Un abrazo. Con este sencillo gesto es posible transmitir un sinfín de emociones que nos generan confianza, seguridad y un bienestar tanto para el que lo recibe como para el que lo ofrece. Y, en el caso de los niños, tiene aún mucho más significado. Por eso, la primera pregunta que debes hacerte es: ¿Abrazo suficientemente a mis hijos? Dependiendo de tu respuesta, te animamos a seguir leyendo.
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Los abrazos son una práctica saludable en cualquier etapa de la vida en realidad, puesto que mejoran nuestra autoestima y, de alguna manera, nos hacen sentir especiales. Podríamos decir, de hecho, que es una auténtica herramienta terapéutica . Y da igual que sea breve o prolongado, un abrazo será siempre algo positivo, sobre todo, a nivel emocional. Por ello, los expertos nos animan a incluirlos en nuestro día a día, de manera natural. Fernanda Vargas y Paulina Ramírez, expertas en crianza infantil y co-fundadoras de Bundle & Joy (@bundleandjoy_crianza) nos cuentan por qué no debemos de olvidarnos de ellos cuando hablamos de la crianza de nuestros hijos.
¿Qué significan los abrazos para un niño?
Los abrazos para los niños, nos comentan las expertas, como para cualquier otra persona (adulta o anciana) “significan, en términos generales, conexión, seguridad y contención”. Ahora, en el caso de los más pequeños, además, “les hace sentirse seguros a nivel físico y, por ende, les ofrece seguridad emocional en ese momento”.
Y es que, como nos explican, “el contacto físico (y específicamente los abrazos) les hacen sentirse queridos”, pues tienen la seguridad de que esa persona está ahí, cerca. Hay que tener en cuenta que el espacio físico en el que se producen es muy cercano a la otra persona, en sus brazos. En este lugar, nos dicen “están mucho más dispuestos a escuchar, a cooperar si se les pide algo y a aprender nuevas habilidades”. Por tanto, los beneficios no son solo a nivel físico o emocional, sino que también están implicados en su desarrollo.
Los abrazos fomentan el desarrollo cognitivo de los más pequeños
Hay que partir de la premisa, para entender los beneficios que podemos conseguir con un abrazo, que el cerebro del niño para su correcto desarrollo necesita dos cosas, nos dicen las expertas: seguridad y conexión. “Una conexión que debe darse con otros seres humanos, para desarrollarse y funcionar correctamente”. De entre todas las personas, por supuesto, son sus cuidadores principales los que deben poder ofrecer estas dos cosas. Y, los abrazos, como hemos dicho, nos dan sensación de seguridad. Esto está ligado con el desarrollo del cerebro de un niño y de un cuerpo sano.
Un estudio realizado en orfanatos de Rumanía llegó a relacionar la carencia de estímulos en muchos niños y, en especial, el tacto, con graves secuelas en su desarrollo. Pero es que, además, otros muchos estudios han puesto de manifiesto que los niños internados que sí que recibían una estimulación sensorial adicional, a través, de nuevo, del tacto, obtenían después puntuaciones más altas en sus evaluaciones de desarrollo intelectual. Ahora bien, para ello, “el contacto debe ser nutritivo” y, en este caso, podemos hablar de los abrazos, que proporcionan la estimulación positiva que un cerebro en desarrollo necesita para estar sano.
Los abrazos son parte del desarrollo emocional de los niños
Por otro lado, sabemos (porque lo dicen los estudios) que los abrazos liberan hormonas como la oxitocina (la conocida como hormona del amor) y la serotonina (la hormona de la felicidad). Ambos son neurotransmisores que se generan naturalmente en el cerebro y que, en el caso de los niños pequeños, fomenta el vínculo con las figuras de apego y genera efectos positivos, no solo en su desarrollo cognitivo sino también en el emocional.
De esta forma, los abrazos ayudan a que los más pequeños, que todavía no saben cómo gestionar sus emociones, “puedan regularlas, disminuyendo el estrés y haciéndoles sentir, por tanto, mucho mejor”. De esta forma, un abrazo puede ayudarlos a regresar a la calma. Cuando nuestros hijos tienen una de sus rabietas, “su cerebro funciona poniéndose en modo supervivencia, con lo que es imposible gestionar sus emociones y acceder a la parte racional de su cerebro, aquella que les permite tomar decisiones asertivas”, nos explican. En este caso, solo cabe la conexión emocional. Aunque, bien es cierto, nos comentan, “no todos los niños aceptan el contacto físico cuando están en medio o a punto de un desborde emocional”. Por tanto, hay que conocer bien a nuestros hijos. A veces, en estos casos, es mejor darles su espacio.
Un hogar sin abrazos es un hogar ‘desconectado’
La conexión de la que hemos hablado un par de epígrafes más arriba “es la base de cualquier relación saludable y, aunque hay muchos formas de conectar con nuestros hijos, la verdad es que el contacto físico juega un papel muy importante y casi vital en el desarrollo general de los niños”. La Dra. Becky Bailey, educadora y experta en crianza infantil, asegura que “la conexión rige las emociones”. Y esto es cierto.
La conexión a través del contacto físico, “está demostrado que ayuda a generar conexiones neuronales fuertes para que el cerebro controle los impulsos y estén dispuestos a cooperar y aprender”, nos dicen. En un hogar en el que esto no existe, el bienestar familiar queda en jaque.
¿Un niño abrazado será, necesariamente, un niño cariñoso?
Una de las preguntas que nos surgen es que si nosotros, como padres, abrazamos mucho a nuestros hijos, ellos heredarán esa cercanía y podrán convertirse en personas adultas que abracen. Sin embargo, esto no es así, nos explican las expertas en crianza. “Es verdad que la probabilidad de que los niños que son abrazados o reciben muchas muestras de afecto crezcan con una autoestima saludable y se sientan más cómodos demostrando su afecto a las personas que quieren, pero no es una verdad absoluta”.
De hecho, habrá niños que no reciban bien los abrazos. Cada niño es diferente y, nos dicen, “es importante tener en cuenta sus gustos, sus preferencias y tener muy presente su personalidad”. Antes de dar abrazos a diestro y siniestro, si vemos que esto no encaja en su forma de ser, “no se hace, se respetan sus límites, se está atento a las señales de incomodidad que puede generarle y se les ofrecen herramientas para que ellos mismos puedan comunicar si les gusta o no”.
Así, “nunca debemos forzar a los niños a dar o recibir afecto”, nos dicen. Lo más importante es siempre respetar el cuerpo de nuestros hijos y sus límites y “lo que funciona para unos niños no necesariamente va a funcionar para otros, siempre hay que observarlos y hacer lo que es mejor para ellos”. Por ejemplo, nos cuenta, “hay niños a los que simplemente no les gusta el contacto físico y, en estos casos, es mejor conectar con ellos con el juego, con la presencia plena o el contacto visual”.
Referencias
Johnson AK, Groze V. (1994). The Orphaned and Institutionalized Children of Romania. Journal of Emotional and Behavioral Problems .
Casler L. (1965). The effects of extra tactile stimulation on a group of institutionalized infants .