Carmen Esteban es psicóloga sanitaria especializada en la etapa perinatal,
Carmen Esteban es psicóloga sanitaria especializada en la etapa perinatal, infantil y adolescente. Además, hace una labor divulgativa en redes sociales desde Instagram, donde es @mipsicologainfantil.
Acaba de publicar su nuevo libro, Educar con paciencia (Ed. Espasa), donde aporta las claves para ayudar a los hijos en su gestión emocional y destaca cómo han de enfrentarse los padres a esa crianza más paciente. Hemos charlado con ella para que nos descubra cómo hacerlo.
Revelas en tu obra que la educación de las emociones comienza desde mucho antes de la cuna, ¿qué se debe tener en cuenta para hacerlo adecuadamente?
Un aspecto muy importante a tener en cuenta en la educación emocional es nuestra historia personal y familiar. Para mí debería ser un servicio público que hubiera clases de preparación emocional a la maternidad. Nuestros miedos, traumas, fracasos, fantasmas... impactan directamente en cómo gestionamos nuestras emociones como mamás y papás y también las de nuestros hijos. Está claro que no podemos cambiar nuestro pasado ni nuestra historia, pero lo que sí podemos cambiar es tomar conciencia de cómo actuamos y analizar si pudiera estar influenciado por nuestra historia.
Por ejemplo: familias que han pasado por muchas dificultades antes de lograr tener un bebé suelen tener conductas más ansiosas o sobreprotectoras hacia sus hijos. No podemos cambiar la historia por la que han pasado, pero estos padres sí pueden tomar conciencia de la sobreprotección que están ejerciendo y trabajar sus propios miedos e inseguridades para permitir que su hijo logre ser más autónomo.
Hay muchas situaciones que desgastan la paciencia de los padres, ¿qué se debe hacer cuando se encuentran superados por las circunstancias?
Dos palabras: autoescucha y autocuidado. Muchas personas creen que ser una buena madre o un buen padre es anteponer a tu hijo ante cualquiera, e incluso ante ti. Pero nos olvidamos de que las madres y los padres son el motor de los hijos y que si ellos se queman, el hijo no avanzará.
Por eso, es importante autoescucharse y autocuidarse y digo “auto” porque lo que los demás nos dicen que va bien es lo que a los demás les va bien, pero no necesariamente lo que a uno le viene bien. ¿Qué necesito? ¿Qué puedo cambiar o modificar para estar un poco más cerca de ese objetivo?
Para algunas familias la respuesta será más tiempo para mí. Para otras, la respuesta será más tiempo de calidad con mi hijo. Y ambas respuestas están bien si es lo que uno necesita.
A veces pretendemos que el niño responda como si fuera más mayor, pero su desarrollo no se lo permite, ¿cómo acompañar esa evolución de la mejor forma?
A mí me gusta comparar la niñez con el primer año de carnet de conducir que somos conductores nóveles y tenemos que llevar la ‘L’. Esa letra hace referencia a la palabra inglesa learning, que significa aprendiendo. Todos hemos estado en esos primeros meses de conductores y lo hemos pasado regular. Las primeras veces, los primeros choques o ralladas al coche, el primer parking estrecho... Los niños son noveles en esto del ser persona, la diferencia es que necesitan algo más de un año para ser autónomos.
La única forma de poder acompañar su evolución de la mejor forma es comprendiendo que están aprendiendo y que nosotros somos sus entrenadores.
Hablas en el libro de la “indefensión aprendida”. ¿En qué momentos el bebé o el niño llegan a ella?
La indefensión aprendida es un estado psicológico en el que la persona ha aprendido que no puede cambiar algo porque en algún momento no pudo. Es decir, el cerebro del bebé o del niño interpreta que, por mucho que haga, no va a poder cambiar una realidad que le está generando angustia. Podemos observar esto en niños y bebés que viven situaciones de maltrato tanto físico como emocional.
Hubo un tiempo en el que se extendió entre las familias un método, muy dañino, que consistía en enseñar a los niños a dormir solos a base de dejarles llorar. ¿Por qué fue tan y sigue siendo tan popular? Porque funciona. Sí, funciona. Pero no porque aprendan a dormirse solos sino porque aprenden que en situaciones de ‘peligro’ o estrés nadie va a ayudarles y dormirse es un mecanismo de defensa que les desconecta del entorno. ‘Lloran una o dos noches y después nunca más’, dicen muchas de las familias que han practicado este método. Claro, no vuelven a pedir ayuda porque su cerebro entiende que gastar energía en algo que no va a tener un resultado no tiene sentido.
Otro de los métodos muy típicos que llevan a que los niños se sientan indefensos es la famosa técnica de ‘ignorar las rabietas’. ¿Cómo te sentirías tú como adulto si en un momento difícil las personas que más quieres te ignorarán? Quizá para nosotros, como adultos, el motivo de la rabieta de un niño es una tontería, pero para ellos no lo es y necesitan ser contenidos para poder llegar a calmarse.
A menudo, los padres proyectan en sus hijos sus deseos y sus miedos, ¿qué efecto tiene esto en los niños?
La proyección psicológica es un mecanismo de defensa que todos tenemos a través del cual atribuimos a otras personas nuestras propias emociones y carencias porque somos incapaces de enfrentarnos a ellas. Sería como ver el mundo a través de un espejo sin ser consciente de nuestro propio reflejo.
