Pasar por la adolescencia es un gran reto familiar para el que no siempre estamos preparados, lo que lleva a cometer errores y provoca un distanciamiento doloroso entre los progenitores y sus hijos.
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Te necesito aunque no lo lo parezca (Ed. Grijalbo) es el nuevo libro de Sara Desirée Ruiz, diplomada en Educación Social y especializada en adolescencia. En él detalla una serie de recursos para acompañar a los adolescentes y para potenciar su autoestima. Hemos hablado con ella.
La adolescencia es una etapa de transición e intensas transformaciones, ¿cómo acompañar a los hijos que pasan por ella para que sean protagonistas de su propio desarrollo?
La adolescencia es una etapa de transición que cursa con grandes cambios neurobiológicos, psicológicos, cognitivos, físicos… Si no nos preparamos para ella, hace que se experimente ‘de repente’ una sensación de pérdida muy profunda que puede llegar a ser muy dolorosa. Si no se han ido identificando las señales que han ido avanzando la nueva etapa, se puede tener la percepción de que todo ha pasado de un día para otro. Se produce una sensación, ampliamente compartida por muchas familias, de que ‘es una persona diferente’.
Cuando dejan de querer pasar tiempo con la familia, cuando se encierran en su cuarto, cuando replican, cuando ponen en tela de juicio lo que nunca antes habían cuestionado, cuando empiezan a experimentar con su aspecto físico, a experimentar con sus amistades… Cuando se siente la pérdida del control y se interpreta que las personas adolescentes van a su aire y quieren hacerlo todo ‘a su manera’ se produce una desconexión que puede deteriorar mucho la convivencia y las relaciones familiares.
Es básico entender que es una etapa de grandes cambios que no dependen para nada de las personas adolescentes, que no pueden controlarlos y que necesitan más que nunca a personas adultas preparadas a su lado que sepan qué les pasa y cómo acompañar lo que viene. Es decir, vamos a tener que aprender, igual que aprendimos en la infancia, a hablarles y a tratarlas como necesitan en esta nueva etapa de su ciclo vital. También habrá que aprender cómo podemos poner límites sin descuidar la relación y sin faltar al respeto, cómo ayudarlas a tomar mejores decisiones, cómo acompañar las relaciones, las emociones, a detectar los indicadores de riesgo…
A pesar de todo lo que hay por aprender, no conviene saturarnos de información en la búsqueda de la perfección. Buscamos un acompañamiento humano, con sus momentos de perder los nervios y de pedir perdón, con su vulnerabilidad y sus incoherencias. La idea es favorecer al máximo su desarrollo para que puedan llegar a su vida adulta de la mejor manera posible, con los mayores recursos posibles, capaces de resolver las diferentes situaciones que la vida les va a ir poniendo por delante.
Comentas en el libro que los adolescentes son más conscientes de sí mismos de lo que serán en otras fases de su vida, y que eso tiene influencia en su autoestima, ¿de qué forma?
La adolescencia es una etapa totalmente autoconsciente y egocéntrica porque necesitamos mirarnos hacia adentro para construir nuestra identidad. Eso no influye en nuestra autoestima por sí mismo, influye en tanto en cuanto nos ponemos en contacto con las valoraciones que hace nuestro entorno de nuestra imagen. Nos comparamos con las demás personas, descubrimos lo que supone ser como somos en el lugar en el que vivimos. Los mensajes de las personas con las que nos relacionamos son cruciales. Si en ese proceso nos encontramos con valoraciones negativas de nuestra forma de ser, de nuestros intereses, de nuestras preferencias, de nuestro aspecto… nuestra autoestima recibe un impacto. En esta etapa la autoestima es muy inestable, precisamente porque nos descubrimos por primera vez y empezamos a entender lo que significa ser como somos en el mundo en el que estamos.
Recomiendas un mantra para desarrollar la paciencia con los adolescentes: ‘No es personal, es cerebral’, ¿saben los padres responder ante los retos de sus hijos o más bien reaccionan?
Las madres y los padres suelen reaccionar a las conductas adolescentes más que responder a ellas. Esto suele pasar por varios motivos. Uno de ellos es que no entienden el origen de sus conductas y acostumbran a malinterpretar muchas de ellas. Sin preparación, sin entender que lo que les pasa es, en grandísima medida, resultado de esos intensos cambios que experimenta su cerebro, pueden desorientarse mucho y hacer cosas que no vayan a favor del desarrollo adolescente. Suelen responder con gritos, castigos, imposiciones… Todas esas reacciones están impulsadas por las emociones intensas que padres y madres sienten cuando contemplan las conductas adolescentes. Por eso es importante centrarnos en responder más que en reaccionar.
