En sus primeros años de vida, el niño se siente aún muy vulnerable y necesita la presencia y la seguridad de sus padres (o de un adulto de referencia) la mayoría de las veces. Además, no hay que olvidar que somos seres sociales y que vamos desarrollándonos con esa interacción con los demás.
“Hay pocos adultos que vayan solos a un restaurante o a un cine y, sin embargo, nos extraña que un niño no quiera jugar solo”, apunta Sara Noguera, CEO de Kimudi, un centro de crianza y juego en familia de Pozuelo de Alarcón, Madrid (www.kimudi.es). Con ella hemos charlado sobre la participación de los padres en el juego de sus hijos.
Así necesitan a sus padres en los primeros años
El niño necesita sentir la seguridad que le otorga la presencia cercana de sus padres, también cuando está jugando. “Que estemos presentes en sus cinco primeros años siempre es bueno. Además, habría que involucrarse en sus juegos hasta el año y medio, y de un año y medio en adelante, cuando ellos nos lo pidan”, indica la experta.
“Cuando jugamos con ellos creamos vínculos a través de sus intereses. Somos los adultos los que participamos de sus normas y dejamos que ellos tomen las riendas de la situación”, añade.
Esa involucración de los padres en el juego de sus hijos tiene muchas vertientes. No solo se trata de sentarse a jugar con ellos, sino también abarca promover las mejores condiciones para que la actividad lúdica se pueda desarrollar de la forma más adecuada. “Por ejemplo, si el niño dispone de una caja de construcciones en su habitación, no podemos pretender que él la abra y se ponga a jugar solo cuando es muy pequeño. Pero si nosotros la abrimos y hacemos un ejemplo de lo que se puede construir, la posibilidad de que él se lance a jugar por su cuenta es más alta”, explica.
La importancia del juego independiente
Los niños exploran un tipo de juego independiente y privado que, como resalta Sara Noguera, hay que fomentar. Y una de las mejores formas para ello es que “el juguete no te diga lo que tienes que hacer: usar materiales que no tienen forma de juguete, donde no hay reglas muy claras. En esos momentos ellos utilizan sus propios pensamientos para crear”.
Desde los dos años, el pequeño desarrollará el juego simbólico, que también le sirve para luego dedicarse a ese juego independiente. El juego en solitario no es mejor ni peor que el juego en grupo, pero cuando el niño se distrae solo, “puede demostrar sus habilidades y sus capacidades y expresar qué le atrae más”.
Esa libertad que da el juego autónomo es un ‘filón’ para los padres, pues pueden conocer mejor a sus hijos. Por eso, estar cerca cuando juegan puede proporcionar mucha información.
Jugar con ellos, pero estando presentes de verdad
Ponerse a jugar con un hijo no es solo sentarse a su lado. “Hay que estar presentes de verdad, sin distracciones y mostrando interés”, destaca la CEO de Kimudi.
En muchas ocasiones se habla de que para un niño, el mejor juguete son sus padres. ¿Está de acuerdo la experta en esto? “No lo creo. Esta afirmación pone en los padres todo el peso y eso acaba convirtiéndose en culpa. No todos tienen la misma capacidad en distintos sentidos”, aclara.
Para ella, el mejor juguete es el que no tiene forma de juguete como tal. Por ejemplo, una cuchara con la que el niño imagina una mariposa... Su imaginación es ilimitada y nunca hay que afeársela.
Errores que no debes cometer al jugar con tus hijos
Cuando los progenitores juegan con sus hijos hay una serie de errores a no cometer, como señala Sara Noguera:
- Creer que todo tiene que seguir unas normas (el pequeño puede inventarlas también).
- Pensar que al niño le tienen que gustar las mismas cosas que a otros.
- Confundir ‘tener’ juguetes con ‘estar cubiertas’ las necesidades de juego.
- Que en el espacio de juego haya más de tres juguetes a la vez a su alcance. “Cuando hay demasiados, la capacidad de concentración se pierde y puede empezar el mal comportamiento. No es cuestión de tener muchos o pocos juguetes sino del uso que se les dé”.
Lo habitual es que hasta los ocho años los niños precisen del refuerzo de sus padres mientras están jugando (’mírame’, ‘¿lo hago bien?, ‘¿cuál te gusta más?’). Luego llegará un momento en que sus vínculos principales estarán más en sus iguales (otros niños) que en su familia. Ahí hay que cambiar el juguete y el juego por experiencias, como ir juntos al teatro, a patinar, de excursión...