Recurrir al ingreso en un centro especializado no es una decisión fácil. Pero algunos adolescentes lo necesitan, dado el rumbo que ha tomado su vida. Para los padres es un momento muy delicado en el que surgen emociones y pensamientos muy contradictorios y dolorosos.
Beatriz Urra es subdirectora del Hospital de Día Retiro Recurra-Ginso, en Madrid, un centro especializado en ayudar a familias que pasan por conflictos graves. Ella nos cuenta cuándo está indicado este recurso.
¿Qué comportamientos y problemas indican la necesidad de un centro especializado?
El perfil medio que ingresa en un centro especializado es el de un adolescente en torno a los 15-17 años. La mayoría de ellos ya ha recibido ayuda ambulatoria con anterioridad, pero “llega un momento en que esta es insuficiente”, como destaca la experta.
Estos chicos suelen presentar dificultades académicas y tener un rendimiento bajo, además de “expectativas muy bajas en su proyecto formativo”. Además, muchos llevan a cabo comportamientos de riesgo para sí mismos o para los demás, y es frecuente que fumen, beban alcohol y consuman marihuana. También son habituales los problemas para “mantener sus hábitos y el cumplimento de las normas y la mayoría suele presentar rasgos de impulsividad muy altos y dificultades en la atención”, detalla Beatriz Urra.
Hay distintos factores que pueden darse para considerar que el ingreso en el centro es la opción más conveniente:
- Problemas de conducta.
- Trastornos de conducta alimentaria.
- Situaciones de riesgo para el menor, como autolesiones o intentos de suicidio.
- Consumo de sustancias.
- Conductas delictivas.
- Pertenencia a bandas.
- Abuso de las nuevas tecnologías hasta el punto de romper con su día a día.
- Trastornos graves de salud mental, con episodios agudos que requieren de una intervención especializada.
Señales de alarma ante las que hay que estar atentos
La adolescencia es una etapa de cambios intensos y, a veces, bruscos. Todo puede ser normal, y formar parte del desarrollo o de circunstancias eventuales, pero hay que estar atentos a determinadas señales que indican que hay un problema grave de fondo.
“Debemos poner atención a cambios de comportamientos repentinos que no parecen atender a una razón concreta. Por ejemplo, observamos que no quiere realizar actividades con las que anteriormente disfrutaba, hay un mayor aislamiento, dice frases negativas hacia sí mismo ( ’no valgo para nada’, ‘seguro que nadie va a hablarme’...)”, alerta la especialista.
También hay que fijarse en cambios en su estado anímico que se concreten con más tristeza, irritabilidad, enfados continuos, poca comunicación, apatía... Y “cambios significativos en el peso, en el sueño, en la vestimenta, cambios de amistades...”, que pueden ser igualmente una señal de que está pasando por alguna dificultad.
Además, “en ocasiones piden más dinero, faltan cosas de valor en casa y ya no salen por los mismos sitios donde solían acudir. Muchos padres nos dicen que ya no conocen a los amigos de sus hijos ni saben siquiera a qué sitios va”, relata la subdirectora de www.recurra.es.
Ante estas circunstancias, su recomendación es hablar con el menor, escucharle y atender sus necesidades. También es muy aconsejable ponerse en contacto con su entorno más cercano, como profesores del colegio, entrenadores, pediatra y recurrir a la ayuda profesional si fuera necesario.
¿Cómo viven los padres el ingreso?
Las relaciones familiares suelen llegar muy deterioradas al momento del ingreso del adolescente, con escasa comunicación y escasas actividades compartidas. “Muchos de ellos llegan a un nivel de conflicto alto, donde el establecimiento de normas es inexistente”, apunta Beatriz Urra.
Es, pues, un momento complicado en la relación padres-hijo. Y a eso hay que añadir la decisión de ingresarlo o no en un centro. “La mayoría de las veces les inunda la culpa, el sentimiento de fracaso o incluso de vergüenza”, subraya.
“Tienen miedo de que sus hijos no les ‘perdonen’ haberles ingresado y se muestren rencorosos con el paso del tiempo. Algunos de ellos creen, incluso, que la situación ya no puede reconducirse”, explica.
Por eso es importante que también los progenitores se sientan apoyados por el equipo y estén seguros del paso que van a dar, conociendo a fondo el funcionamiento del centro y los profesionales que se van a ocupar de su hijo.
¿Cómo se trabaja en un centro de este tipo?
En estos centros, el trabajo terapéutico se basa en una estructura diaria y un nivel de contención mayor que el que hay cuando el tratamiento es ambulatorio.
“La rutina y el hábito consiguen que el menor pueda organizarse, se estructure emocionalmente y sepa qué se espera de él. En los comienzos vienen muy desorganizados; generalmente con cambios en el sueño, en la alimentación y en el aseo, por lo que es primordial que puedan adquirir hábitos básicos y podamos ajustar sus necesidades básicas”, comenta la especialista.
El trabajo se basa en distintas actividades terapéuticas, formativas, deportivas, de ocio saludable... que son llevadas a cabo por equipos multidisciplinares. También hay intervención individual y con el grupo de iguales, que actúan de ‘espejo’ ante los problemas que trae cada uno.
La familia tiene un papel esencial en todo el proceso, ya que debe colaborar de forma estrecha y continua con los terapeutas. “La familia apoya, refuerza y debe generar cambios en las relaciones familiares para conseguir los objetivos planteados”, insiste Beatriz Urra.
“La implicación es importante y el menor debe entender que su familia se preocupa y ocupa por lo que le ocurre. La familia no debe adoptar un rol de fiscalización, pero sí normativo, de contención, motivación y afecto”, resalta.