‘No quiero seguir viviendo’, ‘no tengo ganas de vivir’, ‘la vida no tiene sentido’ o expresiones similares pueden ser también manifestadas por niños o adolescentes. De hecho, especialmente entre estos últimos son más comunes desde hace unos años, pues su salud mental se ha resentido de forma notable por distintas circunstancias, entre las que está la experiencia de la pandemia.
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Hemos preguntado a la Dra. Nuria Núñez Morales, psiquiatra infantojuvenil en Zaragoza y divulgadora de salud mental (@nuria.nunez_psiquiatra), cuándo se trata de una urgencia y de qué manera actuar.
Por qué se manifiestan así
El malestar psicológico de los adolescentes ha ido en aumento en los últimos tiempos y en muchas ocasiones no tienen forma de regularse. Por eso se han incrementado tanto las autolesiones. En todo caso, estas expresiones de desgana profunda hacia la vida han de ser tomadas en cuenta. “En los niños es menos frecuente verlo y debería ser una señal de alarma”, apunta la experta.
En cuanto a los adolescentes, las causas por las que se manifiestan así son muy variables. Pueden ir desde una expresión sin más, de una crítica global tras haberse sentido frustrados por algún aspecto en concreto o puede ser una manifestación de una depresión grave con intención suicida, detalla.
Cualquier declaración que recalque esa desilusión profunda con la vida debería ser tenida en cuenta, pero poniéndola dentro del contexto vital del menor. “Para saber la intencionalidad real detrás de la expresión tenemos que explorar qué está pasando, desde cuándo se siente así, si ha habido un cambio de carácter, si hay planificación, qué intención tienen con ella...”, comenta la psiquiatra.
¿Cuándo expresan un riesgo más alto de hacerse daño?
Estas expresiones pueden estar acompañadas de otras manifestaciones que reflejen un estado emocional de riesgo. Dependerá del contexto saber si es así. En todo caso, la especialista pone el foco en los siguientes puntos:
- Ha habido cambios de carácter o de comportamiento.
- Comentan que han planificado hacerse daño.
- No hacen ninguna crítica de ese comportamiento lesivo hacia ellos mismos.
En estos casos, “debe tener una valoración preferente o urgente por un psicólogo o psiquiatra”.
“Las autolesiones están a la orden del día en los adolescentes”, alerta la experta. Se pueden encontrar arañazos, erosiones, cortes en antebrazos, abdomen o muslos y, en algunas ocasiones, quemaduras. Pero que el menor se haya lesionado “no implica necesariamente un riesgo vital, aunque habría que buscar ayuda profesional para que les ayude a regular su malestar de otra manera”, recomienda.
“Hay un riesgo autolítico (suicida) si nos cuentan o encontramos que haya tomado medicación por encima de la dosis indicada, o si las autolesiones requieren sutura o intervención médica. En estos casos deben acudir a las urgencias de un hospital general donde les valorará un equipo médico”, insiste la Dra. Núñez.
En todo caso, ante la duda, lo mejor es consultar. Serán los especialistas los que valoren la situación y sepan indicar a la familia los siguientes pasos a seguir.
¿Cómo deben reaccionar los padres?
Cuando un hijo expresa que no quiere seguir viviendo la reacción de los progenitores en ese momento es muy importante, ya que son las personas reguladoras para él, “los hijos necesitan que estemos tranquilos y darles confianza”, asegura la experta.
Así, propone una serie de pasos a seguir para esta situación:
- Preguntarles cómo se sienten. Hay que acercarse a ellos para saber qué ha desencadenado ese malestar. “Recordemos que hablar de ello no aumenta la idea autolítica o autolesiva, sino que les va a ayudar a controlarse”, subraya.
- Validar sus emociones. Aunque lo que expresen para los adultos no sea tan relevante o tan grave, no hay que quitarle importancia, pues para ellos sí lo es. “Expliquémosle que lo entendemos y que sabemos que lo está pasando mal”, comenta.
- Mostrar apoyo incondicional. “Debe saber que estás ahí para él o para ella, pase lo que pase. No es momento de discusiones, culpas o reproches”, advierte.
- Decidir la gravedad. Una vez calmado el malestar inicial, los adultos deben decidir la gravedad y la urgencia de la intervención. “Si hay una mínima duda, acudir a un profesional”, recalca. “Es muy importante no llevarles a consulta engañados; deben saber a dónde acuden y el por qué. De lo contrario generarán gran desconfianza hacia el psiquiatra o el psicólogo y no van a abrirse en la terapia”.
A veces el menor no expresa estas ideas verbalmente sino que las escribe en algún sitio. Si los padres lo descubren, la forma de actuar es hablarlo con él con cariño y con cuidado. “Explicarle que están preocupados por él y que quieren ayudarle. Animarle a que les cuente cómo se encuentra, por qué ha escrito eso, qué está pasando y ofrecerle ayuda profesional”, aconseja la Dra. Nuria Núñez Morales.