormonarse. No se le puede negar. Es obligatorio aplicar un enfoque afirmativo y nosotros entendemos que eso es una imprudencia médica y psicológica. Hay casos en que la intervención médica será lo mejor, pero eso hay que determinarlo tras una exploración y una evaluación y no por la mera petición de los adolescentes.

Este enfoque que manifiesta es compartido por sociedades médicas españolas como la Asociación Española de Pediatría y la Asociación de Psquiatría Infantil, entre otras.

Hace falta intervenir como se interviene en cualquier juicio clínico con respecto a cualquier cosa. El médico no es un dispensador de fármacos que te proporciona los medicamentos que tú le pides, ni el paciente es un cliente al que hay que darle siempre la razón y lo que está pidiendo. En las páginas transactivistas te dan consejos acerca de lo que hay que decir a los médicos. El 87% de las chicas que consultan en el Servicio Catalán de Disforia de Género salen con la receta de testosterona en la primera consulta. Entendemos que esto es una imprudencia inaceptable. No descartamos que haya un porcentaje en que, tras la exploración, el clínico diga que la mejor forma de afrontar esa disforia es la transición farmacológica, pero para eso hace falta una exploración previa.

En el libro se habla de una realidad que se suele producir y es la puesta sobre la mesa de la posibilidad de suicidio si los padres no aceptan la transición. “Mejor un hijo trans que una hija muerta”, recogen. ¿Cómo abordarlo?

Es una frase demoledora para cualquier familia. Deja a los padres devastados y aceptan cualquier solución que se les pueda estar planteando. La condición trans o la disforia de género no tienen tasas más altas de suicidio que otros problemas de la juventud, como los trastornos de la alimentación, la ansiedad… Sin negar que estamos ante una situación difícil, pues sí hay índices más altos de suicidio que en la población general (sin problemas), no es justo presentarlo como que si no aceptas lo que te dice tu hijo se va a suicidar. A los padres debe dárseles una información veraz y rigurosa, pues esta amenaza del suicidio se utiliza a veces para justificar una farmacología que luego los estudios señalan que, entre las personas que se someten a la transición farmacológica, en un medio o largo plazo las tasas de suicidio vuelven a los niveles previos.

En ‘Mamá, soy trans’  no recomiendan actitudes extremas, ni de oposición autoritaria ni de afirmación apresurada por parte de los padres. Su consejo es calma, firmeza y tranquilidad. ¿Cómo llevarlo a la práctica?

Las soluciones radicales (“esto es una tontería”, “no hay más que hablar”), como la afirmación sin más (“mañana mismo te compramos ropa nueva”) no son las ideales. En el libro se dan muchos consejos para abordarlo. Pero podrían resumirse en cuatro puntos. Por un lado, la sensatez. Para ayudar a nuestros hijos no tenemos que renunciar a la verdad. Discrepar de las ideas no es odiar. No odio a alguien por no estar de acuerdo con lo que alguien dice de sí mismo. No lo odio por eso, al contrario, con frecuencia implica amarle.

La segunda idea es la prudencia. Ante una intervención agresiva e irreversible, como es la médica, hay que tomar tiempo y hacer una espera atenta. En la adolescencia todo es urgente, inmediato, apresurado… Pero tenemos que poner tranquilidad y paciencia y ver cómo evoluciona, si lo que dice se mantiene unos meses después. No tomar decisiones apresuradas.

La tercera idea es la comprensión. Cuando un chico dice que es trans eso está significando cosas en su vida.  Hay que ver las motivaciones que busca el adolescente con ello:  ser alguien, unirse a un grupo, separarse de otros… ¿Por qué nos está diciendo esto? ¿En qué situación vital se encuentra para que esta sea la mejor salida que ve para sus intereses adolescentes?

Y la última sería el respeto, que no tiene nada que ver con decir que sí y dar siempre la razón. El respeto implica valorar lo que se nos está contando, darle la oportunidad de que nos convenza y de que nos escuche. El respeto supone tener una relación racional donde las personas podemos expresarnos libremente, pero sin que eso implique darnos las razón.