Normalmente, la persona que se queda sin recursos antes y que escala más rápido emocionalmente es la adolescente, por su momento de desarrollo, por eso muchas veces faltan al respeto, insultan, tiran cosas, dan portazos, pegan puñetazos a la pared o a los muebles… Necesitan que respondamos a sus conductas más que que reaccionemos y entremos en una espiral emocional de la que nos cueste salir. Para poder dar esa respuesta que vaya a favor de su desarrollo, tenemos que aprender a comunicarnos con ellas, entender bien la etapa, poner límites como necesitan que los pongamos en este momento… Para poder estimular su desarrollo tenemos que conocer cuáles son sus necesidades en este momento. Si no lo hacemos, seguiremos reaccionando y discutiendo constantemente.
En el libro resaltas cómo los padres deben ofrecer seguridad, apoyo, amor y orientación a sus hijos adolescentes. ¿Cómo prepararse para esa tarea tan importante?
Conociendo las características de la etapa, aprendiendo pautas y siguiéndolas en casa con la máxima constancia posible, de la misma forma que hicieron durante la infancia, nada más y nada menos. Las necesidades infantiles y adolescentes son diferentes, las etapas evolutivas son diferentes y, por lo tanto, requieren de una atención diferente. Esta es una etapa que puede llegar a ser muy exigente, donde los miedos son, si cabe, mayores porque los riesgos también son mayores. Siempre digo que nunca es pronto para prepararse para la adolescencia. Recomiendo a las familias que lean, que busquen formaciones con profesionales con formación y experiencia, que recuerden que las personas adolescentes las necesitan mucho aunque no lo parezca y que gracias al acompañamiento y la atención que den a esta etapa pueden mejorar mucho las condiciones de vida de toda la familia.
Dices que los padres deben mantenerse a una distancia prudente de sus hijos adolescentes, ¿cómo se calibra esa distancia?
No es nada sencillo y requiere de intención y esfuerzo. La distancia prudente es aquella que deja espacio para explorar, pero mantiene la atención constante mediante la observación. En esta etapa vamos a tener que observar sus estados de ánimo, sus conductas, estar atentas a los pensamientos que verbalizan, a las decisiones que toman, etc., sin intervenir a cada momento. Recomiendo intervenir cuando se detecta un riesgo y cuando se da una demanda de las personas adolescentes. Tenemos que entrenarnos para frenar nuestra necesidad constante de instruir, de aconsejar, de marcarles los pasos…
Las personas adolescentes necesitan explorar de forma autónoma en un marco lo más seguro posible. Para poder hacerlo necesitan sentir que confiamos en ellas y también tener claro lo que esperamos de ellas, por lo cual establecer límites claros y mantenernos firmes en ellos va a ser muy importante. Para acompañar en esa distancia prudente es importante entender que vamos a tener que ir cediendo el control progresivamente para que puedan desarrollar su autonomía y a la vez estar atentas para proponer ayudas si las necesitan, aunque muchas veces no las pidan ni las acepten.
¿Sabemos comunicarnos y dirigirnos a los adolescentes?
En general, no. En esta etapa aparecen todos nuestros fantasmas y solemos ponernos autoritarias. Los miedos nos secuestran con frecuencia, algo totalmente natural porque queremos protegerlas, y muchas veces nos empujan a hacer cosas que no las ayudan ni las dejan desarrollarse como necesitan en este momento. Solemos tirar de castigos, prohibiciones, discursos aleccionadores, reproches, amenazas... En una etapa tan sensible de nuestro desarrollo todas estas estrategias nada educativas no las ayudan a desarrollar habilidades para comunicarse de forma asertiva y poner límites, por ejemplo, dos ingredientes esenciales de la buena autoestima.
La comunicación con las personas adolescentes tiene que partir de la escucha y utilizar la reflexión y los acuerdos constantemente. La postura de personas adultas que lo saben todo no las ayuda y, además, las aleja de nosotras con lo cual nos resulta difícil acompañarlas desde ahí para que se autoprotejan y tomen mejores decisiones.
En la obra destacas que hay cinco bases importantes para el adolescente: la vida familiar; la vida vocacional, académica y laboral; la relación con otros adultos y con sus iguales; el cuidado de su salud y la relación con ellos mismos; ¿son todas igual de importantes?
Todas. Las personas adolescentes diversifican los entornos en los que se relacionan. Aparecen personas nuevas en sus vidas y, en el delicado proceso de construir su identidad y desarrollar su autoestima, todas estas personas en todos estos entornos tienen la posibilidad de generar impactos en su proceso. Por eso es tan importante que conozcamos mínimamente sus mundos y estemos atentas. Nosotras podemos ayudarlas a ordenar lo que les ha pasado en ellos, a discernir, a reflexionar y entender lo que les va sucediendo. Van a empezar a tener experiencias muy diversas que les van a provocar emociones intensas. Van a empezar a vivir cosas por primera vez y necesitan personas adultas a su alrededor que puedan entender lo que les pasa y ayudarlas a avanzar sin que lo que les pasa les deje huellas demasiado profundas.