Esto podemos verlo en padres y madres que presionan a sus hijos a que hagan un determinado deporte porque ellos fracasaron en este, que exigen notas muy buenas porque ellos no tuvieron oportunidad de estudiar o que les trasladan sus propias inseguridades sociales porque quizá cuando eran niños lo pasaron mal en el colegio.
El efecto que esto tiene en los niños es que impide al niño desarrollar su propia identidad. Los hijos no son nosotros ni nosotros somos nuestros hijos. Desde que nace un niño es muy común tratar de ver parecidos: ‘Es igualito que su abuelo’ o ‘Tienes el carácter de tu madre’ o ‘Tiene el gusto de su padre’... Todos estos mensajes los niños los escuchan, los procesan y los integran y afecta al desarrollo de su identidad y autoestima. Mediante la proyección no se escuchan las necesidades de los niños y esto puede generar, además, mucha frustración e impotencia.
¿En qué se basa el concepto de ‘ventana de tolerancia emocional’ y cómo aplicarlo con los hijos?
La ventana de tolerancia es un concepto creado por el doctor Dan Siegel con el objetivo de explicar el manejo y el control de las emociones. Para entenderlo es importante que visualicemos dos líneas paralelas. Cualquier emoción que se encuentre dentro de estas dos líneas paralelas se encuentra dentro del margen de tolerancia y son emociones que están controladas y que nos ayudan a adaptarnos al medio.
Por ejemplo, si mi hijo está pintando la pared de casa eso me va a activar emociones como el enfado y la sorpresa y estas me van a ayudar a que yo me dirija a mi hijo y le expliqué por qué no debe pintar en la pared y ofrecerle un papel. Hasta aquí todo bien, si ahora mi hijo vuelve a pintar la pared quizá la intensidad de mi enfado aumente y se salga del margen de tolerancia, es decir, pierdo el control de mi emoción. Esto puede traducirse en un grito o en un mal gesto a la hora de quitarle las pinturas. Seguramente, cuando la intensidad de mi emoción baje y vuelva a estar controlada me sentiré mal y pensaré: ‘Es solo un niño, no debería haberle gritado’. Aquí estaríamos en nuestra zona de hiperactivación.
También puede pasar al contrario, puede pasarnos que en la crianza muchas mamás y papás se sientan bloqueados y se desconecten de su propio entorno. El típico día que estás agotada y pasas de todo y te da igual que tu hijo no recoja o no se coma la cena. Y cuando llegas a la cama y piensas dices: ‘Debería haber estado más pendiente”. En este caso estaríamos en la zona de hipoactivación.
Esto nos pasa a todos, lo importante aquí son dos cosas:
- Cada uno tiene un margen de tolerancia diferente y es importante aprender qué actividades me ayudan a volver a mi centro (esperar unos segundos antes de reaccionar, ir al baño y lavarme la cara, hacer deporte, respirar, escuchar música, dormir más, pedir ayuda, retomar algún hobby...).
- Los niños tienen un margen de tolerancia estrecho (por eso pasan de 0-100 muy rápido con sus emociones) y es importante que nosotros, los adultos, les ayudemos a volver a su centro. Ellos se autorregulan a través de nosotros. Ni rincón de pensar ni ignorarles, lo que realmente les enseña a controlar sus emociones es que nosotros estemos ahí para ellos, les abracemos, cojamos en brazos o simplemente esperemos en silencio a su lado hasta que nos busquen.
Dices en el libro que “los adultos vivimos obsesionados con castigar o marcar límites a los niños”, ¿cómo no caer en ello?
Yo soy muy partidaria de marcar límites a los niños, pero una cosa es marcar límites y otra muy diferente es no dejarles respirar y puntualizar cada error que cometan. Imaginate que tu pareja en casa o tu jefe en el trabajo estuvieran señalando cada error que cometes, ¿No sería asfixiante? Yo tardaría bien poco en salir de ahí.
Esto no significa que no debamos corregir a los niños, claro que sí, pero podemos hacerlo verbalmente en una conversación corta o simplemente preguntándoles a ellos: ‘¿Qué ha pasado? ¿Cómo crees que has actuado? ¿Cómo te hace sentir? ¿Qué puedes hacer la próxima vez?’.
¿Qué características deberían tener los padres que saben educar con paciencia?
Ser padres con ganas de aprender de sus errores. La paciencia no es algo con lo que uno nace, más bien al contrario. Un ejemplo claro está en lo nerviosos que se ponen los bebés cuando quieren tomar leche, se ansían muchísimo hasta que les dan de comer. ¿Y un niño de 3 años cuando va en el coche y quiere llegar a su destino? ¿Cuántas veces es capaz de preguntar cuánto falta para llegar? Estos son solo algunos ejemplos que nos demuestran que la paciencia es algo que se puede entrenar y aprender, pero para ello hacen falta ganas y motivación.
También hace falta padres que entiendan que la educación respetuosa es una inversión a largo plazo y que los resultados a corto plazo solo se van a obtener mediante métodos que se basan en minimizar o asustar a los hijos. Obvio que yo hago caso a mi padre, a mi jefa o a mi vecino si me amenaza con quitarme lo que más quiero. ¿Pero acaso hay una relación de respeto? No. Hay una relación basada en el miedo. Lo bonito de la crianza respetuosa es que tu hijo te escucha y hace caso a lo que le dices porque confía en ti, pero, claro, la confianza es algo que requiere tiempo... y paciencia.