“El juego es una realidad impulsora del desarrollo mental del niño”, decía Lev Vigotsky, uno de los grandes exponentes de la psicología del desarrollo. De hecho, en la actualidad casi todas las pedagogías dan un papel cada vez más destacable al enseñar de manera lúdica o, al menos, a propiciar un ambiente que predisponga, sobre todo a los niños más pequeños, al aprendizaje. Una de las estrategias que más se están empleando en los últimos años es el ABJ o Aprendizaje Basado en Juegos, que tiene su origen en el Game-Based Learning (GBL) inglés y que consiste precisamente en eso, en aprovechar los juegos de mesa como recurso educativo en el aula.
“A menudo no nos paramos a pensar en los beneficios que proporcionan los juegos de mesa”, indican Pilar Gómez, Maria Jesús Pérez y Carol Coleman, miembros del Student Support Team de The British School of Barcelona. “Puede sorprender que esos juegos que estamos acostumbrados a ver por casa y que están diseñados para entretener, pueden convertirse en herramientas que apoyan el desarrollo social y académico y causar un impacto positivo de múltiples maneras y a cualquier edad”.
Beneficios de los juegos de mesa para los niños
Los beneficios que los juegos de mesa aportan al desarrollo y al aprendizaje de los niños tanto en clase como en casa son incontables. Entre ellos, destacan los siguientes:
- Aprendizaje temprano. Ofrecen oportunidades únicas de aprendizaje temprano, tal y como señalan las expertas, porque “hasta los juegos más simples ayudan a identificar colores, contar casillas y desarrollar la coordinación psicomotora al mover las fichas por el tablero”
- Habilidades sociales. “Son una buena manera de empezar a trabajar con los más jóvenes habilidades sociales importantes, como la toma de turnos o seguir las reglas”. La dinámica del juego promueve “la competencia sana entre pares, lo que ayuda a construir relaciones sólidas”, al tiempo que proporciona “oportunidades de comunicación cuando se juega en grupo”. Además, es importante apuntar que “también están vinculados al desarrollo de la inteligencia emocional, ya que ayudan a trabajar la paciencia y a gestionar las emociones como, por ejemplo, la frustración, al entender que no siempre se puede ganar”.
- Habilidades funcionales. “Al participar en juegos de mesa los jóvenes desarrollan habilidades funcionales que necesitarán a diario en el mundo real, como la solución de problemas, la memoria de trabajo, el uso de estrategias, el pensamiento creativo y la comprensión y el análisis de información”.
- Habilidades cognitivas. “Jugar es ejercicio para el cerebro”, subrayan las pedagogas. “Al jugar, practicamos habilidades cognitivas esenciales. Por ejemplo, los juegos de mesa que requieren de estrategia ayudan a desarrollar el lóbulo frontal del cerebro, que es el responsable de las funciones ejecutivas que incluyen planificar, organizar y tomar buenas decisiones”. Por tanto, podemos concluir que “los juegos ayudan a desarrollar la concentración, la memoria, la creatividad y la agilidad mental”.
- Aprendizaje de materias. “También pueden ser una buena forma de ayudar a niños y niñas a reforzar ciertas áreas de aprendizaje”. Así, por ejemplo, se pueden emplear juegos que ayuden a ampliar vocabulario con el objetivo de desarrollar las habilidades lingüísticas “o si se les está resistiendo la comprensión lectora, ayudará jugar a juegos que involucren acordarse de varias piezas de información simultáneamente… ¡y todo ello divirtiéndose y jugando!”.
¿Cómo se produce este aprendizaje y cómo se adquieren estas habilidades?
Recurrir al juego como herramienta educativa es una estrategia más que eficaz para afrontar algunos de los problemas de aprendizaje más habituales en las aulas, como la falta de atención. Los alumnos están más motivados, lo que les hace esforzarse más y les ayuda a aumentar su capacidad de atención. A eso hay que sumar que al “reducir el tiempo que el alumnado está pasivo mientras el profesor habla”, se implica de manera activa en el aprendizaje.
Por otro lado, los profesores ponen “el foco en las interacciones entre alumnos y alumnas” y al ofrecer también “una variación a la estructura tradicional de las lecciones”, fomentan aún más la motivación. Todos estos factores ayudan directamente a que el aprendizaje sea significativo y, en consecuencia, favorecen un mayor rendimiento académico.
Apoyo emocional más allá del aprendizaje
Las horas de recreo son, por lo general, el momento más esperado del día para la mayoría de los alumnos, pero es fundamental ser consciente de que no es así para todos. “Nos dimos cuenta de que había algunos alumnos y alumnas a los que les podían llegar a abrumar las horas del patio en las que coinciden un número mayor de niños y niñas, las actividades son menos estructuradas y hay que navegar en las, en ocasiones, complejas relaciones de amistad”, comentan Gómez, Pérez y Coleman.
“Decidimos crear espacios designados con una amplia gama juegos de mesa a los que podían acceder los alumnos durante las horas del patio y muy pronto se evidenció que estos espacios ayudaban a los alumnos y alumnas más nerviosos o tímidos a interactuar más fácilmente”. El motivo es que, al ser más estructurados “los juegos de mesa proporcionan un contexto en el que los niños y niñas saben lo que se espera de ellos y facilitan la comunicación y la charla al tener un objetivo común”.
Al favorecer la adquisición de habilidades y competencias sociales, “como la comunicación, la colaboración, la flexibilidad, la atención y el saber perder”, se fomentan también el desarrollo de “relaciones positivas, resolver conflictos, participar en actividades de grupo, trabajar en equipo, gestionar las emociones y autorregularse”, todas ellas, “habilidades críticas para la vida adulta”.
“Y no menos importantes están los beneficios a nivel de bienestar emocional”, puesto que los niños se divierten jugando a juegos de mesa. “Al estarse divirtiendo y compartiendo experiencias con los demás, se liberan endorfinas lo que, a su vez, mejora funciones mentales conscientes e inconscientes, creando sentimientos de felicidad, compasión y satisfacción”.