El psiquiatra Luis Gutiérrez Rojas es un hombre vitalista que emplea el humor y la positividad en sus intervenciones, sin dejar de lado el aspecto científico y médico. En su último libro, La belleza de vivir (Ed. Ciudadela), hace gala de ese talante para proponer una forma de estar en el mundo más satisfactoria y con más dosis de felicidad. Hemos charlado con él para que nos oriente sobre cómo podemos llevar todas esas enseñanzas a niños y adolescentes que arrastran un malestar psicológico, especialmente tras la pandemia.
Comenta en el libro que ‘todos los problemas tienen solución’. ¿Cuál sería la fórmula para transmitir a los adolescentes que es así?
Lo normal de un adolescente es que se comporte como tal. En la adolescencia tienen altibajos bruscos, exaltación de las emociones y exageración de las cosas negativas de su vida. Todos hemos tenido esos comportamientos que ahora nos llaman la atención. Muchas veces hay que escuchar, estar un poco atento y relativizar, dejando que el tiempo pase. El adolescente ve la realidad de un modo diferente porque está madurando y descubriéndose a sí mismo. Es una época para dejar que hablen, que se conozcan, y nosotros, desde la barrera, intentar que en las cosas graves no metan la pata.
No hay una fórmula mágica para transmitírselo porque está en un momento de cambio, un momento hormonal y psicológico difícil porque está descubriendo su mismidad, su propio criterio, y es normal que esté cuestionándoselo todo. Dejemos que coja sus propias respuestas. Es una época de paciencia y de pensar que eso no se va a quedar así. Dentro de unos años verá las cosas de otra forma. Nosotros también nos comportamos así aunque ahora no nos acordemos.
¿Se les puede transmitir entonces en la adolescencia esa belleza de vivir que da título a su libro cuando están en plena queja existencial?
Lo importante es diferenciar entre el discurso que tienen, que puede ser más negativo, y, por otro lado, el comportamiento, la conducta. Si ese tono pesimista les lleva a dejar de ir a clase o de estudiar, a consumir sustancias, a estar todo el día en la cama, entonces sí que hay que preocuparse. Pero el lenguaje que utilizan los adolescentes es muchas veces negativo sin que esto les afecte ni a su rendimiento académico ni social.
Los padres tenemos que ser conscientes de que determinados discursos en la adolescencia son muy simplistas e infantiles. Podemos intentar cambiar ese tono pesimista cambiando el tono nosotros como padres. Y tener un discurso alegre, siendo conscientes de que los hijos nos copian. Si nuestro tono vital es bueno, tarde o temprano, aunque no lo veamos en el corto plazo, el tono vital de nuestros hijos cambiará. Si nosotros vemos la belleza de vivir, ellos también la verán antes o después.
Pero hay padres que no pasan por un buen momento emocional, ¿cómo sostienen en ese caso a sus hijos?
En ese caso, en la medida de lo posible es importante no transmitir los problemas vitales de los padres a los hijos. Un hijo tiene que jugar, disfrutar y no asumir responsabilidades de sus padres. Si el padre lo está pasando mal, tiene que buscar ayuda profesional para encontrar otro tono.
Las unidades psiquiátricas infanto-juveniles están desbordadas tras la pandemia. ¿Por qué han perdido la esperanza los más pequeños y cómo se les puede devolver?
Ha sido un sector de población muy vulnerable en el que han crecido los casos de ansiedad y depresión, los intentos de suicidio y, sobre todo, las autolesiones. Tienen mucha menos tolerancia a estar frustrados y no han podido disfrutar de la época en la que les tocaba salir y socializarse durante la pandemia y el confinamiento. Esto ha dejado unas secuelas psicológicas. ¿Qué podemos hacer?
Para empezar, ¿pensamos en qué hacer para que deje de hacer algo negativo o pensamos en qué hacer para que haga algo que le guste? Los padres nos quejamos mucho de nuestros hijos adolescentes, pero debemos ser conscientes de que hay muchas cosas que podríamos hacer por ellos que no hacemos, quizá porque no tenemos tiempo, porque no nos interese o porque nos canse.
Si un padre se implica en una actividad de su hijo, ya sea un partido de fútbol, una lectura o un juego de mesa, el hijo cambia. El adolescente también está cansado de la crítica constante de sus padres, y eso hace que se comporten todavía peor. No hay que poner el acento en ‘no hagas eso’, sino en ‘vamos a hacer esto que te gusta’. Eso implica mucho más esfuerzo y dejar el tono victimista.
“Nuestros hijos no aprenderán a poner el acento fuera de sí mismos si no nos ven a nosotros hacerlo primero”, señala en el libro. ¿Cómo ha de ser ese ejemplo?
Cuando criticamos a nuestros hijos porque son muy egoístas o solo piensan en ellos tenemos que ver también cómo somos nosotros: ¿estamos preocupados solo por el dinero, por comprar una casa más grande...? Ellos son un reflejo nuestro. Si tenemos el ejemplo de la solidaridad en casa, nuestros hijos también lo recogen y ponen el acento fuera de ellos. Al final estar con la gente y querer a la gente da mucha más satisfacción que cualquier otra cosa que nos planteemos.
¿Cómo podemos transmitir a nuestros hijos la esperanza en el futuro?
Nunca ha habido más esperanza de vida como ahora, más personas alfabetizada, más acceso a la cultura, menos mortalidad infantil... Hay muchas cosas positivas en el mundo. Podemos transmitirles esperanza fijándonos en las cosas buenas. En las noticias solo se escuchan tragedias, pero esa no es la realidad. Eso es poner las cosas malas una detrás de otra.
Hay que transmitir esperanza a nuestros hijos diciéndoles que abran los ojos sobre el entorno que les rodea. Hay muchos motivos para estar contentos y, sin embargo, podemos amargarnos por tonterías como una nota baja en el colegio. Pongamos el acento en lo que funciona, que es infinito, seamos conscientes de la cantidad de cosas que tenemos y que no valoramos. Además, es importante tener una visión trascendente de la vida. Decía Nietzsche, “el que tiene un por qué soporta cualquier como”. Lo que nos ha faltado transmitirles a nuestros hijos es un ‘por qué’.