¿Qué merece un niño? ¿Por qué tradicionalmente hemos tolerado la violencia contra la infancia ? Estas son algunas de las preguntas para las que Mar Cabezas, doctora en filosofía y especialista en maltrato infantil, quiere dar respuestas en su último libro publicado, La infancia invisible (Tecnos). Y es que, afirma, “la filosofía puede y debe justificar nuestras obligaciones como adultos hacia la infancia”, pues no hay más que cambiar la visión de que los niños son objetos a sujetos de derechos. Una concepción que no ha estado tan clara a lo largo del tiempo. Quizás, nos dice, es esta la razón por la que se ha permitido o se ha visto correcta la violencia, ya sea física o psicológica, hacia los más pequeños. Una visión que, afortunadamente, está cambiando . Aunque aún hay un gran camino por recorrer. Sobre este cambio y las herramientas que nos faltan para conseguir su erradicación hemos querido hablar con ella.
Mar, ¿ha cambiado (si es que lo ha hecho) la concepción de la infancia que tenemos actualmente con respecto a la que teníamos hace unos años?
Creo que sí, que al menos, cada vez, somos más conscientes de que los niños son también sujetos de derecho que merecen respeto, que no es indiferente lo que se haga en esta etapa en concreto con ellos. Por eso, quiero creer también que se ha abandonado una manera de tratar a la infancia como si fuesen mini adultos o como si la violencia a ellos no les afecta en absoluto. Poco a poco, vamos sabiendo que es una etapa clave en la vida y que tiene un gran impacto en la vida adulta. De hecho, creo también que hemos abandonado aquellas concepciones que veían al niño como un ser pasivo, un jarrón vacío donde los adultos debían volcar sus conocimientos.
¿Por qué viene o se motiva ese cambio de concepción del que nos hablas?
Por la combinación de varios factores. Por un lado ha habido un cambio claro de paradigma, hemos pasado de entender que los niños son objetos de protección a entender que son sujetos de derecho . Por otro lado, ha habido también un cambio en la manera de entender la patria potestad: los hijos ya no se ven como una propiedad. Esto último, si lo pensamos ahora, era muy peligroso, porque tú con tus propiedades puedes hacer lo que quieras.
Y, un tercer factor que debemos tener en cuenta, que es igual de importante: creo que ha aumentado bastante la sensibilidad social hacia la infancia. El aumento de la conciencia sobre violencia de género, por ejemplo, ha permitido dar visibilidad a una parte de las muchas formas de violencia o maltrato que sufren los menores.
Por tanto, ¿el cambio ha ido hacia mejor en todos los sentidos?
No sé si en todos los sentidos, pero, al menos, este cambio ha implicado dejar de aceptar como normal que la infancia sea el único grupo de sujetos de derechos contra quien era legal la violencia. Esto implica dejar de aceptar que existan formas de humillación que se consideran “medidas educativas, medidas por tu bien”. Esto es, en mi opinión, un gran avance, ya que implica tomarse en serio algo tan básico como los Derechos Humanos.
De todos modos, no podemos olvidar que todavía existen más de cien estados en el mundo donde es legal usar la violencia física en el hogar al ser considerada una “medida educativa” y que las cifras globales sobre maltrato infantil siguen siendo abrumadoras, aún cuando no reflejen toda la realidad.
Porque no todo es violencia física para ser considerado maltrato, ¿verdad? ¿Qué formas de maltrato infantil han existido o exiten?
Claro. Y este es además uno de los problemas que tenemos para visibilizar el impacto igualmente devastador de otras formas sutiles de violencia. Cuando hablamos de maltrato, no solo hablamos de una violencia física continuada. También existe el maltrato emocional o psicológico, la negligencia física y la negligencia emocional, que quizás sea la más escurridiza y menos visible de todas. O el abuso sexual intrafamiliar , que, a su vez, abarca desde tocamientos hasta violaciones. Muchas veces, todas estas formas de maltrato se solapan. Por ejemplo, el abuso sexual ya implica un abuso psicológico.
