Un hijo o una hija ‘perfecto’ que siempre se comporta de manera adecuada, que saca buenas notas, que agrada a todo el mundo… Es como todo padre o madre se imagina a su retoño cuando aún es un bebé y la meta en la que se centra gran parte de la crianza y, sin embargo, hay un ‘pero’. Esa perfección puede entrañar una serie de consecuencias muy nocivas para el niño o la niña a medida que van creciendo y que les pueden acompañar el resto de su vida. Pueden desarrollar el conocido como el síndrome de ‘la niña buena’, que se da en niños y niñas (así como en adolescentes y adultos) “que tienen dificultades para poner límites, para confrontar o para defenderse porque desde pequeños su valía fue puesta en su bondad”, explica Alejandra de Pedro, psicóloga sanitaria y directora del gabinete que lleva su mismo nombre en Madrid (@adp.psicologa).
No se trata de “ningún trastorno reconocido por ningún manual diagnóstico, sino que es más bien un término que hemos acuñado para reconocer una serie de características y problemáticas que se dan en algunas personas” y que pasan por una complacencia desmesurada a los demás que les lleva a ponerse a sí mismo en último lugar. Y el origen de todo está en la infancia, en las etiquetas que, sin darnos cuenta, los adultos ponemos a los niños.
“Si nos damos cuenta, tildamos a algunos niños de ‘buenos’ prácticamente desde el momento que nacen: qué bueno es este bebé, que no llora, qué bien duerme, es un santo… Y no es que sea malo decir esto ni que el bebé se vaya a acordar de esto, lo que sucede es que a los padres y a los familiares se les queda esta etiqueta”, detalla la psicóloga. “Ese niño que no llora, se convierte en el niño que come bien, luego en el colegio es el niño que no se pelea con nadie, que no tiene berrinches apenas… y así sucesivamente”. El problema viene de que siempre se le repiten al niño los mismos mensajes, tanto en casa como en el colegio, y el elogio siempre gira en torno a su buen comportamiento.
El estilo de crianza, clave en la aparición del síndrome de ‘la niña buena’
Hoy en día la mayoría de padres y educadores tienen más que claro que los castigos y las amenazas no sirven en la crianza y en la educación, pero lo que no es tan evidente es que “el exceso de refuerzos también puede ser problemático”. En lo que se refiere al síndrome de ‘la niña buena’, es contraproducente dar la enhorabuena a nuestro hijo y celebrar cada vez que hace algo bueno por los demás, especialmente en niños que ya de por sí actúan de manera adecuada en este sentido.
La consecuencia directa de eso en no pocos casos es que llegan a autoconvencerse de que sus adultos de referencia los quieren porque son buenos y se portan bien. “Se forma una asociación tan potente, que luego nunca llegan a contrastar esa hipótesis, nunca llegan a cometer el fallo”. De este modo, “terminan por creer que son queridos por lo que hacen y no por lo que son”.
Por otro lado, el mismo hecho de haber sido siempre tan elogiados -sobre todo, en lo que se refiere a su bondad y al plano académico-, les impide buscar resultados por sí mismos, sino que lo hagan por los demás, por lo que “se vuelven muy dependientes de la valoración externa y muy sensibles a las críticas ”. El resultado es una baja autoestima, pero también puede relacionarse con relaciones perniciosas que los haga en el futuro también dependientes de amigos o parejas que no los traten como merecen. De ahí que sea muy importante estar atentos e identificar las primeras señales de alerta con el objetivo de revertir la situación lo antes posible porque, en este caso, el papel de los padres es el más importante para lograr cambios.
‘¿Mi hija o mi hijo tiene el síndrome de la niña buena?’
Como decíamos anteriormente, las características de una persona a la que se atribuye este síndrome comienzan en la infancia y puede arrastrarlas para siempre. Por tanto, hay que cambiar el estilo de crianza lo antes posible en lo que al exceso de refuerzo y a las etiquetas se refiere en cuanto empecemos a percatarnos de que algo ocurre. Estos son los signos de alarma más evidentes:
- No sabe decir que no. Esa necesidad de complacer siempre a todo el mundo les lleva a ser incapaces de decir que no, a rechazar planes o propuestas por mucho que les disguste la idea (lo que se puede extrapolar a las relaciones, que en ciertos casos se vean obligados a mantener aunque no les hagan bien).
- Inseguridad desmesurada que le dificulta enormemente tomar decisiones, especialmente cuando sus intereses o necesidades chocan con lo que se espera de ellos.
- Sentimiento de culpa. Surge en las pocas ocasiones que se anteponen a sí mismos y deciden actuar en función de lo que verdaderamente desean, lo que les hace sentir egoístas.
- Muy exigente consigo mismo. Cumplir e incluso superar las expectativas que los demás tienen de ellos los hace excesivamente autoexigentes, lo que suele implicar una importante carga mental y, en ocasiones, incluso física.
- No sabe pedir ayuda cuando la necesita. “Se vuelve muy invisible y sus problemas son también invisibles porque aparentemente está bien”, precisa Alejandra de Prada. “Esa niña o ese niño callado, que no pide nada, que todo le parece bien, que nunca da problemas… ¿qué problema va a tener, si no lo muestra?”. Al final, antes o después, “pasa muy desapercibido porque acostumbra a no pedir ayuda”.
¿Qué pueden hacer los padres para que su hijo se deje de sentir así?
Para revertir la situación y modificar esos pensamientos y emociones, se podría decir que el papel más importante lo desempeñan los padres y otras figuras de referencia de los niños. El origen está en ellos y es ahí donde hay que hacer los cambios pertinentes. Es posible hacerlo con éxito, si bien no siempre es fácil.
La clave es aprender a diferenciar la conducta de la persona, hacerles entender que los queremos igual independientemente de sus comportamientos, que no se les va a querer menos cuando no se porten tan bien como acostumbran o cuando no cumplan las expectativas. Efectivamente, se trata de una tarea complicada, puesto que el objetivo de los padres es hacerles entender qué comportamientos son reprochables y no deben hacer y, al mismo tiempo, reforzar los adecuados. Una manera sería, “por ejemplo, si se han portado mal, de algún modo, transmitirles el mensaje de ‘No me gusta que te portes así y no estoy de acuerdo con esto que has hecho, pero sigo estando aquí y te seguiré queriendo igual”.