Influimos mucho más de lo que creemos en nuestros hijos. Padres y madres son sus grandes referentes, junto a otros adultos de la familia y a sus profesores, lo que significa no solo que somos su ejemplo a seguir, sino también que nuestras palabras son para ellos verdad absoluta. Por mucho que nos lleven la contraria más a menudo de lo que cabría esperar, por muchas rabietas que tengan… interiorizan todo aquello que decimos y hacemos, y aunque parezca que no nos prestan atención, observan. Esto puede conllevar consecuencias muy favorables para ellos, pero también a otras muy perjudiciales.
“Eres muy torpe, sabía que se te caería”, ¡Ah, y portate bien, ¿eh?, Este niño siempre está rompiendo el ritmo de la clase y se esfuerza muy poco... Este tipo de argumentos, más comunes de lo que pensamos, están detrás del Efecto Golem”, advierte Tania García-Medina, neuroeducadora, docente y asesora educativa (@somosdidea). “Se trata de un fenómeno psicológico que también se conoce como Pigmalión negativo y lo que viene a demostrar es cómo las bajas expectativas de una persona hacia otra influyen de forma negativa sobre ella”.
Así, del mismo modo que el efecto Pigmalión puede impulsar de manera asombrosa todo el potencial en los niños, el efecto Golem da lugar a todo lo contrario: apaga toda posibilidad de deslumbrar. Uno y otro caso son extremos opuestos de lo que se conoce como profecía autocumplida, “es decir, que si la persona que educa está convencida de que alguien es, por ejemplo, torpe o conflictivo o que se le dan mal las matemáticas, pues voilá: tiene bastantes papeletas para que así sea”.
“Cuando estamos en posición de influir en alguien, en este caso como educador o educadora, debemos ser conscientes de que nuestras creencias condicionan la manera en la que nos relacionamos con los alumnos y alumnas, con nuestros hijos e hijas”. Las consecuencias pueden ir mucho más allá de que se pueda cumplir un determinado axioma, puesto que una afirmación sobre un aspecto de la personalidad o sobre una capacidad concreta de un niño suele enmarcarse dentro de un concepto mucho más genérico sobre el niño en cuestión.
Eso tendrá relación directa con el propio autoconcepto que el pequeño se forme de sí mismo y en su visión de aquello que es capaz de lograr (en lo que al efecto Golem se refiere, de aquello que no es capaz). “Debemos comprender que ese pensamiento, si es negativo, limitará su potencial e influirá en su rendimiento y, como consecuencia de esto, se verá afectada su autoestima y su autoconcepto: como pienso que se le dan mal las matemáticas, le pongo retos sencillos”.
Esto, a su vez, supone algo que no tiene tanto que ver con la psicología como con la lógica: con retos más sencillos, “no avanza ni profundiza en sus aprendizajes, y se da cuenta que no va al nivel de sus compañeros y compañeras y empieza a sentir que no puede, que no es capaz”. De este modo, “ya tenemos la bola de nieve rodando por la ladera, haciéndose cada vez más y más grande”. La profecía empieza a cumplirse.
Cómo evitar condicionar a nuestros hijos mediante el efecto Golem
“Lo principal es observar y analizar el contexto en el que se desenvuelve el niño o la niña, ser conscientes de qué mensajes reciben de nosotros. ¿Son mensajes desde el juicio y nuestra creencia negativa o son desde el respeto?”, explica la neuroeducadora. Cuando los adultos tenemos muy interiorizado determinadas fórmulas del lenguaje, determinada forma de describir una misma realidad, no resulta sencillo cambiarlo y hablar desde un enfoque positivo .
Sin embargo, hacerlo es esencial tanto para ayudar a desarrollar todo su potencial como para su bienestar emocional . “Indudablemente el efecto no es el mismo si decimos es que es un desastre en el cole, no vale para estudiar, siempre está de mal humor; que decirle: he observado que últimamente está siendo duras para él este tipo de tareas”. Son formas radicalmente opuestas de referir una misma situación.
También es importante que padres y madres analicen aquello que sus hijos expresan sobre sí mismos “en base a cómo se perciben”, tal y como recomienda García-Medina: “no soy capaz, soy un desastre, siempre lo hago todo mal... Si se trata de mensajes centrados en etiquetas y creencias negativas, al final su capacidad de reacción estará limitada, se verá arrastrado a un malestar emocional que le influirá en prácticamente todas las facetas de su vida”.
Por eso, en cuento empecemos a darnos cuenta de que se está produciendo esta situación y que tanto sus adultos de referencia como ellos mismos emiten este tipo de mensajes, es muy importante tomar medidas para procurar revertir el efeto Golem lo antes posible. Pero… ¿cómo?
¿Es posible revertir las consecuencias del efecto Golem en los niños?
“Te sorprenderías de la rapidez con la que se observan resultados positivos cuando los adultos que acompañamos a niñas, niños y adolescentes comenzamos a ser conscientes de la enorme influencia que tenemos sobre su desarrollo” y, del mismo modo, “el poder que tiene cambiar esas creencias negativas por altas expectativas”, asegura la experta. “Cuando espero lo mejor de los demás, el camino para que lo consigan estará allanado”. Debemos buscar, por tanto, el efecto Pigmalión, “justo el efecto contrario a Golem”.
Lograrlo, como decíamos, no es tarea fácil. Implica un cambio de mentalidad que debe producirse en primer lugar en el adulto para que posteriormente puede generarse en el niño. Para lograrlo, Tania García-Medina nos expone un reto que propone a las familias con las que trabaja que se encuentran en esta situación: “empezar a observar y analizar las fortalezas de sus hijos e hijas y transformar las debilidades y desafíos en peticiones de ayuda que atender desde el respeto, la firmeza y la amabilidad”. Poco a poco, esto nos irá “alejando del lado oscuro desde el que solo vemos lo negativo”.
“Si además conseguimos inculcar en los niños y niñas una mentalidad de crecimiento, la idea de que nuestras habilidades y capacidades pueden mejorar con entrenamiento y de que el error forma parte del aprendizaje, habremos conseguido una buena base para el desarrollo”.
- Proporcionarles herramientas frente a las etiquetas.
Por mucho que padres y madres hayan conseguido ese enorme paso de alejarse de esa visión negativa, las etiquetas de otros adultos (y, por qué no, de otros niños) pueden seguir rondando en torno a sus hijos. Ante ello, lo que debemos hacer es procurar proporcionarles herramientas y, por supuesto, aportar a los demás siempre nuestra visión positiva sobre ellos: “si alguien le dice a nuestro hijo tienes pinta de ser malote, respondemos con un se sorprendería con lo que colabora en casa, siempre dispuesto a ayudar a los demás”.
“Que los niños y niñas también comprendan que lo que los demás piensan de ellos mismos no les define como persona es un buen escudo ante las etiquetas” y el mejor aliado de su autoestima. “Defenderlos de esas etiquetas desde las fortalezas les empodera y autoafirma”.