En definitiva, existen muchas formas de maltrato: te pueden pegar grandes palizas puntualmente, pero también existe un maltrato, podemos decir “por goteo”, por acumulación de episodios menos graves pero continuados, por la cronificación de pequeñas dosis de violencia.
Lo mismo ocurre psicológicamente: pueden insultarte, humillarte, utilizarte para hacer bromas a tu costa, vejar o ignorarte repetidamente. Muchas veces, el daño está en lo que no se hace, en lo que nos faltó. Es el caso de las negligencias físicas o emocionales. Siempre pongo ejemplos de nuestros cuentos para explicarlo: todos vemos que Cenicienta era una adolescente negligida en términos materiales y que, además, sufría maltrato psicológico por su madrastra, pero parece más difícil ver que Heidi en Frankfurt, viviendo rodeada de confort material y recibiendo una gran educación, era una niña que sufría negligencia emocional, mediatizada para entretener a Clara e ignorada en lo que respecta a sus necesidades afectivas, a la que se le había privado del contacto con su figura de apego, su abuelo.
Y, con respecto a concebir todas estas formas de violencia como maltrato infantil, ¿hemos mejorado también?
En parte sí, sobre todo, cuando se trata de violencia entre iguales. Hay aumentado la conciencia sobre el bullying, por ejemplo, pero creo que sigue existiendo un desfase entre los expertos y los conceptos que todavía manejamos como sociedad, cuando se trata de violencia psicológica o, incluso, ante pequeñas dosis de violencia física, como si fuera inocua, como si a los niños les afectara menos que a los adultos.
Si vas en el metro y ves a un hombre gritar e insultar a una mujer, seguramente los testigos se escandalizaran, intervendrán o, al menos, se quedarán estupefactos. Pero si ves a un padre gritando a su hijo, diciéndole, por ejemplo, que es tonto, no verás a nadie decirle “no puedes tratar así a un niño, aunque sea tu hijo”. Seguimos pensando que no es para tanto y que ahí no te puedes meter como pasaba hace décadas con la violencia de género.
Para recorrer todo este camino que aún nos falta, ¿qué herramientas necesitamos?
Creo que, sobre todo, formación sobre el desarrollo psicológico de una persona. Igual que tenemos información básica sobre nutrición e higiene, por ejemplo, nos falta educación psicológica y emocional para saber qué necesita un niño en cada fase y para saber gestionar y reevaluar nuestro bagaje emocional. Si no tenemos esto en cuenta, estaremos volcando en ellos nuestras heridas y perpetuando daños de generación en generación. No podemos dejar en manos de la suerte el bienestar infantil. Necesitamos medidas preventivas, no solo reactivas una vez que el daño está hecho.
¿Debería ser, por tanto, el bienestar familiar un debate público?
Por supuesto. Los niños, como ciudadanos, lo merecen, porque son parte de la población y porque son más vulnerables que un adulto: un niño no decide a qué colegio va, en qué barrio vive ni con qué adultos se relaciona. Sus derechos están en nuestras manos y, por eso, deberíamos incluir su voz en los debates. Pero incluso, si lo vemos en términos de costes-beneficios, invertir en el bienestar infantil es invertir en el bienestar de una sociedad, es evitar después tener que invertir en medidas reactivas para poner parches cuando las consecuencias de estos daños afloran en la vida adulta. Por ejemplo, es bien conocida la relación entre lo que se vive en la infancia y los problemas de adicciones, trastornos alimentarios, enfermedades psicosomáticas, depresión, etc.
En tu libro hablas de la importancia de entender qué significa ser niños para poder seguir avanzando hacia unas mejores cifras de bienestar infantil, ¿qué significa?
Tener un concepto de infancia es reconocer que los niños son diferentes a los adultos y que esas diferencias son importantes. Yo creo que ser niño significa, sobre todo, ser una persona especialmente vulnerable, con un mayor riesgo de sufrir daños, con una menor capacidad para satisfacer sus propias necesidades, protegerse y salvaguardar sus propios intereses y, por supuesto, con una manera de expresarse y comunicarse distinta a la de un adulto. Estas son las diferencias con respecto a un adulto, pero para nada va en relación con los derechos que tienen.