La relación que se establece con el niño desde que nace hasta sus tres primeros años de vida, aproximadamente, se denomina ‘apego’, y son muchos los estudios que aseguran que el vínculo que se establece entre los papás o cuidadores principales y el pequeño durante ese tiempo, determinará su personalidad y comportamiento a lo largo de su vida. La crianza respetuosa, también llamada neurocrianza, se basa en la educación sin gritos, entendiendo al niño por qué actúa de determinada manera según la maduración de su cerebro, y de esta forma crear una mayor consciencia y menos desbordes emocionales.
La confianza, seguridad en sí mismo, la autoestima… son valores fundamentales en este tipo de crianza que, en la medida de lo posible, se realiza sin castigos, pero sí con consecuencias. Pero, ¿cuál es la diferencia entre una y otra? y ¿cuál es más efectiva y por qué? Para hablar de ello, hemos conversado con la psicóloga clínica y doctora en Psiquiatría y Neurociencia Cognitiva, Erika Proal, conocida en redes sociales como @mamaneurona y cabeza del proyecto @neuroingenia.
“La consecuencia es una acción que va relacionada con la acción del niño y lo más importante es que sea proporcional a lo que sucedió. El castigo no siempre es relacionado y muchas veces es desproporcionado”, nos cuenta. Por ejemplo, si un niño está tirando piedras en el patio, la consecuencia sería “si sigues tirando piedras tendrás que meterte en casa y no podrás seguir jugando en el patio”; mientras que el castigo sería: “Si sigues tirando piedra te quedarás toda la semana sin videojuego”, explica.
¿Cómo impacta el castigo en el cerebro de un niño?
En primer lugar, debemos saber que un castigo no debe hacerse a la ligera ya que este acto puede conllevar distintas consecuencias en el cerebro de un niño. Y es que, tradicionalmente, existen muchos mitos que rodean a los castigos en la infancia como, por ejemplo: si no castigas… ‘no se educa’, ‘hacen lo que quieren’, ‘nos manipulan’… entre otras muchas afirmaciones que están muy lejos de la realidad.
“El castigo al principio puede activar zonas de miedo por la amenaza y el niño, tal vez, dejará de hacer la conducta, pero no por aprendizaje sino por miedo. Esto hace que no se generen conexiones hacia la parte frontal o racional del cerebro de nuestros hijos por lo que muy probablemente volverán a cometer la acción”, sostiene la neuropsicóloga.
Pero lo que es peor es que, los castigos, poco a poco, “van encendiendo las zonas más emocionales causando mucha frustración y enojo por parte del niño, sin saber cómo manejarlo porque tienen un sentimiento de injusticia”.
Esto provoca varias reacciones, según nos cuenta la experta en neurocrianza:
- Empiezan a asumir que no pueden confiar en los adultos = injusticia, como decíamos.
- Sentir que quieren probar que ellos tienen la razón = empiezan a actuar de forma rebelde o desinteresada ante los ‘castigos’.
- Pueden empezar a pensar que son malas personas y que se lo merecen = esto afecta a la autoestima.
Y, entonces ¿cómo les impacta una consecuencia?
En la neurocrianza, una consecuencia “bien usada y acorde a la acción del niño genera carreteras cerebrales importantes”. ¿Qué quiere decir esto? “Cuando el padre hace pensar al niño que lo que hace tiene un impacto, está desarrollando su zona frontal de toma de decisiones y de medición de riesgo-beneficio de sus acciones”, asegura la neuropsicóloga. “Para mí, esto es lo más importante porque es lo que llamo la inteligencia para la vida. Aprender que cada acción puede tener una consecuencia ya sea positiva o negativa ”, prosigue.
Cuando enseñamos a un niño a experimentar una consecuencia, esta vivencia hará que esté más preparado y sea más tolerante en la adultez o en el momento en el que pueda surgirle algún problema a lo largo de su vida. ¡Eso sí!, para que una consecuencia sea buena o lógica tiene que tener dos o tres de estos componentes, nos dice la experta:
- Debe estar relacionada a la acción: es decir, que tenga que ver con lo que está pasando como en el ejemplo de “seguir tirando piedras en el jardín” y tiene que meterse a la casa a jugar.
- Ser respetuosa con el niño: es decir, que no humille al pequeño, y es que no hacen falta amenazas o cosas que hagan sentir inferior al niño.
- Ser razonable: que se pueda cumplir y que sea acorde con lo qué pasó.
¿Qué hacer cuando el niño no entiende razones o está muy frustrado?
Puede ocurrir que, cuando los niños son todavía muy pequeños no atiendan a razones o, simplemente, su cerebro no esté todavía preparado para comprender la situación ante la que se enfrentan. Lo más importante que debemos tener en cuenta es que si decidimos poner un límite : “La consecuencia es la consecuencia y esa no se puede cambiar… Cumplirla es lo importante”, advierte la psicóloga.
Pero no por ello debemos olvidar que eso puede causarles mucha frustración y enojo a nuestros hijos, y es que, siempre irá por delante “ayudarles a gestionar esas emociones”. Entonces, ¿cómo hacerlo? “Si el niño está muy, muy enojado primero valido la emoción: “Entiendo que estás enojado”; inválido la acción: “Pero no se puede hacer lo que estás haciendo…”, y ayudó a que se calme o solo espero. Una vez calmado y más tranquilo digo la consecuencia, pero lo más importante es cumplirla, como decíamos”.
¿Cómo adelantarnos a la consecuencia y conseguir que todo fluya?
En algunos casos, sobre todo, cuando una conducta se repite de forma repetida como, por ejemplo, cuando el peque no quiere bañarse, la consecuencia puede establecerse desde antes con ellos y hablar de ese momento de forma tranquila planteando la consecuencia juntos… “De esta manera conseguiremos que cuando se presente el momento crítico, se le recuerda el acuerdo que hemos hecho”, aconseja.
Pero, es importante saber que no siempre puede ser así y que hay veces que la situación no nos permite anticipar la consecuencia. “Muchas veces la consecuencia sí le causará frustración y, por consiguiente, explosiones emocionales, pero, saber manejar esas explosiones y mantenernos en la consecuencia, siempre y cuando sea relacionada, respetuosa y razonable, nos ayudará mucho”.